Sociedad contra el chantaje
No recuerdo haber visto mayor despilfarro de energía que el que observo en la relación entre Colombia y Venezuela. Ha faltado coherencia social, democracia y diplomacia, para enfrentar los desmanes presidenciales que hoy padecemos tanto aquí y allá. Ha sobrado micrófono, ego y petulancia. Por ahí han salido algunos a hablar de dignidad como si en Roma estuviéramos y pudiéramos apelar a los principios de “dignitas” y “autoritas”. Nada más lejano a nuestros tiempos en los que el presente ahoga el porvenir y se aferra, boqueando, al salvavidas del pasado. Nada más trillado que la apolillada hermandad, cuando de lo que se trata es de vecinos, que es un concepto y una realidad mucho más real para decirlo excesivamente. Porque es en esa vecindad, no sólo fronteriza, donde se realizan en la práctica diaria las necesidades de la gente. No exclusivamente las cuentas que producen las importaciones o el tililín gastado del socio comercial, sino sobre todo el apetito, el hambre vital de millones y millones de seres humanos que comen con el estómago y con el espíritu en la misma mesa de esa relación vital que hay entre Colombia y Venezuela y que hoy se ve socavada por el sinvergüenza chantaje bilateral, si así pudiera llamarse en abultadas enciclopedias a lo que está ocurriendo.
No es sobre dólares, inversiones y otros menesteres estadísticos de lo que se trata nada más. Es otra dimensión y sensibilidad a las que quiero referirme. Es a la connotación ética que debería guiar el fuero interno de dos jefes de Estado, que eso son por si lo han olvidado, que están presos en la corrosiva dimensión de la geopolítica, la geoestrategia, las salas situacionales y de toda esa parafernalia militarizada e incivilizada con la que se nos quiere justificar un modelo de acción política desprovisto de dimensión humana y social. Enchufados a ese aparataje calculador, pierden de vista lo sustantivo y sustancioso que sería dar un paso al frente, en lenguaje civil, humildemente, y mirar lo que el destino sugiere que es la ambición de andar juntos, como toca.
Por eso es necesario que desde donde se pueda levantemos la voz y organicemos la voluntad para poner freno a una carrera violenta que está en macha y que no sabemos dónde puede llegar. Los gobernadores fronterizos venezolanos, elegidos a voto limpio, han dado un ejemplo en este sentido que debe ser acompañado por otros: universidades, gremios, empresarios, iglesias, asociaciones culturales, comunicadores sociales, políticos, gente común de Colombia y Venezuela, y todo lo demás que se ha dado en llamar tejido social. Debemos exigir conjuntamente a los gobiernos de turno se respete el sentimiento profundo de las mayorías que es el de la paz sin la cual es impensable su complemento que es el bien común.