Sigue secuestrado, mutilado e impotente el liberalismo clásico
Ahora todos los Gobiernos latinoamericanos son neocomunistas tipo Chávez o neoliberales tipo Bachelet. Pero el neocomunismo es la reacción contra el “neo” liberalismo fracasado de los 90. ¿Cómo entonces nuevos Gobiernos -en Perú Alan García, y en México Felipe Calderón- ensayan otra vez un esquema fracasado?.
La respuesta tiene dos partes: 1) El “neo” liberalismo es otra ingeniería social, versión actual de ese mismo vicio que Friedrich Hayek lúcidamente describió y denunció, siguiendo los pasos de Mises y Popper. Y por eso atrae a los estatistas como la miel a las moscas. 2) El liberalismo clásico -Gobiernos limitados, mercados libres e instituciones privadas separadas del Estado- no está presente en la política, ni siquiera como oferta. Sigue ausente y sin aviso. La segunda parte de la respuesta nos lleva a la gran pregunta: ¿por qué esa persistente ausencia del liberalismo clásico? Veamos.
1. El “neo” liberalismo es otra ingeniería social.
Nada tiene del liberalismo verdadero, clásico. Vea Ud. todos esos “modelos” y “equilibrios macroeconómicos”. Vea todas esas cifras, esos porcentajes con su decimal. Vea esa profusión de estadísticas, gráficos y ecuaciones. Vea Ud. las “prescripciones de políticas públicas” en lenguaje tan confuso e inentendible como el keynesiano. ¿Qué hay detrás? ¿Libre mercado? No. Lo que hay es el mismo exorbitante gasto estatal de siempre, sostenido con alta presión tributaria y endeudamiento masivo, justificado con abundancia de programas “sociales” inútiles y regulaciones economicidas, y de servicios y agencias burocráticas para unos y otras. Muy poco de mercado, y casi nada de libre.
Por eso los más entusiastas cultores, difusores y propagandistas del “neo” liberalismo son los mismos políticos dirigistas de siempre, acompañados de los profesores y profesionales universitarios con vocación de ingenieros sociales -cual nueva casta sacerdotal- y de los periodistas convertidos a la nueva religión. Todos comparten los mismos supuestos básicos de la ingeniería social: que la economía y los negocios son demasiado importantes para dejarles al albedrío de la gente corriente -el mercado tiene “fallos”, y “asimetrías de información”, ¿no es así?-; que deben ser dirigidos; siendo por supuesto el Gobierno el candidato obvio para dirigirles (¿quién si no?) con el auxilio de la gente “preparada”.
Bachelet es el modelo de socialista reconvertido al neoliberalismo -vía John Rawls {1} y el Manifiesto de Euston {2}-, aunando “conciencia social y eficiencia técnica”, que hallan lo más idóneo para enfrentar a los demonios del neocomunismo salvaje tipo Hugo Chávez, como Ollanta Humala y Andrés Manuel López Obrador. Con sus escasos márgenes, las pírricas “victorias” electorales de Alan García y Felipe Calderón plantean dudas e interrogantes, y muchas incertidumbres; pero sin embargo los periódicos y “analistas” de los medios suponen que aplicando las recetas neoliberales estos nuevos Presidentes ganarán popularidad en pocos meses, porque tienen de su lado la ciencia económica políticamente correcta, avalada por Harvard, el FMI y el NYT.
Desde Platón, la ingeniería social siempre recurre a ideologías supuestamente científicas para dirigirle la vida a la gente, suponiendo que en esos conocimientos son bien formados y educados los funcionarios gubernamentales y sus corifeos, en las Universidades, esos “templos del saber”. En los ‘20 y ‘30 las ideologías científicas fueron las del socialismo democrático fabiano y el New Deal, el comunismo y el nazifascismo. En los ‘40 y ‘50 fueron -en Latinoamérica- el cepalismo y la teoría del desarrollo económico, “mejorando” a Marx con generosas dosis de Keynes y Rostow, y mucha estadística e investigación operativa. En los ‘70 y ‘80 fue la teoría de la dependencia centro-periferia, que espiritualizaba a Marx y a Lenin con aspersiones de Teología de la Liberación, y combinaba planeación económica con “participación popular”.
¿Y el neoliberalismo? Es la ideología científica actual de la ingeniería social, supuestamente “afinada” por la Escuela de Chicago, que no dice ir en contra de los mercados sino sólo de sus fallos, imperfecciones y malas inclinaciones naturales.
2. El liberalismo clásico ha estado y sigue ausente.
El drama de América latina no es Chávez, ni Ollanta, ni siquiera Castro. Ese no es el problema. Es la falta de partidos liberales de verdad, armados con un Plan de Gobierno y a la vez Programa para la Transición a la sociedad de libre mercado, como puede ser v. gr. nuestro Plan de 11 Derechos de Rumbo Propio, el Instituto de Libre Empresa ILE y la Conferencia Liberal Hispanoamericana CLH. Pero no hay partidos capaces de ofrecerlo y mercadearlo masivamente a todos los públicos actual o potencialmente interesados.
