Vayan nuestras disculpas
El retraso fue inexplicable e inexcusable. No fue culpa de los venezolanos
de a pie. Los ciudadanos comunes y corrientes que nada tuvimos que ver con
semejante dislate. La mayor parte de nosotros concordamos con ustedes en no
apoyar actos de ese género. Alguno dirá que nunca es tarde cuando la dicha
es buena. Pero la justicia, cuando lenta, cuando no oportuna, cuando con los
ojos cerrados por dormida, juega en contra de la sociedad. La verdadera
justicia es la gran perdedora cuando es ignorada, cuando pisoteada en su
dignidad y decoro. La tardanza ha producido innumerables disgustos aquí y
allá. Pero reconocemos que allá ha sido peor. Porque allá está instalado el
dolor, allá están los deudos, allá apoltronados los sufrimientos.
Perdón, colombianos. Lo escribí una vez. Lo vuelvo hacer. Me gustaría mucho
poder decirles que Ballestas es extraditado en un final y honroso ejercicio
de la verdadera justicia. No es así. Ocurre porque el caldo se puso espeso,
tan espeso que la cuchara llegó a punto de inmovilización. Curiosamente la
sentencia suprema ocurre en el día en que los venezolanos le paramos el país
al régimen. Y el régimen decide jugar al niño bueno. La noticia inunda los
medios. Vaya elemento distractor. Ocurre además cuando el Sr. Pastrana duda
sobre las conveniencia de desplazarse a nuestra preciosa Margarita, para
asistir a la cumbre de países caribeños. La sentencia se dicta justo el día
antes de cumplirse 3 meses de los trágicos sucesos del World Trade Center y
el Pentágono, perpetrados por mentes terroristas. Demasiada casualidad para
creer en coincidencias.
De cualquier manera, sofocones mediante, el hombre va para allá, y en los
bolsillos de su pantalón y su chaqueta, adheridas a su piel criminal, van
nuestras disculpas, las de los millones de venezolanos que, de haber podido,
lo hubiéramos entregado a la justicia colombiana en menos tiempo de lo que
toma decir: ¡Ballestas, criminal!