Opinión Internacional

Uribe y Chávez frente a frente otra vez

Nunca hice parte del coro de formadores de opinión, periodistas, políticos y diplomáticos que apostaron a que el cambio de gobierno en Colombia, -aun cuando el sucesor de Uribe fuera su delfín Juan Manuel Santos-, significaba, forzosamente, la normalización de las relaciones entre Venezuela y su más importante vecino.

Y por una razón muy sencilla: Chávez llevó las relaciones a tal grado de deterioro, fueron tantas las agresiones que lanzó contra Colombia y sus gobernantes y los desplantes para indisponerlo con el resto de países de la región, que era ingenuo pronosticar que el restablecimiento de las relaciones no iba a conllevar un trauma igual, o superior, al que había conducido al rompimiento.

Para demostrarlo, la destrucción del comercio bilateral, principal logro de los países vecinos y hermanos en su promoción del Pacto Subrregional Andino y la Comunidad Andina de Naciones, que solo en el 2008 facturó 7000 millones de dólares y procuró empleo a cerca de 500.000 trabajadores de Colombia y Venezuela.

Pero había más, mucho más: Chávez no ha cesado de amenazar a Colombia permisando, por acción u omisión, la existencia de fuerzas irregulares neogranadinas en territorio nacional, algunas veces negándolo, otras sin pronunciarse en un sentido u otro, las más matizando sus opiniones, pero sin hacer nada efectivo para detener a los subversivos, empujarlos más allá de la raya, o tomar acciones para disuadirlos y poner fin a sus operaciones.

Y no lo dicen sólo el gobierno de Uribe, y los nacionales colombianos, sino, primero que ninguno, los millones de venezolanos que residen en los estados Zulia, Táchira, Apure y Amazonas, los cuales, ofrecen a diario testimonios, de cómo son las FARC y el ELN los que imperan en los pueblos de la frontera, imponen su ley, le cobran vacunas a los ganaderos y empresarios, impuestos a la ciudadanos, dirigen asuntos de orden público como el tránsito, y no pocas veces sustituyen al gobierno nacional en la administración de justicia y la atención de los servicios públicos.

Y bajo la mirada indiferente, si no complaciente, de los cuerpos policiales nuestros, de la GN y la Fuerza Armada Nacional, que, no solo no procesan las denuncias de sus compatriotas, sino que casi siempre se hacen la vista gorda ante la presencia de lo que se puede llamar, sin remilgos, una fuerza de ocupación internacional.

Y sin hablar de los secuestros que se perpetran hora a hora y minuto a minuto, de los ajustes de cuentas y los atentados, y de la persecución, acosos y castigos a que someten los irregulares a los habitantes de uno y otro país que protestan contra tal estado de cosas.

Esto, sin embargo, no es lo más trascendente desde el punto de vista del gobierno y el estado colombianos, pues es un decir –y el ministro de la Defensa, Gabriel Silva, presuntamente presentó las pruebas el jueves pasado en una rueda de prensa-que desde tales santuarios de lanzan a menudo ataques contra el ejército neogranadino, y en conjunto, contra la infraestructura y las instalaciones de ese país.

Pero, igualmente, habría que agregar la posición de Chávez y su revolución desde que se entronizaron en Venezuela, en el sentido de declarar la neutralidad de su gobierno frente al conflicto colombiano, abogar porque se le reconozca a las FARC el status de beligerancia, oponerse a la calificación de “terroristas” que les ha colocado la ONU y la OEA, y actuar sin ambajes para intervenir en los asuntos internos de Colombia, como se demostró cuando fue mediador para liberar a un grupo rehenes, y con las evidencias de que financia grupos opositores a Uribe, algunos democráticos y pacíficos, otros insurgentes y guerreristas.

De modo que, pretender que a causa de que se ha operado un cambio de gobierno en el país de Santander, y el sucesor de Uribe es Juan Manuel Santos, simplemente se va a voltear la página, a hacer borrón y cuenta nueva y a regresar las relaciones al lugar de donde salieron, pues, no solo es una utopía en estado puro, sino una tamaña ingenuidad que ignora el conjunto de elementos estratégicos que está en juego, en lo que toca en su relación con Chávez, para la democracia colombiana y sus nuevos líderes.

Y el más importante de todos: es el de la seguridad nacional colombiana que está por encima del restablecimiento del comercio bilateral, y tiene significados diametralmente opuestos para un país en paz, que para otro que continúa amenazado por un ejército de 20 mil irregulares,

De ahí que considere que, los que apostaron al restablecimiento de las relaciones “”sin condiciones” están igualmente equivocados cuando piensan que Uribe y Santos están divididos en este asunto, que este último no sostiene la tesis de perturbar el diálogo con Chávez y que ha nacido una discrepancia entre Uribe y su sucesor que tendrá consecuencias impredecibles a futuro.

Por el contrario, creo que el presidente y su sucesor se han dividido el trabajo en lo que llamo un capítulo de la diplomacia de la “zanahoria y el garrote” y que mientras Santos dice que quiere regularizar las relaciones, que es propicio al diálogo y saca la rama de olivo, el segundo sostiene que muy bien, pero no sin discutir antes la presencia de comandantes y jerarcas de las FARC y el ELN en territorio venezolano.

Lo había dicho Uribe, cuando días después de la elección de Santos, afirmó en un acto en Bogotá, que el tema de los terroristas no iba a ser aplazado por conveniencias diplomáticas más, conveniencias diplomáticas menos, y siempre sería el primer punto en la agenda del gobierno al sentarse a discutir con sus vecinos.

Y, por su parte, Santos, lo acaba de confirmar al declarar que el tema de los guerrilleros de las FARC y el ELN en territorio venezolano estaría como uno de los puntos principales en sus reuniones con Chávez… si es que se realizan.

En otras palabras: que fin de las ilusiones de que Santos, por la simple oferta de restablecimiento de las relaciones, iba subrrogar y aplazar el elemento más trascendente de las relaciones, ya que, si se baypsean las cuestiones fundamentales, es posible que se promueva una paz ficticia durante meses o quizá un año, pero para estallar con más furia cuando se compruebe otra vez sque el proyecto de Chávez no pasa, precisamente, por respetar la frontera, ni la soberanía colombiana.

Así como tampoco es posible esperar que si Chávez continúa agrediendo a sus vecinos y exportando su anacrónica e inviable revolución, los organismos multilaterales del continente, y aun países en particular, no se muevan para poner fin a sus atropellos.

Es un individuo fuera de tiempo, de lugar y de la realidad, pero que, por eso mismo, no entiende otro lenguaje que el de los que deciden a meterlo en cintura.

El expresidente de Honduras, Roberto Micheletti, es el último político de la región en ofrecer pruebas contundentes en ese sentido, pero también Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos le hicieron sacar las manos de Colombia y no precisamente de buenas maneras.

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