¿Públicos interesados? No los burócratas, educadores y clérigos socialistas, empresarios timoratos y demás estatistas que viven muy bien al cobijo de las subvenciones, garantías y proteccionismos típicos de la ingeniería social, o esperan hacerlo próximamente. Ellos no se van a interesar en un proyecto político de libre mercado e inspirado en el liberalismo clásico. Pero sí los desempleados, estudiantes, profesionales y técnicos sin futuro, empresarios pobres (informales, y sus empleados y obreros aún más pobres), amas de casa sin dinero, novios y matrimonios sin vivienda, ancianos sin familia ni pensión. Es decir: hablamos de damnificados del estatismo, quienes a falta de partidos liberales consecuentes se arrojan en brazos de los neocomunistas. Y sobre todo, hablamos de campesinos, agricultores, comerciantes y clases medias del interior de cada país, en las provincias, donde los fracasos del estatismo son más visibles, y donde queden aún restos de iniciativa privada, y de valores de independencia económica, familiar y personal.
Pero la gran pregunta es esta: ¿por qué no hay esos partidos liberales consecuentes? La respuesta es que el liberalismo clásico ha tenido y tiene muy pocos exponentes académicos. Y que éstos, al menos en América latina, y salvo contadas excepciones, no lo presentan completo, y por eso carecen de seguidores políticos capaces de ofrecer propuestas atrayentes. Se da a conocer sólo una parte del liberalismo clásico: la Economía austriaca. {3} Y se deja de lado sus otras dos partes, más importantes desde el punto de vista político: la Filosofía realista, firme cosmovisión del hombre y la sociedad en el marco de la realidad creada, de la certidumbre del verdadero y objetivo conocimiento, y de la conservación del orden natural y del necesario y saludable equilibrio entre las diversas esferas, sectores y poderes sociales; y la doctrina de los Derechos Naturales, que concibe la Ley al servicio de la Justicia, y al Estado como no única fuente del Derecho. Ambas vertientes fueron las bases intelectuales del movimiento foral {4} de la España de las tres culturas -judía, cristiana y musulmana-, de la cual proceden tanto la Escuela de Salamanca como su sucesor el austroliberalismo. Porque el liberalismo no comenzó en 1776 con Adam Smith, la Revolución Industrial en Inglaterra o la Independencia de EEUU; sus raíces, muy anteriores, son bíblicas, clásicas y medievales, hispánicas y federalistas.
Pero el liberalismo clásico está ahora como secuestrado por profesantes de la Economía, y falto de representantes en otras ramas del saber, con lo cual se transmite una imagen parcial del mismo, mutilada y empobrecida, históricamente recortada y políticamente impotente. Esta ausencia de la tradición liberal en la política y áreas distintas a la Economía permitió que el nombre “liberalismo”, otrora cargado de brillo y prestigio, le fuese por tal motivo quitado y secuestrado por la izquierda a mediados del siglo XX; y transformado desde entonces en sinónimo de su archienemigo, el socialismo. Por eso hay tantos partidos socialistas y semisocialistas que se hacen llamar “liberales”, y han constituido una Internacional “Liberal”, sembrando en todo el mundo gran confusión, al identificar prácticamente el liberalismo con la democracia, y mezclarle con doctrinas antiliberales a la moda política correcta, desorientando así de esta manera a infinidad de personas -jóvenes sobre todo- deseosas de encontrar la salida, que se desalientan al no hallar por este lado una señal clara y no ambigua.
Y por eso tiende a confundirse el liberalismo, la recia doctrina de Gobiernos limitados, mercados libres e instituciones privadas separadas del Estado -antes de 1812 llamada en todo el mundo “whiggism”, o doctrina bíblica de Gobierno limitado-, con la tolerancia civilizada entre personas que abrazan valores opuestos. O con el respeto civilizado entre personas que siguen doctrinas adversas. O peor aún, con el escepticismo, que es la incredulidad sistemática y generalizada hacia toda doctrina, o con el irenismo, que es el compromiso relativista y seudopacifista entre doctrinas opuestas, o con el sincretismo, que es su mezcolanza y amalgama. O mucho peor todavía, con el blandengue “pensamiento débil” (o flojo) que es en realidad renuncia al pensamiento.
