Victoria de M…
Dmitri Medvedev, ex viceprimer ministro de Putin asumió la presidencia de Rusia tras una holgada victoria electoral que no implica mayores variaciones en la política de ese país, no solo porque el flamante mandatario es un disciplinado pupilo del contemporáneo Zar de Moscú, sino también, porque Putin seguirá siendo el líder de facto como Primer Ministro del gobierno, quizá, con mayores poderes que sus antecesores en ese cargo.
Putin ha logrado su propósito de implementar un sistema autocrático electoral que le garantiza la victoria gracias a su popularidad, al chantaje político a empleados públicos y a empresarios – especialmente de industrias de gas y petróleo – y gracias a una dosis de represión e intimidación contra sus rivales más serios junto al control de los medios de comunicación social del país.
Para evitar la acusación de una tradición obvia de las dictaduras tradicionales, Putin nombró a Medvedev bajo el acuerdo que éste le permitirá seguir gobernando tras bastidores (o quizá ni siquiera se molesten en aparentar quien realmente manda), para no alterar, por ahora, una constitución que no le permitía al caudillo ruso postularse por tercera vez consecutiva como presidente. El enroque del “rey” resultó la manera más fácil para que Putin pueda emular a su casi tocayo, el poderosísimo asesor Rasputin – el verdadero maquinador tras el trono de los últimos zares Romanov hasta su derrocamiento en la revolución de 1917.
Putin tiene el “mérito” de ser, hasta el momento, el único autócrata en consolidar el modelo de actual neo-dictadura de petroEstado con elección popular, que otros mandatarios con intención de perpetuarse en el poder no lo han logrado. Este caso, lo logró, a diferencia de otros caudillos, gracias a una victoria de M…, su candidato-marioneta.
