Un mal que no tiene cura
Demasiado temprano para emitir un veredicto y demasiado tarde para llamar a la sensatez. Otra vez Latinoamérica se ve envuelta en hechos irregulares y su decurso se decide al margen de los cauces establecidos. Casi como un guión calcado de los sucesos que llevaran en Bolivia al defenestramiento de Gonzalo Sánchez de Lozada y al nombramiento de su vicepresidente Carlos Mesa como su inmediato sucesor. Es lo que ha sucedido este miércoles 20 de abril con la caída del presidente Lucio Gutiérrez y el nombramiento de su sucesor por parte del congreso ecuatoriano en la figura de su vicepresidente, el cardiólogo Alfredo Palacio.
Independientemente de las razones que llevaran a la rebelión popular del pueblo quiteño y al desenlace de la crisis política, resalta un hecho al que sí podemos referirnos por ahora: la grave inestabilidad que sufren algunas naciones de la región y la permanente amenaza de inestabilidad que afecta a otras. Fuera de los países directamente afectados, como Haití, Bolivia, Ecuador, Colombia y desde luego el nuestro, que bajo el presidente Hugo Chávez vive un permanente estado de excepción, salvo contadísimas excepciones el resto se ve permanentemente sometido a la amenaza de disolución. Bolivia no termina por consolidar su democracia, el Perú está amenazado por el golpe de Estado, Colombia vive una cruenta guerra irregular, Argentina ha salido no hace mucho tiempo de una seguidilla de presidentes en un insólito carrusel político. En México el juicio contra el alcalde de la capital amenaza su paz interna y en Centroamérica no terminan por consolidarse los regímenes democráticos conquistados luego de feroces guerras civiles. Para qué hablar de Cuba, en donde la democracia vive una ominosa hibernación desde hace medio siglo.
No es de extrañar la respuesta que me diera un muy importante periodista y mejor amigo ante mi observación por el silencio del presidente George Bush en su último Mensaje a la Unión, en el cual nuestra región brillara por su absoluta ausencia. Su respuesta no dejó de ser cruenta, aunque absolutamente certera: ¿Por qué habría de interesarle a los Estados Unidos y a Europa una región como la nuestra, en permanente estado de zozobra, pobre y esquilmada, incapaz de estabilizarse y luchar por un sólido crecimiento económico, permanentemente sacudida por los bochinches, el desbarajuste, la falta de seriedad?
Hace medio siglo estábamos en condiciones infinitamente superiores a las del Asia Oriental. Hoy nos dan lección de estabilidad, progreso y modernidad. El delirio cubano, que convirtiera esa antaño próspera isla caribeña en un cónclave irremediablemente anclado en el más remoto pasado, se convirtió en paradigma a seguir empujándonos a otro medio siglo perdido. Y en un caso de verdadera patología congénita sigue afectando a la región a través de su desmejorada segunda versión bolivariana. Se comprende el escaso interés de las potencias Europeas y los Estados Unidos por tomarnos definitivamente en serio. ¿Nos tomaremos nosotros mismos algún día?
Dios sabrá la respuesta.