Una campaña pluralmente singular
Curiosa y atípica ha sido la campaña electoral del 2008, quizá, la que más sorpresas ha causado desde que en 1968 el Partido Demócrata – influenciado por el espíritu de una década de gran conciencia política por el movimiento a favor de los derechos civiles y las manifestaciones contra la guerra de Vietnam – decidió cambiar radicalmente el proceso de primarias y lo democratizarlo para que todo ciudadano pudiese participar en la elección de su candidato a la presidencia. Luego, los republicanos, no tuvieron más remedio que emular a su rival.
Nadie hubiese imaginado que 40 años después, los demócratas tendrían una larga y reñida disputa para seleccionar a su candidato entre un negro y una mujer, luego de dejar atrás incluso a un hispano, Bill Richardson. Entre los republicanos las primarias también fueron peculiares puesto que en una sociedad mayoritariamente protestante, un mormón, Mitt Romney, y un conservador que se declara abiertamente tolerante a asuntos como el aborto y los matrimonios homosexuales, el ex gobernador de Nueva York, Rudolph Giuliani, también optaron a la candidatura.
Una vez que Barack Obama, el primer candidato presidencial afro-americano y John McCain, el candidato de mayor edad en lanzarse a la presidencia, ambos nacidos fuera de territorio continental norteamericano – el primero en Hawai, y el segundo en una base militar del Canal de Panamá – la elección de una mujer para la vicepresidencia republicana, terminó de garantizar que la próxima dupla en la Casa Blanca implicará un cambio que refleja lo heterodoxo de toda esta campaña presidencial. También, fue la primera vez desde 1976 en la cual el vicepresidente no es candidato a repetir el cargo o a la presidencia desde que Nelson Rockefeller fue compañero de fórmula de Gerald Ford en 1976.
Todos estos datos serían anecdóticos si no reflejaran un profundo cambio de la sociedad norteamericana en su constitución étnica, religiosa, y sobre todo, en lo que respecta a la gradual desintegración de la estructura jerárquica y las ideologías de su bipartidismo.
Obama y McCain, a pesar de sus enormes diferencias – las obvias y las de sus agendas políticas – fueron dos peculiares candidatos para la campaña presidencial más excepcional de la historia moderna norteamericana, dada la crisis de confianza que genera la situación económica y el estado de guerra que Bush dejará a Barack Obama, cuya victoria es ya una manifestación de las grandes virtudes de una sociedad que respetando a sus instituciones provoca grandes cambios que en otros países llaman, sean ciertas o no, “revoluciones”.