Opinión Internacional

Una reelección desgraciada e inoportuna

Hace cuatro años, la postulación del chileno José Miguel Insulza, un premio de consuelo de parte de su entonces promotor político, el presidente Ricardo Lagos, debió sortear inmensas dificultades y una encarnizada oposición hasta conseguir la ansiada Secretaría General de la OEA. Fueron necesarias decenas y decenas de rondas electorales para terminar ungiéndolo en la Secretaría General.  Para pasar el desfiladero del rechazo, debió conciliar los intereses del teniente coronel Hugo Chávez y su padrino Fidel Castro – que en un principio se empecinaron en cargarlo de muy ofensivos denuestos – con la predisposición claramente negativa a su respecto por parte del Departamento de Estado.

 No obstante, haciendo gala de su bien ganado apodo con que se le conoce en los mentideros políticos chilenos – el “Panzer” – terminó por zurcir el patchwork que lo llevara al ansiado galardón. Cuatro años después, logra la repostulación de la mano de Michelle Bachelet y del presidente electo, Sebastián Piñera. Se ve respaldado por la centro izquierda y la centro derecha del espectro nacional. ¿Producto de una exitosa ejecutoria, de su versallesca capacidad de maniobra o de los réditos de una vida al servicio de las dos aceras de la política chilena?
 
            Ni lo uno, ni lo otro. Sebastián Piñera no tenía otra alternativa que darle su respaldo. Descargando su eventual responsabilidad en la necesidad de practicar “una política de Estado”. Habiendo sido postulado por la saliente presidenta de la república en andas de una discreta pero impetuosa campaña de su cancillería, cuyo ministro agotó sus últimas horas de gestión realizando un viaje relámpago a Caracas y Washington para recabarle apoyos, negarle el respaldo al compatriota exitoso – Piñera dixit – hubiera sido una auténtica boutade. Más en un comienzo de gobierno que apuesta a reciclar la democracia de los consensos inaugurada hace veinte años por Patricio Aylwin.
 
            Tal respaldo no logrará aliviar los muy justificados rechazos que una muy desgraciada ejecutoria al frente de la OEA ha terminado por despertar entre importantísimos factores de la política regional, como los Estados Unidos y Canadá. Apenas endulzados por las insólitas declaraciones de Celso Amorim, responsable de la funambulesca cesión de su embajada en Tegucigalpa para que sirviera de comando de campaña del defenestrado Mel Zelaya. Que el canciller chileno deba salir a reclamarle al Washington Post por sus irrebatibles acusaciones contra quien se jugó su puesto por atornillar a Zelaya, reivindicar pública e internacionalmente al siniestro dictador cubano e hiciera oídos sordos a los dramáticos reclamos de la oposición venezolana – a la que detesta, según confesión a quien esto escribe – deja muy mal parada a la cancillería chilena. Poniendo en pie forzado a quienes deberán dar vuelta algunas páginas dudosas de la política internacional de la Sra. Bachelet. Como su ominosa pasantía por La Habana, su rechazo a contactar a la disidencia y el portazo con que fuera despedida por el tirano caribeño. Sin mencionar su discreto respaldo al teniente coronel, que enfila sus baterías hacia la radicalización postrera de su gobierno, poniendo en jaque a la democracia venezolana y anunciando graves problemas para el eventual futuro Secretario General de la OEA. Si es que, electo, se decide de una buena vez por tomar en serio la Carta Democrática.
 
            Al editorial del Washington Post se ha sumado una implacable requisitoria del embajador norteamericano Robert Noriega, publicada por El Mercurio de Santiago en los instantes en que se cocinaba el respaldo del próximo presidente de la república a quien Noriega acusa de haber faltado a su palabra de defender las democracias en la región, engañado a Condoleezza Rice cuando le asegurara su compromiso de atender no sólo al origen sino también al desempeño de los regímenes gobernantes y haber servido a los intereses de Fidel Castro y Hugo Chávez. Peor aún: de haber desprestigiado a la OEA, a la cual su reelección podría infligirle un grave daño.
 
            Son argumentos de suficiente peso como para suponer que Insulza no comenzaría su eventual segundo período con buenos augurios. Sin duda, la suya podría ser una reelección desgraciada e inoportuna.

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