Una voz antes que un rostro
(%=Image(4221571,»C»)%)
El 15 de junio de 1940, se recordará como uno de los días más nefastos de la historia de Francia. Habían transcurrido diez meses desde la declaración de guerra contra Alemania por parte de Francia y el Reino Unido, el 3 de septiembre de 1939. Ambos países habían tomado esa decisión luego de que Hitler invadiera Polonia. Los dos ejércitos aliados se concentraron en ocupar posiciones defensivas y esperar que el enemigo actuara, una tímida campaña militar que fue tomada con sorna por el ejército alemán que la calificó de «Sitzkrieg» o «guerra de sentados» y que en occidente se conocería como “dróle de guerre” o “farsa de guerra”.
Debilitada por la crisis económica, su población polarizada y dividida en facciones, aislada diplomaticamente, con un ejército desmoralizado y sin una estrategia militar coherente, Francia fue invadida por el ejército nazi. Al día siguiente, el 16 de junio, el mariscal Petain es nombrado presidente del Consejo, firmando el armisticio con el enemigo el día 22. Bastaron siete días para que se gestara la tragedia. Francia fue ocupada por las tropas de asalto de Hitler bajo el manto colaboracionista del régimen de Vichy.
Desde mediados de mayo las divisiones nazis venían avanzando velozmente. Los generales franceses habían colocado su confianza en la línea Maginot, una serie de fortificaciones, bunkers y trincheras a lo largo de la frontera con Alemania, pero la ausencia de una estrategia militar hizo que resultara un fracaso pues las divisiones alemanas la rodearon invadiendo por Bélgica y atacaron justo donde ésta terminaba, en su extremidad occidental, por las Ardenas. La experiencia militar francesa se sustentaba en un paradigma bélico de grandes frentes de batalla estáticos, una guerra de trincheras, sin entender que la estrategia militar había evolucionado. La Blitzkrieg o guerra relámpago con la introducción de nuevos elementos tácticos en el escenario bélico como las veloces divisiones Panzer, los escuadrones de aviones caza de la Luftwaffe, el dinamismo de las fuerzas aerotransportadas, entre otros, hicieron que la línea Maginot resultase uno de los fracasos estratégicos más costosos e inútiles de la historia. Desde el 27 de mayo, las fuerzas alemanas venían encajonando a los ejércitos aliados en franca retirada, aislando y dejando atrapados en las cercanías de Dunkerque a seiscientos mil soldados anglo-franceses y a cientos de miles de refugiados civiles. Fue el prólogo a la ocupación nazi y a la alianza con el gobierno militarista, colaboracionista y antijudío del mariscal Petain.
Un joven piloto, el capitán Antoine de Saint-Exupéry, quien meses antes piloteaba aviones postales, es testigo desde la cabina de su avión de reconocimiento de la furia del avance alemán. Se estremece ante las escenas del caos y dislocamiento que produce la retirada de masas de soldados y civiles chocando al huir con los contingentes que aún enfrentaban al invasor, lo que producía horrorosos embotellamientos en las carreteras que eran aprovechados por los cazas alemanes para ametrallarlos: “Se huye a una velocidad de cinco kilómetros por día, de los tanques que avanzan a campo traviesa a más de cien kilómetros y de aviones que se desplazan a seiscientos kilómetros por hora”. Saint-Exupéry sabe que Francia está derrotada y que los reconocimientos aéreos son inútiles pues ya no tenía a dónde ni a quién reportar los movimientos del avance enemigo. En tres semanas los alemanes habían derribado diecisiete de los veintitrés equipos aéreos de reconocimiento: “Se sacrifican los equipos como si fueran vasos de agua arrojados en el incendio de un bosque. (…) Sin embargo, yo prosigo mi vuelo con una imperturbable seriedad. Me lanzo sobre el ejército alemán a ochocientos kilómetros por hora y tres mil quinientas revoluciones por minuto. ¿Para qué? ¡Pues para asustarles!”. Esto lo describe descarnadamente en su log-book que luego plasmaría en su libro “Piloto de guerra”. Saint-Exupéry insiste en la responsabilidad de resistir y combatir para brindar esperanza a los otros: “Estamos a fines de Mayo, en plena retirada, en pleno desastre. Todo está en suspenso. Todo está perdido. Claro que estamos vencidos. Pero yo continúo experimentando la tranquilidad de un vencedor. ¿Que son contradictorias mis palabras? Me río de las palabras. No dispongo de ningún lenguaje para justificar mi sentir victorioso pues me siento responsable. Nadie puede sentirse a la vez responsable y desesperado”. El coraje y las reflexiones de este piloto vaticinan lo que sucederá en los días, semanas y meses siguientes, el surgimiento de una voz que logrará el reagrupamiento de los patriotas franceses que darán la pelea al invasor, de allí que dijera: “La derrota puede, en ocasiones, revelarse como el único camino hacia la resurrección, a pesar de sus fealdades. Yo bien sé que para crear un árbol se condena a una semilla a pudrirse. El primer acto de resistencia, si llega demasiado tarde, es siempre perdedor. Pero es el despertar de una resistencia. Tal vez un árbol saldrá de él como de una semilla”.
