Vecindad y fronteras
Colombia y Venezuela han mantenido una relación conflictiva desde que surgiera la Gran Colombia. No se requiere ser un versado historiador para entender los dislates ocurridos luego de la Independencia, la creación de la Unidad territorial entre las capitanías generales que gobernaban los territorios de Venezuela, Ecuador y Nueva Granada. Son de recordar entre otras, las disputas entre Santander, Bolívar y Páez, hasta que este último se hiciera cargo de la primera presidencia de Venezuela.
Algo de esto se esboza en el confuso discurso del presidente Chávez, quien asume una parcialidad interesada, que al final concluye con un nacionalismo perverso, que solo interesa a su alocado pensamiento guerrerista. Hoy, cuando las castañas se le queman en su amañado fuego político, ha querido impulsar un antipatriótico odio visceral contra el gobierno colombiano, personalizando contra su par Uribe un conflicto inentendible, cuando trata de desvincular el mando institucional de éste con su apoyo popular, paradójicamente, porque le causa irritación que éste aumente su popularidad en un arrebato por su elección a un tercer período electoral, mientras que él no de pie con bola, y, a pesar de su empeño, arrogancia y acciones poderosas, planea en su picada abismal. Todo un acto contradictorio con la política que existió en el pasado reciente, cuando se efectuaron entrevistas entre representantes de la Guerrilla colombiana y voceros de Venezuela, motivadas por un esfuerzo del gobierno o del pueblo venezolano en ayudar a Colombia en la solución del trauma que la ha atormentado desde hace bastante tiempo.
Entonces se lucho porque no se distorsionaran las ideas, y porque los fervientes opositores en la relación Venezuela-Colombia, sin dejar de mantener su espíritu crítico, aportaran soluciones en una detente necesaria que permitiera la discusión del problema y a la vez, ayudara a la integración que es un fenómeno necesario e imparable, por lo que debemos reflexionar en lo que hacemos, en lo que podemos hacer y en lo que debemos hacer, sin bajar la guardia ni la cabeza, pero hacia el fin que se propuso: “ayudar a Colombia”.
Hubo acciones del gobierno colombiano permitiendo la liberación de un territorio tratando de encontrar la paz con la guerrilla, pero en este intento no se logró lo pensado. La “Sociedad Civil colombiana” ayudó en el intento para un recomienzo al intento de paz y se pensó que Venezuela surgiría como el árbitro del equilibrio, pero lamentablemente, al asumir Chávez el poder, éste personalizó la relación con la guerrilla declarándose neutral, llegando al extremo de pedir al mundo la descalificación de terroristas a las guerrillas y su consideración como fuerzas beligerantes, con el fin de que estas lograran su calificación de fuerzas regulares en los códigos de guerra.
En varios textos con el título: “Colombia y Venezuela: una relación conflictiva”, publicamos varios artículos comenzando por el actual: “Vecindad y Fronteras”. Partiendo nuestra idea de que, Colombia es el vecino más conflictivo en las relaciones bilaterales con Venezuela, y despierta gran avidez de los estudiosos políticos, quienes tratan de encontrar soluciones (muchas impensadas) a los problemas que surgen del día a día en las comunidades que se asientan en la franja territorial de su frontera, la llamada frontera caliente o viva del sur-occidente de Venezuela y nor-oriental de Colombia. Y, dentro del esquema de cambios que ocurren en ambas naciones, han surgido muchos y algunos serios enfrentamientos verbales entre líderes de los dos países. En un comienzo del proceso llamado por Chávez “revolucionario”, se enfrentó a Andrés Pastrana, apreciándose en ambos líderes un acalorado sentimiento nacionalista, que pareció conformar una matriz de opinión en ambos países que, sin poner en serio peligro las relaciones binacionales, creó una gran confusión en el común de los pueblos fronterizos, sobre la relación que debe existir entre ellos. Con más precisión, la conducta que deben asumir, para no caer en provocaciones antinacionalistas.
Fue lamentable la situación Chávez-Pastrana, que reflejó la divergencia en dos aristas diferentes, una colombiana con diversos actores, y el interés venezolano por participar solo en la salida pacífica al problema, sin involucrar otros problemas nacionales y sin producir discusiones que pudieran crear un clima beligerante en las relaciones interestatales. Situación conflictiva que se ha agravado con la postura Chávez-Uribe.
Como bien lo expone el ex ministro de Relaciones Exteriores de Colombia Alfredo Vázquez Carrizosa, en su libro “Colombia y Venezuela, una Historia Atormentada” (Bogotá, 1988), «las relaciones entre los gobiernos de los dos países más que atormentadas han sido en mucho, equivocadas”. En lo que se refiere al lado nuestro, Venezuela ha sido casi constante en llevar una política con el país vecino signada por el prejuicio. Y en este sentido, pensamos que una de las causas evidentes y quizás la principal de tal conducta es el desconocimiento que muchos venezolanos y colombianos tienen de la historia común de ambos países; cuyo inicio por separado comienza con las nuevas repúblicas que surgen con la separación de la Gran Colombia en 1830.
