Opinión Internacional

Suma de fugas

“Pero quizás un día,

antes que la tierra se canse de atraernos

y brindarnos su seno,

el cerebro les sirva para sentirse humanos,

ser hombres,

ser mujeres,

-no cajas de caudales,

ni perchas desoladas-,

…;

y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas

se encuentran en nosotros y no bajo la tierra”

Oliverio Girondo

Como todos sabemos, el GAFI, organismo internacional de lucha contra el lavado de dinero (de la corrupción, del terrorismo y de la droga, básicamente) está a punto de poner a la Argentina en su “lista gris”, debido a la falta de interés del Gobierno en luchar contra este verdadero flagelo. Las razones de esa inacción nacional está vinculada, obviamente, a la necesidad de los Kirchner y de sus cómplices en contar con las herramientas necesarias para disfrutar de dineros mal habidos y, sobre todo, inexplicables.

En 2008, cuando fue sancionada la “Ley de Blanqueo”, escribí una nota (“Aprovechar la mala fama”, http://tinyurl.com/2bdnt8t)  en la cual sugería a toda la oposición que se comprometiera, desde el Congreso que surgiría en las legislativas de junio siguiente, a derogar esa norma, que sólo estaba diseñada para favorecer a los miembros del Gobierno más corrupto de la historia. Obviamente, y pese a que esas elecciones fueron escandalosamente perdidas por el kirchnerismo, nuestro Parlamento se comportó del modo que sabemos, la ley no fue abolida y el autor de la nota -yo mismo- quedó como un infantil iluso.

Sólo se conoce el monto global de dinero “blanqueado”, pero no quiénes y cuánto lavaron mediante el simple expediente de pagar un 8% sobre los montos declarados. Detrás de todo, está el producido de la venta de drogas, las coimas y sobreprecios en la obra pública, la compra de bienes y hasta de los campos que la leyenda urbana –sobre todo en las localidades pequeñas del interior- atribuye a ministros, sindicalistas y testaferros varios.

 

Hace meses que los círculos bien informados -¡qué bien suena!- sabían del secuestro de las computadoras de don Vázquez y de la invalorable información que éstas contenían. Más allá de la tentativa del abogado de don Jaime de nulificar esas pruebas, la confirmación de don Lorente en España y los antiguos y reiterados dichos de un ex Director de Aerolíneas Argentinas las han transformado, prácticamente, en indubitables.

 

Con ellas, todo un esquema de monstruosa corrupción del Gobierno, al menos en el área de transportes, ha quedado visible y acreditada ante todos aquéllos que no son estrictos militantes, es decir, dogmáticos. La reunión realizada ayer en la Plaza de los Dos Congresos, donde se discutió cómo deben los jóvenes kirchneristas salir a difundir la “profundización del modelo” pero no se dijo nada acerca de estas revelaciones, explica claramente a qué me refiero.

 

Días atrás, entre los muchos comentarios que recibí sobre mi última nota, uno de ellos fue un correo electrónico que me envió, en términos francamente insultantes, una joven –por el estilo de redacción- llamada Rita. Cuando le respondí agradeciéndolo y poniéndome a su disposición para discutir sobre ideas y sobre hechos, no sobre consignas, contestó más airada aún, vapuleando hasta a mi nivel cultural, y negándose por completo a polemizar sobre los Kirchner, a quienes considera verdaderos próceres.

 

Ahora, que la aparición de los cables diplomáticos estadounidenses pone en blanco sobre negro no solamente la nube de sospechas que los aspectos patrimoniales han generado aquí y en el exterior, sino que comienzan a descubrirse algunas de las rutas de los dineros de la pareja presidencial por el mundo, precisamente en los paraísos fiscales de Luxemburgo, Lichtenstein y Suiza, me pregunto cómo se sentirán esos militantes fanáticos, incapaces de escuchar razones pero bienintencionados, que los hay.

 

(Por imposibilidad de hacerlo en forma personal, dejo a los periodistas la investigación de otra leyenda urbana: los trenes “comprados” por don Jaime a España y Portugal se encontraban radiados de servicio por contener material considerado cancerígeno, y ambos países estaban dispuestos pagar para que alguien los recibiera)

 

He escrito varias notas referidas al tema de la corrupción, que en Argentina ya reviste las características de un verdadero genocidio –basta recordar la afirmación del Gobernador de Misiones, cuando dio cuenta de la cantidad de chicos desnutridos y en riesgo de vida que tiene su Provincia-, y hasta confeccioné dos someros inventarios de los hechos más resonantes, a los que titulé “Señora, ¿no le da vergüenza?” (http://tinyurl.com/27fkugp) y “Señora, ¿aún no le da vergüenza? (http://tinyurl.com/2e8dobb), que recibieron enormes ataques de parte de quienes no estaban dispuestos a ver el trasfondo del “modelo”, encubierto por políticas populistas y atractivas tanto para la pseudo izquierda vernácula cuanto para los jóvenes más ilusos.

