Tres senadores
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La historia -abyecta, pero real- alude a tres senadores. De distintas secciones electorales de la sustancial provincia de Buenos Aires. Dos damas y un caballero.
Tres compañeros de Marechal. Militantes pragmáticos. Para incorporarse a la gestación del modelo, se entrometieron, culposamente, en las fronteras del delito. Debieron aceptar las maléficas reglas del juego. Las que podían mantenerse a través de la vigencia del secreto. La certeza de la impunidad. Siempre transitoria.
El kirchnerismo, con precipitada insensatez, se vino abajo. La certeza prepotente comenzó, abruptamente, a disiparse.
El cuarto hombre
Trascienden los detalles perniciosamente humillantes. Los tres senadores pueden, en adelante, lícitamente preocuparse.
Pero quien tiene que desesperarse, en definitiva, es el cuarto hombre. El protector, el recaudador anónimo. Sujeto principal de la triste historia que deja, de a poco, de ser anónima.
El cuarto hombre es el kirchnerista gravitante que los hizo, a los otros tres, senadores. Tiene llegada, directamente diaria, a Kirchner.
El cuarto hombre es el poderoso que los puso. Los tres senadores, en fin, le pertenecen.
Porque le pertenecen, al kirchnerista maltratador, los tres senadores, todos los meses, desde diciembre del 2005, deben llevarle, con admirable puntualidad, el diezmo.
Cada uno, según nuestras fuentes, tiene que aportarle veinte mil pesos.
¿Tantos miles de glucolines juntan los senadores provinciales?
Son 46, los senadores. 32 del Frente para la Victoria, los garantes del “modelo”. 8 son de la Coalición Cívica. 4 de la mortalmente renacida Unión Cívica Radical. 2 de la fuerza emergente del PRO.
Las Gargantas aseguran que, de arranque, con las dietas, y sobre todo con los miles de módulos incluidos, se llevan, cada uno, sesenta mil pesos. Pero, en general, reparten. Los venerables designan asesores. Subsidian.
Depende de la administración de los negocios subalternos, infinitamente descriptibles, en próximos despachos. Con o sin módulos, pueden llevarse mucho más.
Lo importante es que veinte mil, aquí, es la cuota mensual de glucolines que los tres senadores ofrendan, por separado, al cuarto hombre. Para que, tal vez, el cuarto hombre, los suba. Hacia las previsibles alturas celestiales.
Para severo horror de Alberto Balestrini, el vicegobernador de la provincia y presidente de la Cámara. Tal vez también para perplejidad del senador Federico Scarabino, “vicepresidente primero del cuerpo”, los tres senadores deben llevar el diezmo, los veinte mil, al día siguiente del cobro.
(Si se demoran en ponerla, el secretario bronceado del poderoso, el quinto hombre, sin falta los llama).
Es igual, en cierto modo, que aquellos constructores del keynesianismo. Cuando se entregaban, antes de la parálisis virtual, a la orgía caligulesca de la “obra pública”, con arrebatos que también sostienen el “modelo”. Llevaban el diezmo, después de haber cobrado el “certificado de obra”. Hacia otra dependencia. Con mecanismos menos groseros.
Con el descascaramiento desmesurado, por la acumulación de temores, por la ansiedad de no ser descubiertos, brotan los fantásticos episodios de la decadencia del “modelo” kirchnerista. Con paulatina indiscreción, en el Portal, sin efectismos, se van a describir. Con la expresa aclaración, que funciona como una advertencia.
Si se omiten -por ahora-, los nombres reales, no es, de ningún modo, porque no se encuentren en nuestro poder. Al contrario. Se dispone de mayor información de la que hace falta. Se omiten los nombres por perverso pudor. Se carece de la intención de estropear, acaso para siempre, la existencia de los tres senadores. Ni siquiera se intenta desmoronar la existencia del kirchnerista poderoso. El cuarto hombre que se la lleva. El poderoso de cartón que suele, en general, pedir clemencia. Por los chicos, grotescamente.
Suficiente con el tormento que les producen estos datos.
Los tres modernos “aparceros” -lo peor- deben agradecerle al poderoso. Porque los hizo senadores. La información que maneja, el cuarto hombre, es irreprochablemente estricta. Conoce, a la perfección, el exacto momento del cobro. El diezmo no puede demorarse un sólo día.
Lo grave es que el poderoso, el cuarto hombre, los toma, a los tres senadores, por idiotas proverbiales. Y que les sugiera, durante aquellos meses en que aún podían verlo, que el diezmo no tenía destino de bolsa personal. Porque se destinaba a la beneficencia. Al altruismo social. Por la portación de ideología que favorece a los desplazados. A los excluidos.
Las lámparas
Para complicar el dramatismo de la historia, y a los efectos de concluir la primera parte de “Módulos”, debe referirse que los tres senadores, al poderoso, ya no pueden encontrarlo. Resulta imposible llegar a él. Siempre está ocupado. En temas inherentes a su gestión. En reunión con Kirchner. Y los tres senadores necesitan imperiosamente verlo. Porque se les vence, a los tres, la senaduría, en diciembre del 2009. Y el sábado se terminan de confeccionar las listas. Por lo menos dos, los de las secciones más populosas, aspiran a renovar la banca. Caso contrario, en pocos meses se les acaba.
Igual, aunque no puedan ver al cuarto hombre como antes, los tres senadores le llevan, personalmente, separadamente, el diezmo. Sin ganas, a la dependencia oficial. Situada en un costado, perceptiblemente tétrico, del microcentro. Y las reclamaciones, como las urgencias, no pueden plantearlas, los tres senadores, al hombre de la línea que recibe el diezmo.
Es el secretario, el quinto hombre. Un cuadro tildado. Un cuarentón siempre bronceado. Cuentan las Gargantas que se especializa -vaya como último dato-, en el tráfico redituable de los aparatos artificialmente solares. Las lámparas.
“Nadie encendía las lámparas”, así tituló Felisberto Hernández. Es el contemporáneo uruguayo de nuestro Leopoldo Marechal. El poeta que compuso la evocada “Canción para los tres aparceros”. Edición de Eudeba, tiempos de Spivacow.
Un emblema -Marechal- del peronismo resistentemente heroico. Entendido como la síntesis de una emoción racional. Una dimensión de afecto solidario. Una justicia social que aún no se había degradado. Nunca Marechal podía imaginar un destino similar para la superstición del peronismo. Tampoco, que sería citado por un discípulo a la distancia, a los efectos de describir tres senadores. Dos damas y un caballero. A los que se les desborda la historia. Hasta derramarse, en el sumidero del desperdicio. Para salpicar definitivamente al poderoso que se la lleva. Para subirla. Con el cuento hipócrita del altruismo.
Faltan más “Módulos”. Hasta taparlos, con “Módulos”.