Un sheriff del lejano oeste
Al sheriff Joe Arpaio le falta poco para llegar a los ochenta años, una edad a la que muy pocos piensan en seguir dando batallas, de cualquier clase que éstas sean. Es un anciano, pero un anciano pendenciero, y le gusta que le llamen “el sheriff más duro de los Estados Unidos”, como sobreviviente de las viejas películas del lejano oeste. Su jurisdicción abarca el condado de Maricopa, nombre que parece una broma, o el de un pueblo fantasma de ese mismo antiguo oeste, pero que cubre nada menos que el área metropolitana de la ciudad de Phoenix, la más poblada del estado de Arizona y punto de destino de miles de inmigrantes latinos que atraviesan escondidos la frontera desde México, a través del desierto de Sonora, en busca del tan engañoso sueño americano.
La familia de Joe Arpaio llegó a los Estados Unidos desde Nápoles, y por tanto el anciano sheriff, quien gusta adornar el cuello de su camisa con estrellas de general, desciende de inmigrantes italianos, de los miles que desde el siglo diecinueve acudieron hacia Estados Unidos ansiosos de acogerse a la famosa frase inscrita en el pedestal de la estatua de la libertad: ¡dame tus tristes, tus pobres, tus multitudes perseguidas que ansían respirar aires de libertad!…¡Envíame a ésos, a los que no tienen hogar, a los arrastrados por la tormenta! Yo levanto la luz junto a la puerta de oro…
Un descendiente de inmigrantes, de lo que por paradoja se siente orgulloso, que persigue a otros inmigrantes sólo que latinoamericanos, tristes y pobres, sin hogar, arrastrados por la tormenta de la miseria, a quienes desprecia y considera de antemano criminales. Y lo hace bajo atribuciones que él mismo se ha concedido, porque la inmigración es un asunto de las leyes federales, y él es un funcionario local. Un sheriff que en lugar de levantar la luz junto a la puerta de oro, envuelve a quienes buscan esa puerta en las tinieblas.
Un funcionario electo, sin embargo, nada menos que cinco veces desde que se presentó por primera vez en 1992 como candidato a sheriff del condado de Maricopa, y que goza de inmensa popularidad, precisamente gracias a sus desplantes autoritarios, y a sus proclamas de aquí yo soy la ley, al mejor estilo John Wayne, el duro entre los duros. Tan popular que si se decidiera a ser gobernador del estado de Arizona, derrotaría fácilmente a Jan Brewer, que ocupa actualmente ese cargo, a pesar de haber sido ella la promotora de la célebre ley SB 1070 que autoriza la persecución indiscriminada contra los inmigrantes, una ley discriminatoria y racista.
En un reportaje de hace diez años publicado en la revista Harper´s, el afamado periodista Barry Graham describe al sheriff Joe como amante esposo, padre orgulloso, idealista, megalómano, mentiroso y bravucón, un alegre charlatán que goza con presenciar las ejecuciones de los condenados a muerte: “algunos lo creen un asesino, otros un loco. Amnistía Internacional un violador de los derechos humanos. Pero es el político más popular de Arizona, y con una aprobación del 85%, quizás el más popular de toda la historia del estado”.
Para el año de 1991, cuando se publicó este reportaje, el sheriff Joe aún no perseguía inmigrantes, sino ladrones, traficantes de droga, pandilleros juveniles y alborotadores de cantina en una ciudad donde el delito crecía como la espuma, y ya desde entonces usaba los mismos métodos que cimentaron su popularidad entre los partidarios acérrimos de la ley y el orden a cualquier precio, aún el de la ley misma: pasear por las calles de la ciudad a los prisioneros encadenados de los tobillos y de las muñecas, vestidos con pantalones a rayas y camisetas y calcetines color rosa, aún a las mujeres, hacinarlos en carpas a temperaturas arriba de los 40 grados, alimentarlos con bazofia, no más de 30 centavos de dólar por plato de comida, y darles a escoger dentro de la cárcel entre dos únicos canales de televisión: el Disney, por inofensivo, y el del reporte meteorológico, para que supieran lo que les esperaba de lluvia o sol cuando salieran en cuadrillas a abrir zanjas.
En las carpas del sheriff Joe, donde llega a meter en cada una hasta dos mil prisioneros, y sobre las que ejerce plena soberanía, también está prohibido tomar café, o ponerle sal o pimienta a la comida. Es un régimen puritano, y sobre todo cruel, donde los prisioneros no se rehabilitan, sino que deben sufrir un castigo verdadero, tan duro y desagradable que quien lo experimente no tenga ganas de volver a delinquir jamás.
Estas medidas que llevan la dureza policíaca hasta la ignominia, y que incluyen la transmisión en vivo por un canal de televisión del momento en que los prisioneros son fichados al momento de su ingreso a la cárcel, sin que se les haya probado hasta entonces ningún delito, nunca han contribuido a disminuir los delitos en Phoenix, sino que más bien aumentan, pero este fracaso continuado no quita popularidad al sheriff Joe, que sigue siendo visto como el John Wayne de las películas, en lucha a brazo abierto contra el crimen. Y los peores criminales son hoy en día los inmigrantes.
Un personaje de historieta cómica, o de película del oeste, que alimenta la imaginación furibunda de los red neck, sus conciudadanos de pescuezo rojo que aplauden a rabiar el uso de sus métodos contra los latinos, ahora redoblados en sus alardes de dureza. Una popularidad que crece, en vez de empeorar, después de haberse alzado en desafío a la resolución de la jueza federal Susan Bolton, que ha ordenado dejar sin efecto partes sustanciales de la ley SB 1070, lo que impide al sheriff Joe detener o interrogar inmigrantes indocumentados, pero de lo que no hace ningún caso.
Como en los tiempos del lejano oeste, él sigue siendo la ley. El más duro entre los duros de los guardianes de la supremacía blanca.
Masatepe, agosto 2010.