La ausencia de un análisis sobre el elemento psicosocial, la confusión sobre las verdaderas causas de los males que aquejan a estos países y el uso de epítetos para indisponer los gentilicios, unido al hecho social de que muchos geopolíticos de ambas nacionalidades no saben diferenciar entre la táctica y la estrategia, o entre ésta última y las políticas, hace que los líderes encargados de las relaciones internacionales asuman solo el significado fácil de su jerarquización como un conflicto internacional, sin percibir la más elemental concepción geoestratégica, que les permita discernir con claridad para tomar las acciones que la relación internacional demanda entre países vecinos de igual origen, cultura, costumbres, raza y hasta de parentesco y nacionalidad. Situación que se ha agravado aún más con la amenaza bélica asomada por Chávez por el temor al acuerdo Colombia-USA para el uso de siete bases militares en una ampliación del Plan Colombia y el acuerdo de 1952, que fue similar al que tenía con Venezuela hasta la expulsión de la Misión Militar de USA en Venezuela. Hace poco tiempo.
La grave situación que vive Colombia, y que cada día se agudiza más, ha devenido en un problema regional, lo que hace también crítico e inconveniente el pensar venezolano, de intervenir para ayudar directa y unilateralmente en su solución, sin saber con precisión a qué se enfrenta. No puede olvidarse u omitirse, que los escenarios geográfico, económico y político son diferentes. Colombia es en gran parte un país rural en el cual la geografía y particularmente la orografía, juegan papeles determinantes; las carreteras en general son malas, tortuosas y entre cerros.
En comparación, el escenario venezolano es diferente. Venezuela no deja de ser también un país rural por sus costumbres y población. Habitada en un 75% en la zona urbana del país, comprendida en la región, norte central y costanera. Es, como se definen los países con una orografía mayormente plana, donde la forma territorial y lo poco escarpado de su territorio, le hace posible crear y mantener un desarrollado sistema vial, que permite, aún por vía terrestre, la unión de la capital con el más alejado confín del territorio en menos de 24 horas.
En lo sociopolítico, el colombiano tiene poco interés por lo que sucede fuera de su ambiente inmediato y circundante del y en el cual se autoabastece. A diferencia del venezolano con Caracas, al provinciano colombiano y sobre todo al campesino, poco le importan las decisiones que se toman en Santa Fe de Bogotá porque en buena medida también poco le afectan.
De manera general, el escenario colombiano (topografía, política y economía), favorece la acción de la guerrilla cuya presencia beneficiada por estos factores se fue consolidando hasta llegar a constituir un Estado dentro del Estado. A esto se une el hecho de que la estructura social colombiana es férrea, en el sentido de que la clase social dominante juega un papel determinado y llena un específico e importante espacio, que no desea compartir ni siquiera transitoriamente. Tiene peso político y económico sensible y, por lo demás, su lugar es aceptado como algo inevitable por las fuerzas armadas y por gran parte del clero y de la clase media.
A todos estos señalamientos podemos agregar que, Colombia siempre ha sido un país tradicionalmente violento, muchos hechos de la historia así lo marcan. Y, aunque nadie niega que la guerrilla es actor social violento, como lo fueron los desmovilizados paramilitares y los narcotraficantes y, por la dinámica de la guerra irregular y el terrorismo, las propias fuerzas armadas.
La violencia en Colombia es registrada como crónica por las estadísticas internacionales. La historia de la insurgencia señala el homicidio con características alarmantes en cuanto a su recurrencia numérica, como primera causa de muerte en ese país, aun sin considerar los hechos atribuidos a la guerrilla y al terrorismo, que entre otros, históricamente han mencionado los mismos analistas colombianos los siguientes: “voladura de oleoductos, secuestro de obispos, asesinato de sacerdotes, destrucción de la ecología, voladura de torres de energía, masacres permanentes de campesinos, mantenimiento en cautiverio por secuestro a mas de 1.500 colombianos; secuestro, extorsión y asesinato de extranjeros, secuestro de delegados internacionales de la OEA, tráfico con el dolor de las viudas y los huérfanos; auspicio mediante amenazas, del desplazamiento de campesinos, obligando a abandonar poblaciones enteras; desconocimiento del Derecho Internacional Humanitario, incorporación de niños como carne de cañón para la guerra; uso de minas `quiebrapatas´, manipulación de los medios de comunicación, dilapidación de la ayuda internacional destinada a los más necesitados, etc.” Algo queda claro: la violencia en Colombia no es un fenómeno de raigambre exclusivamente político, a ella se suma el narcotráfico y la acción terrorista asumida por la guerrilla. Agravada hoy por las amenazas sin sentido de Hugo Chávez.