El 18 de junio de 1940, a los tres días de la invasión y ocupación en progreso, a las ocho de la noche y a través de la señal de la BBC de Londres, en la oscuridad de ciudades sitiadas y campiñas arrasadas, una voz recorre Francia lanzando las semillas de la resistencia, del combate por la libertad. Fue el llamado histórico del General Charles de Gaulle, quien había desconocido el régimen apátrida de Petain y se había exiliado en Inglaterra luego de tratar infructuosamente de convencer al Gobierno de que abandonara Francia y se estableciera en Argel, desde donde se reagruparían los ejércitos para recuperar la patria y se mantendría libre del deshonor de un armisticio con los nazis. Ante la entrega de Francia a Hitler por el Estado Mayor, abandonó el país y asumió el mando de la Francia Libre o Francia Combatiente (France Combattante) hasta la liberación. Charles de Gaulle era un desconocido para la mayoría de los franceses quienes escuchaban su voz pero no sabían quién era ni siquiera cómo era su rostro.
Esa voz a través de la radio, aglutina a las primeras redes de resistencia donde participan por igual «intelectuales, periodistas, personal de museos, bomberos, mecánicos, que se convierten de un día para otro en personas de acción» (Agnés Humbert, La Resistencia). El 22 de junio, de Gaulle hace un segundo llamado, esta vez a soldados, marinos y aviadores “con o sin armas” a unirse y organizarse, a acudir a Inglaterra para recibir entrenamiento. Sus arengas radiales se suceden sin interrupción durante meses, brindando esperanza y guía para los franceses combatientes que en cuatro años sumaron decenas de miles, un ejército anónimo en las ciudades, montañas y bosques, llamado “el ejército de las sombras”. El 28 de junio insta a los generales y demás oficiales de los territorios franceses a plegarse a la Francia Combatiente y ese mismo día es reconocido por los británicos y aliados como jefe de los Franceses Libres. Una voz que transmitía convicción, una voz coherente y responsable en medio del caos, la incertidumbre y la angustia de la ocupación nazi, una voz que no cesó en promover la unidad de los franceses, de motivarlos para resistir y luchar por su libertad.
La mayoría de los radios eran de cristal de Galena, de simple construcción, que se componían de un audífono, una antena y un semiconductor de sulfuro de plomo (PbS) o piedra Galena, muy populares en esa época. De esa forma se recibían los mensajes radiales en todos los rincones de Francia. La lucha consistió en reconocimiento e información de los movimientos del enemigo, sabotaje y operaciones militares contra las tropas de ocupación alemanas y contra las fuerzas apátridas del régimen de Vichy. Se creó una prensa clandestina, se editaron folletos, se crearon centros para la producción de documentación falsa, organizaron huelgas y manifestaciones, se contruyeron bunkers y escondites para los combatientes, así como múltiples redes secretas para el rescate de prisioneros de guerra evadidos, de jóvenes desertores al STO (Servicio de Trabajo Obligatorio) impuesto por los alemanes y evacuación de judíos perseguidos.
Presidido por Jean Moulin, delegado de de Gaulle en territorio francés ocupado, en 1943 se reune por primera vez en París el Consejo Nacional de la Resistencia, encuentro donde participan partidos políticos y delegados de las confederaciones de obreros y trabajadores, de la CFTC y de la CGT. Tres años después del histórico llamado de de Gaulle, se comenzaban a ver los frutos de la Francia Combatiente, de esa unión de militares, políticos, agricultores, obreros y gente común que significó el germen de la reconquista de la libertad, así como del incipiente borrador de los conceptos democráticos que regirían la futura Francia liberada. La resistencia francesa sin duda condujo al triunfo de los ejércitos aliados. La historia que sigue ya es conocida, el 6 de junio de 1944 sucede el desembarco de las fuerzas aliadas en Normandía. París es liberado el 5 de octubre de 1944.
Era la primera vez en la historia que un héroe nacional se hacía conocer a través de la radio. En su primer llamado a los franceses aquél 18 de junio de 1940, esa voz dijo con certeza y emoción: “Pase lo que pase, la llama de la Resistencia Francesa no debe apagarse y no se apagará” (“Quoi qu’il arrive, la flamme de la résistance française ne doit pas s’éteindre et ne s’éteindra pas”). El asumió la responsabilidad de mantener viva esa llama durante cuatro años. Charles de Gaulle fue una voz antes de convertirse en un rostro.