Una locura recorre el hemisferio
Según los entendidos, quienes padecen de trastornos mentales graves afectan a aquellos que integran su entorno, envolviéndolos también, en mayor o menor medida, en su desarreglo; de allí que el tratamiento de estos enfermos deba incluir, en ciertos casos, a los que los rodean, con vistas a lograr una cura satisfactoria.
Con la locura ideológica ocurre lo mismo, y el ejemplo más patente lo estamos sufriendo los latinoamericanos en estos tiempos oscuros en que se pretende imponer un modelo de manejo de los asuntos públicos, ya superado por el avance político, económico y social experimentado en la mayoría de las naciones del hemisferio.
Hoy el foco principal de propagación de esta enfermedad político-ideológica es Venezuela. Curiosamente, el país que fue ejemplo de democracia en el continente, mientras estuvo rodeado por una cadena de tiranías militares que creíamos había pasado a la historia. Un país que con todas sus imperfecciones mantuvo el pluralismo político y acogió siempre en su seno de manera desinteresada a los perseguidos por el despotismo latinoamericano.
Sin embargo, se ha demostrado que no estamos exentos de recaer en estas situaciones de retroceso social, sobre todo, en países como los nuestros que -desgraciadamente- llevan en su ADN esa proclividad a seguir líderes mesiánicos que ofrecen construir el cielo en la Tierra suprimiendo las libertades.
La letal enfermedad que se está expandiendo no es otra que la del autoritarismo militarista, con sus matices colectivistas, populistas, chauvinistas y fascista-indigenistas. Con vista a tales propósitos, se utilizan las formas democráticas y se promueven asambleas constituyentes que consagren la reelección indefinida de los gobernantes autoritarios.
Así, desde el poder alcanzado, tiranuelos electos desencadenan procesos de destrucción de la democracia desde sus mismas entrañas. Vacían a las estructuras político-constitucionales de sus principios y garantías de libertad y demuelen las instituciones establecidas, valiéndose de los mecanismos que aquella ha creado, desnaturalizándolos, todo en función de un proyecto despótico que persigue eliminar la pluralidad política, la propiedad privada y el libre juego de las ideas.
En la ejecución de esta suerte de libreto anacrónico y perverso, se suprime la descentralización político-administrativa, se caotiza el Estado, se corrompe la administración, se conculca progresivamente los derechos de libre expresión, información y prensa, criminalizándolos; se pretende adoctrinar mediante modelos educativos de corte totalitario; se concentra el poder en manos del poder ejecutivo, eliminando su autonomía; se destruye la economía productiva, acosándola y cercándola; se ahuyentan las inversiones en general y se persigue toda manifestación de oposición, generando así una anarquía en las sociedades en que se implanta.
Esta demencia política opera en un caldo de cultivo social conformado por poblaciones cargadas de problemas y de esperanzas, pero muy dadas a seguir demagogos aventureros, duchos en la manipulación de los mitos y en grandilocuencia a la hora de las promesas fantasiosas.
Los que pretenden implantar este modelo no tienen escrúpulo alguno para acomodarse a las circunstancias y a la hora de tejer sus alianzas. Son capaces de comprometer al país poniendo por delante sus intereses políticos particulares en detrimento de los del país. Sus socios pueden ser los narcoterroristas de las FARC, los fundamentalistas islámicos de Hamas y Hezbolá, la ETA, los déspotas Putin, Lukashenko, Mugabe y Ahmadinejad, o cualquier delincuente que haga falta.
La lamentable situación que hoy experimenta Honduras es una prueba fidedigna del rechazo a un intento de aplicar este mismo esquema retorcido a como dé lugar, y las pruebas son evidentes al ver la intervención descarada de los gobiernos de Venezuela y Nicaragua en estos acontecimientos.
Latinoamérica es hoy campo de batalla entre este modelo autoritario y empobrecedor y la fórmula democrática del bienestar material y de respeto de las libertades fundamentales del hombre. A medida que se aceleran los acontecimientos hemisféricos, muchas más personas y países se dan cuenta del dilema.
Por un lado, la búsqueda del conflicto permanente, el impulso armamentista, el fomento de la violencia, el afán desestabilizador, la carrera enloquecida hacia ninguna parte y a una mayor pobreza; y por el otro, el sendero del diálogo, la cooperación y la integración fructíferas, de la paz, de la garantía de los derechos humanos y de la producción de riqueza en equidad.
De cara a esta locura ideológica, está un modelo político y económico que va dando, con sus naturales altibajos, resultados positivos en términos de libertad, prosperidad y equidad. Brasil, Chile, Costa Rica o Colombia, si mencionamos sólo algunos, van avanzando en tal sentido de progreso, afincados en la pluralidad política y el respeto de los derechos humanos, todo en función de alcanzar niveles superiores de equidad social.
La deriva política demencial de unos pocos gobernantes es posible frenarla y aislarla. Ésa es la tarea prioritaria de los verdaderos estadistas responsables del hemisferio. Ese objetivo lo alcanzaremos si revigorizamos las instancias de cooperación existentes, para lo cual es imprescindible un remozamiento profundo y una adecuación flexible a los nuevos desarrollos, de modo que se vuelvan más eficaces a la hora de preservar la democracia y la libertad de los ciudadanos.
Quizás estos deseos sean vistos como los de un iluso, habida cuenta de la experiencia. Es posible que tengan razón los que así piensan. En política, como lo enseñaba el maestro Raymond Aron, la elección no es entre lo bueno y lo malo, sino entre lo detestable y lo preferible. De allí que apostemos por que se imponga lo preferible, con todo y sus imperfecciones. Y esto significa seguir el difícil camino de los encuentros institucionales y/o informales, debates, negociaciones, consensos y acuerdos, y de los nuevos desencuentros. Perseverar tercamente este proceso es la única garantía de que no nos matemos y que la paz pueda tener una oportunidad, así ésta sea inestable.
Con sus defectos y fallas, las organizaciones internacionales de nuestro hemisferio están obligadas a promover y proteger la democracia y la libertad, de cara a los intentos de imponer un modelo tiránico de nueva generación que se proyecta desde Venezuela.