Ucrania: el Drang nach Osten de Angela Merkel
Mientras los observadores extranjeros se subastan las fluctuantes estadísticas de las víctimas civiles y militares del conflicto – decenas de muertos y miles de heridos – los politólogos tratan de diseccionar el porqué de una pugna que podría llevar al país al borde de la guerra civil.
De hecho, los disturbios empezaron hace tres meses, cuando el Gobierno ucranio se negó a rubricar el acuerdo de asociación con la Unión Europea (UE). Aparentemente, las autoridades de Kiev pretendían llamar la atención a Bruselas sobre la necesidad de renunciar a supuestas injerencias del Ejecutivo comunitario en los asuntos internos de Ucrania. La UE reclamaba, en efecto, la excarcelación de la ex Primera Ministra, Yulia Timoshenko, condenada por “abuso de autoridad”. Pero no era ésta la única exigencia de los “eurócratas”, partidarios de conducir a Ucrania por la tan cacareada senda de lasreformas democráticas. Un ofrecimiento generoso, que chocaba sin embargo con los intereses geoestratégicos de Rusia, el gran vecino que suele tutelar a los gobernantes de Kiev.
Estiman los analistas políticos que los episodios violentos de los últimos días, protagonizados por militantes de movimientos pro europeos y facciones pro rusas son, en definitiva, el mero reflejo la nueva guerra fría Este – Oeste, de una pugna entre Washington y Moscú. Para los dirigentes del Kremlin, Ucrania es el Estado-tampón entre Rusia y Occidente. Para los estrategas norteamericanos, se trata del alfil que hay que eliminar para poder dar “jaque al rey” (Putin). Los rusos, que cuentan con la simpatía de la mitad de la población ucrania, procuran defender sus intereses en la región inyectando importantes cantidades de dinero – miles de millones de euros destinados a la ayuda económica – en la economía ucrania. La oferta de la UE es, al menos aparentemente, más generosa, pero las condiciones resultan molestas para el esclerótico régimen de Kiev. Las exigencias de los proeuropeístas, que representan la otra mitad de la población, son muy concretas. Se trata de promulgar una nueva Constitución, renunciar al sistema presidencialista actual, nombrar un nuevo Gabinete y… lograr la renuncia de Yanúkovich.
Mientras el Kremlin quiere mantener el statu quo, Washington pretende aislar a Rusia, siguiendo el guion elaborado a mediados de la década de los 90 del siglo pasado por unos catedráticos de la Universidad de Yale, partidarios de una “pinza” UE – China en los confines de Rusia. La caída del imperio soviético facilitó el avance de Occidente hacia las fronteras de la Madre Rusia. Sin embargo, en Europa aún quedan dos peones que hay que eliminar: Ucrania y Bielorrusia. En ambos casos, la intervención política de los países comunitarios es indispensable. De hecho, mientras Barack Obama reclama a los gobernantes de Kiev una política de contención, la Canciller alemana Angela Merkel insta a sus aliados franceses la aplicación inmediata de medidas de retorsión contra Yanúkovich. Detalle interesante: 48 horas antes del inicio de los enfrentamientos en la Plaza de la Independencia, la Canciller recibió en Berlín a destacados líderes de la oposición ucrania. Y si bien no se puede hablar de una relación de causa a efecto, conviene señalar que los primeros actos de violencia se registraron a la mañana siguiente. Unas horas después, Frau Merkel inició su Drangnach Osten (empuje hacia el Este) en las instituciones comunitarias. La ofensiva diplomática germana no sorprendió a los dirigentes rusos; hace ya más de un año que la propaganda oficial moscovita advierte sobre los peligros del… “expansionismo centroeuropeo”. ¿Viejos recuerdos? ¿Viejos rencores? Lo cierto es que en ese contexto, los ucranios, todos los ucranios, se convierten en conejitos de Indias de las superpotencias.
Analista político internacional