Turquía y Europa
El Cuando se acaba de dar un paso más en el viejo anhelo de Turquía de entrar en la Unión Europea (UE), en algunos países de la antigua Europa se han escuchado esos sonidos chirriantes que producen las piezas que no encajan bien entre sí.
Existen razones de peso tanto a favor de la integración turca como en contra de ella, además de las que no se inclinan claramente en ningún sentido. He recopilado bastante de lo publicado al respecto dentro y fuera de España y he comprobado que a cada opinión que, de modo aplastante y bien fundado, expone sus razones favorables, se puede oponer otra, igualmente bien argumentada y concluyente, que demuestra justamente lo contrario. Ahora bien, no es raro hallar en ellas flagrantes errores, fruto de la prisa o de la ignorancia. Pondré un ejemplo.
Para apoyar la idea de que Turquía “es” Europa, algunos se han empeñado en recordar que ese país fue llamado en el pasado “el enfermo de Europa” (The sick man of Europe o L’homme malade de l’Europe, en distintos documentos diplomáticos de la época). ¡Ah!, advierten gozosos cuando lo descubren: ¡he aquí la prueba de que ya entonces se la consideraba europea! Pues se equivocan. Lo que ignoran quienes así argumentan es que, cuando se usó esa expresión por primera vez, a mediados del siglo XIX, el sultán de Constantinopla (hoy Estambul) extendía su dominio sobre varios países balcánicos subyugados, que después se fueron convirtiendo en Estados europeos independientes. El Imperio Otomano (del que surgió la actual Turquía) sí fue una potencia europea y asiática (también africana), cuya larga descomposición —calificada de “enfermedad” en las cancillerías europeas— provocó serios conflictos que afectaron a las demás potencias del continente. No conviene olvidar la Historia.
Digamos que del mismo modo que la UE en mayo del 2004 se convirtió, de la noche a la mañana, en un agregado de 25 estados poco cohesionados y de difícil gobernabilidad conjunta, bien pudiera ahora ocurrir que, también de sopetón, nos encontráramos con la perspectiva de una UE muy distinta de la que esperaban los países que la componían cuando se creó. De las manipulaciones a que solemos ser sometidos los ciudadanos europeos apenas tenemos indicios. ¿Por qué, la semana pasada, el Gobierno de Austria cambió tan pronto de opinión respecto a Turquía, aceptando un día lo que el día anterior rechazaba de pleno, sin haber variado el sentir de los austriacos? Las ocultas razones —trapicheos diplomáticos, chalaneo de intereses nacionales, etc.— irán saliendo a la luz, pero cuando lo hagan ya será tarde y habrá que apechar con el resultado, sea el que sea.
¿Qué pensar ahora sobre Turquía? De entrada, fue sospechoso escuchar a Nicholas Burns, subsecretario de Estado de EEUU, afirmar rotundo: “Turquía pertenece a Europa”, para exigir el inicio de las negociaciones de adhesión. Cabe suponer que los intereses de EEUU en Oriente Próximo demandan la permanencia turca en la OTAN, lo que podría peligrar si Turquía reaccionase airadamente ante un rechazo frontal de la UE. Es también notorio que a EEUU no le interesa una UE fuerte, y la inclusión de Turquía disgregará aún más su ya precaria homogeneidad interna. Es obvio que la gran superpotencia mundial no está al margen del asunto.
No hay que analizar muchos documentos para tener la sensación de que Europa no está preparada para más ampliaciones conflictivas en el futuro inmediato. Tampoco Turquía parece reunir las condiciones para afrontar este reto. En algunos aspectos sociales hay indicios de que se está deteriorando incluso el laicismo original de la república kemalista. Sería interesante saber cómo responderían los ciudadanos europeos en un referéndum sobre la futura integración de Turquía. Esto es algo que, de momento, pocos gobiernos están dispuestos a plantear y muchos ciudadanos empiezan a tener por deseable.
Si veo con reticencia el futuro ingreso de Turquía, no es por defender las pretendidas raíces cristianas de la UE, pues más antiguas y hondas son, puestos a ello, las raíces precristianas del pensamiento griego que está en el embrión de cualquier idea de Europa. Lo que encuentro más difícil es hacer creer a los europeos que la UE es una especie de hospital mundial, donde al ingresar se vacuna a los Estados vecinos contra el riesgo de ser arrastrados por esos temibles radicalismos religiosos, causa hoy de tantos conflictos. Recuérdense las recientes declaraciones de algunos dirigentes polacos, en relación con la homosexualidad, para comprobar que la UE tampoco está vacunada contra esos extremismos. Antes de salir al exterior a proclamar nuestros dudosos méritos, mejor haríamos los europeos en barrer primero nuestra casa y adecentarla mejor.
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Centro de Colaboraciones Asociadas