 

Sin embargo, nunca quedó tan claro como en este momento la decadencia moral que padecemos como sociedad. Vicente Massot, en su excelente artículo “De modales y cosmética”, refleja la falta de voluntad de los argentinos de convertirse en los dueños de su destino; se limitan a votar cada dos años, y delegan en los funcionarios electos el timón del país. Hoy mismo, en La Nación, Fernando Laborda amplía el mismo tema. Así nos va.

 

La encuesta de Poliarquía, realizada con posterioridad a la muerte de don Néstor, da cuenta del deseo mayoritario de los ciudadanos de confiar su futuro, nuevamente, a doña Cristina y su gobierno, pese a los desaguisados y tropelías cometidas desde 2003, Porque, digámoslo con todas las letras, entre nosotros está bien visto violar la ley, no pagar los impuestos, sacar ventajas del prójimo y, si es posible, del Estado. Nada en la Argentina tiene condena social.

 

En todos los ambientes, se mezclan los más infames corruptos y ladrones de guante blanco con ciudadanos honestos, los verdaderos hacedores de nuestra cultura, de nuestra educación, de nuestra industria, de nuestro campo, sin que nadie atine a rechazar esa convivencia tan inmunda. Es más, tampoco rechazamos a los hijos de quienes, a través de sus cargos y de sus funciones, han dejado como herencia una fortuna injustificable, algunas veces manchadas de sangre. Permitimos que sean socios de los mismos clubes, que vayan a los mismos colegios y universidades, en fin, que compartan con nosotros nuestras vidas.

 

La famosa frase que pronunció Yabran en el programa de Mariano Grondona –“el poder es impunidad”– debe dejar de ser una descripción de la realidad argentina. Y terminar con la corrupción debe ser una obligación asumida por toda la sociedad para evitar que sigan muriendo chicos por hambre, que sigan deteriorándose nuestra salud y nuestra educación, que continúen existiendo generaciones para las cuales la única aspiración sea vivir a costa del Estado

 

Sin pertenecer a la Coalición Cívica ni ser demasiado afecto políticamente a la señora Carrió, debo reconocer que su apelación a producir una profunda reconversión moral de nuestro pueblo, amén de ser rigurosamente cierta, cada vez aparece como más urgente.

 

El tristísimo espectáculo que brindan nuestros políticos de todos los colores, tanto en el Congreso como en los diferentes programas de televisión a los cuales son tan afectos, habla bien a las claras del cuadro general de nuestra sociedad. Se limitan a usar chicanas y slogans, sin aportar una sola idea ni un solo plan para enfrentar los problemas del país.

 

Y, como he repetido hasta el cansancio, la mera enumeración de las situaciones coyunturales que contendrá el paquete que recibirá el próximo gobierno exige que se acuerden políticas de estado, que se cuente con un amplio apoyo legislativo –imposible de alcanzar, por sí solo, para cualquier partido político- y se ponga en marcha un programa capaz de sacar, de una vez por todas, a la Argentina del marasmo en que ha caído a lo largo de muchas décadas.

 

Si se tratara de un gobierno monocolor, ¿cómo haría, sin que se generen conflictos sociales enormes, para salir del esquema de subsidios a la energía y el transporte? ¿Cómo haría para corregir la cotización de las divisas? ¿Cómo haría para recuperar las reservas de gas y de petróleo? ¿Cómo haría para devolver la cultura del trabajo a gente que lleva dos generaciones completas viviendo de los “planes”? ¿Cómo haría para generar un clima de confianza que nos permita atraer las inversiones externas, indispensables para crecer y generar trabajo? ¿Cómo haría para reducir la inseguridad y dar tranquilidad a los ciudadanos? ¿Cómo haría para controlar la desbocada inflación? ¿Cómo haría para reequipar a nuestras fuerzas armadas y de seguridad? ¿Cómo haría para recuperar el nivel de excelencia de nuestra educación, hace tanto tiempo olvidado? ¿Cómo haría para generar confianza en la calidad de nuestras instituciones y organismos de control?

Por todo eso, y muchas cosas más, creo que resulta indispensable que los dos partidos mayoritarios, al menos, se pongan de acuerdo en esta lista de temas -entre los cuales deben encontrarse esencialmente la independencia y la calidad de la Justicia y la lucha contra la corrupción- para obtener así el apoyo irrestricto del Parlamento y de los líderes sociales y económicos, y convocar a todos a encarar, con grandeza (mucho corazón y poco bolsillo), esta gesta de recuperación de nuestro país.

Si eso no sucede, la percepción de la sociedad respecto a sus políticos continuará atribuyéndoles ese pedido ancestral que tanto daño ha provocado: “no me dejen afuera”, y esta suma de fugas se ampliará con la de todos aquellos que, pudiendo hacerlo, decidan emigrar para evitar pasar por los avatares que, necesariamente, volverá a sufrir nuestro país.

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