Opinión Internacional

Un triunfo de la diplomacia opositora

Ha sido un día vertiginoso. Incomprensible si no se atiende a los elementos que lo antecedieron y que se resumen en una sola palabra: prestigio. Valoración internacional de una lucha viril y lúcida contra un régimen de oprobios que se hunde en el abismo de su propia inconsistencia.

Antonio Ledezma se asomó al frío invernal de la madrugada santiaguina sin más equipaje que un traje de repuesto y un cargamento inconmensurable de ilusiones. Sin más compañía que sus anhelos de justicia para un pueblo al que no necesita pedirle autorización para representarlo. Pues ha ganado el respeto que del pueblo con su inquebrantable decisión de defenderlo ante los desmanes de un régimen que comienza a escabullirse de sus responsabilidades internacionales. Y prefiere encuevarse, no vaya a ser cosa que lo vuelvan a mandar callarse.

Llegó a las 7 de la mañana a través de las carpas que improvisan un aeropuerto portátil ante los desastres que el terremoto causara en la gráciles instalaciones del aeropuerto internacional de Pudahuel. A las nueve ya estaba reunido con el ex presidente Andrés Pastrana y el líder de Renovación Nacional Andrés Allamand. Un encuentro amistoso suficiente para estrechar acuerdos y prometer lealtades. No habían transcurridos dos horas y ya se había encontrado con Luis Alberto Moreno, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, y con Jorge Pizarro, líder de la democracia cristiana chilena recién designado presidente del Senado chileno. Uno de los más orgullosos foros parlamentarios del hemisferio, situado a millones de años luz de la parodia de de nuestro tristemente famoso parlamento que se arrodilla ante las órdenes del caudillo y pergeña decretos para su gloria y majestad.

Lo que a continuación sucedería es digno de ser contado en detalles. Un encuentro con José María Aznar, el líder indiscutido del Partido Popular español, difamado por el chavismo universal y considerado el liberal más representativo de la cultura política iberoamericana. De allí al palacio consistorial para recibir las llaves de la ciudad de parte del alcalde de Santiago Pablo Zalaquett y un urgente llamado por parte del protocolo del futuro presidente de la república, Sebastián Piñera, que quiere estrecharle sus manos y comprometerse a velar por la democracia en uno de los países más entrañables y amados por la España profunda.

Pocas veces un político venezolano ha sido más considerado por la comunidad política internacional que Antonio Ledezma, de paso por un vertiginoso día santiaguino. Sale del palacio de la Municipalidad de Santiago, cargado de regalos, para dirigirse al oriente de la ciudad, donde lo espera en su modesta morada don Patricio Aylwin, uno de los hombres más venerados por el Chile democrático. Allí nos recibe el patriarca de la democracia venezolana, rodeada de su aura de inmensa humildad, casi un santo. En una morada, como él, de ejemplar humildad.

Una hora de conversación con uno de los más sabios políticos chilenos, que cuenta la fascinante historia de la epopeya chilena: salir de un dictadura espantosa sin más auxilio que la bondad y la inteligencia. Digno de Gandhi, esa figura que pena sobre la miseria fecal de Luis Ignacio Lula da Silva. Terminar con la vergüenza sin más armas que la moral y la decencia. Ciertamente: un día verdaderamente vertiginoso en la vida de un líder de la Venezuela del futuro.

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