Los primeros y permanentes objetivos fueron la iglesia y la oposición política, incluida la prensa y las actividades económicas independientes. Otros enemigos irreconciliables fueron los sindicatos y colegios profesionales, partes de una extensa lista que no es el objetivo de esta columna.
En 1960 y 61, Ernesto Guevara y Raúl Castro iniciaron una persecución oficial contra las prostitutas, proxenetas y homosexuales, pero también contra todo individuo que no ocultara su rechazo al nuevo orden. No había orden de arresto. Las normas judiciales no se respetaban en estos pogromos, que permitían rememorar las persecuciones contra los judíos.
Los apresados en las redadas fueron concentrados en la península de Guanahacabibes. Según la versión oficial estas personas tenían que ser rehabilitadas. Esta situación fue reseñada en un documento de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 17 de mayo de 1963, que refiere “Y todo eso sin una sentencia escrita, hecho por un capitán de policía, sin procedimiento ni base legal y mucho menos constitucional, simplemente porque en un discurso el Sr. Castro dijo que los elementos “antisociales” tenían que ir a hacer su vida en aquellos campos de concentración. En Guanahacabibes hay cerca de 4,000 personas”
Mientras esto ocurría las cárceles se iban abarrotando de prisioneros políticos. El paredón funcionaba y el acoso contra los que decidían abandonar el país, dio oportunidad a los primeros y siempre presentes mítines de repudio.
En noviembre de 1963 se implantó en la isla el Servicio Militar Obligatorio, que dio paso a nuevas formas represivas. El SMO, fue otro instrumento de opresión e ideologización que en su momento debe ser considerado.
Entre sus objetivos estaba la militarización de la sociedad, el adoctrinamiento político, a la vez que se impregnaba a las nuevas generaciones de un sentido de obediencia que solo se adquiere en los cuarteles, en los que los comisarios políticos tienen más autoridad que el oficial de mayor graduación.
La capacidad creativa para reprimir y controlar no se agotaba y como una joya importante en la corona de opresión del régimen, surgieron las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).
Miles de jóvenes fueron literalmente secuestrados. Sacados de sus casas, centros de estudios y seminarios religiosos. Engañados unos y apresados por la policía otros, sin argumento que justificara arrestos y menos aun la deportación forzosa a la que fueron sometidos.
En su mayoría estaban en edad militar, pero no les llamaban al SMO porque la dictadura los consideraba “desechables”. El régimen no los quería con armas. No eran confiables. Eran jóvenes desafectos que incurrían en el pecado original de no creer en el castrismo.
Fueron sacados de sus casas con engaños, otros apresados por la policía sin argumento que justificara el arresto. Nunca fueron acusados formalmente y menos juzgados por un tribunal por espurio que este fuera.
Les transportaron a la fuerza a campos de concentración alambrados. Vigilados por militares. Recluidos en condiciones inhumanas, fueron obligados a trabajo forzoso en la agricultura. Les controlaban las visitas. Eran castigados con frecuencia. Golpeados por esbirros uniformados que disfrutaban el dolor que causaban. Algunos cometieron suicidio, otros asesinados por los carceleros y también hubo fusilados como el joven Alberto de la Rosa.
La UMAP duró varios años. Se calcula que al menos pasaron por sus galeras 25,000 jóvenes. Raúl Castro, su arquitecto dijo: “en el primer grupo de compañeros que han ido a formar parte de las UMAP se incluyeron algunos jóvenes que no habían tenido la mejor conducta ante la vida, jóvenes que por la mala formación e influencia del medio habían tomado una senda equivocada ante la sociedad y han sido incorporados con el fin de ayudarlos para que puedan encontrar un camino acertado que les permita incorporarse a la sociedad plenamente”.
El sucesor pretendía justificar el crimen, buscando desacreditar a las victimas de sus tropelías. La injusticia era acompañada con la mala fe de sus perpetradores.
La UMAP fue un instrumento sofisticado de represión política que en base a los prejuicios existentes pretendía desacreditar a las victimas. Decir que la UMAP se implementó para buscar la reeducación social de los reprimidos, cuando el único objetivo era destruirlos por ser contrarios al régimen, es tan absurdo e irracional como defender la dictadura de los hermanos Castro y creer que cuando desapareció la UMAP, terminó la represión a los jóvenes, es un error, en poco tiempo aparecieron las no menos crueles, Brigadas de la Juventud del Centenario.