Una Fatwa inolvidable
Era un 11 de septiembre y veníamos de unas breves vacaciones a orillas de una encantadora playa del Caribe. Yo venía pensando en esa fecha luctuosa que recuerda Chile con desgarrador dolor inconmensurable cuando Pinochet bombardeó el Palacio de La Moneda un septiembre negro. Estaba en el Terminal de Pasajeros comprando unos boletos cuando observé con espanto, con terror mejor dicho unas imágenes en tiempo real; las emblemáticas torres gemelas que se erguían imponente sobre los cielos de New York se derrumban cual castillo de naipes. No podía dar crédito a lo que mis estupefactos ojos estaban viendo en la gran pantalla del televisor; un inmenso hongo de humo y fuego colmaba el radio de acción que cubrían mis ojos.
– Estoy presenciando una ruptura del hilo cronológico de la Historia Universal, me dije en medio del schok emocional del que era presa mi sensibilidad de viajante.
El impacto de las imágenes televisivas se sucedía en medio de un espeso magma de desconcierto racional; mi razón logocéntrica se tornaba endeble, frágil, huidiza ante un aluvión de hipótesis que venían a mí en forma atropellada y sin concierto. Recordé pasajes de Tucídides y su “Guerra del Peloponeso”, evoqué por instantes fugaces el incendio del cielo cuando estalló en Hiroshima la bomba atómica; pensé en la Jamajairiya Libia, se me agolparon los nombres de Septiembre Negro, de Al Fatah, de Abu Nidal en la memoria perturbada por ígneas imágenes que surgían del corazón del imperio planetario. El globo terráqueo se inquietó a tal extremo que los humanos se interrogaban si no estaban en el umbral de una conflagración mundial. ¿Cuántos muertos quedarían bajo los escombros de toneladas de concreto armado y hierro?, ¿cuántas víctimas inocentes se los tragó la muerte súbita e intempestiva de un Martes aciago y amargo para la humanidad que ama y sufre viviendo la vida contracorriente?. ¿Cuántos libros, cuántos programas se destruyeron con el derrumbe de las Torres del World Trade Center?. La barbarie con rostro humano –pensé-.
Y digo, con melancólica nostalgia: ¿qué puede hacerse cuando unos hombres posesos de una idea fervorosa, política o religiosa, deciden inmolarse y arrastrar consigo a miles de seres que ni remotamente tienen algo que ver con tan mefistofélica acción tanatocrática. Porque, ¿qué otro calificativo que no sea luciferino puede merecer una acción tan abominable como la de las Torres Gemelas de New York?.
Estoy literalmente de acuerdo con que “la violencia es la partera de la Historia”, sí pero cuando dicha violencia es el resultado de un largo, paciente y meditado proceso de toma de conciencia por parte los oprimidos de todos los siglos por el Estado, no importa de qué signo sea el mismo. El terror no funda la posibilidad de la sociedad solidaria; el terror acicatea el miedo a la libertad, incuba la miseria en el espíritu y el ánimo del homo sapiens. El terror es el lado oscuro de la especie; por él “se va a la ciudad doliente”, “al eterno dolor”, -como diría el gran Dante-.