3. Un acierto de Lenin.
En 1913 Lenin hizo una breve presentación del marxismo en un escrito muy corto titulado “Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo”. {5} Escribió allí que el marxismo sintetizaba las enseñanzas de “los más grandes representantes de la filosofía, la economía política y el socialismo”. Aclarando que el marxismo era “el heredero legítimo de lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés.” Lenin creía al marxismo una doctrina realista, un socialismo científico, que integraba y a la vez superaba al materialismo dialéctico en Filosofía, a Adam Smith, David Ricardo y ambos Mill –padre e hijo- en Economía, y a los utopistas Saint Simon y Proudhom en política y Gobierno constitucional.
Y Lenin creía al marxismo una doctrina muy entera: capaz de trazar una visión panorámica completa y exhaustiva del hombre y la sociedad, base y punto de partida para un proyecto político exitoso; y en esto tuvo razón, por desgracia -no están exentos de aciertos los grandes ignorantes, ni a salvo de errores los grandes sabios-, y el mismo Lenin se encargó de probarlo de inmediato: concibió y desarrolló ese proyecto político, y lo llevó a la práctica hasta el final. Aún estamos pagando las gravísimas consecuencias de su tremendo éxito.
¿Y el liberalismo clásico? Es comparable porque también tiene tres fuentes y tres partes integrantes muy suyas: una filosofía, una política y una economía. La Filosofía es el realismo aristotélico, que comprende la idea de orden natural; y la Ciencia Política es la Escuela del Derecho Natural, con su tesis del Gobierno limitado. Y en tercer lugar la explicación científica de los mercados y la Economía, que es sin duda la mejor: la Escuela austriana. Porque los clásicos ingleses de la Economía en cambio se conectan al racionalismo estrecho constructivista y al utilitarismo (Bentham), y de allí su irrealismo crónico y su afinidad por generaciones con las variantes de la ingeniería social: el socialismo y la “tercera vía”, la de Stuart Mill, Keynes y el Welfare State. Y con la cadena de positivistas jurídicos de Hobbes a Kelsen. {6}
4. Liberalismo completo.
Pero aún siendo la mejor economía, la Escuela austriana es sólo una parte del liberalismo clásico, y desde el ángulo político ni siquiera el más importante de sus tres componentes.
El liberalismo clásico también es doctrina entera, y realista en serio, y verdadera, no falsa como el marxismo, ni cruel. Aunque Fukuyama {7}, los Posmodernistas -suerte de escépticos y relativistas de ahora, con barniz de seudociencia- {8} y los pragmáticos han decretado el siglo XX como la tumba de todos los grandes sistemas filosóficos y sus doctrinas políticas, la realidad es que lo ha sido de los falsos, una vez harto comprobadas su mentira y su horrible crueldad -en designio y aplicación-, mas no del liberalismo clásico, ese “ideal desconocido” de Ayn Rand, todavía nunca ensayado plenamente. Esa es la gran trampa de la cháchara sobre el “fin de las ideologías” y del Posmodernismo. Tan falsas son las tesis colectivistas y estatistas -nada utópicas por cierto- que no persuaden por el debate y la argumentación racionales, sino que se imponen por la pura manipulación emocional y la sola fuerza del voto mayoritario, cuando no de las armas y la violencia desnuda. Por eso siguen vivas esas doctrinas.
Dar al liberalismo clásico por equivalente del austrianismo económico es una injusticia, y casi como si el liberalismo clásico fuese otra ingeniería social, siendo propiamente lo contrario. Y un peligro, porque priva a la enseñanza económica austriana de la fructífera y políticamente fértil compañía de las corrientes afines en otras dos disciplinas: realismo en Filosofía y jusnaturalismo en Ciencias Políticas y Jurídicas. Así la Economía austriana aislada queda en serio riesgo de caer ante el embate de cualquier viento filosófico de moda (caso Posmodernismo). O de aparejarse con vertientes filosófico-políticas contrarias, sean nihilistas, estériles y puramente destructivas como el anarquismo, o sean proclives a la ingeniería social, como el positivismo filosófico o el contractualismo jurídico (caso John Rawls). La “Public Choice” y otros intentos de tender conexiones entre Economía y Derecho son loables, pero casi todos enmarcan en el contractualismo y el utilitarismo o el positivismo. Les falta su marco apropiado e histórico, la Filosofía realista, destacando siempre el carácter y rasgos no puramente convencionales sino naturales de los derechos humanos básicos -vida, libertad y propiedad-; y de las instituciones sociales -entre ellas el Gobierno-, dotadas por lo tanto de funciones, contenidos y límites propios, más allá del arbitrio y la voluntad humana, incluso mayoritaria.
Tomar la parte por el todo no es sólo grave error intelectual, es también causa segura de impotencia y fracaso políticos. Se vio en 1989, tras la caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS, cuando en Europa Oriental hubo varios intentos fallidos de transición al libre mercado. Diversas causas explican los fracasos, pero una de ellas, y no de menor peso, fue el brindar una presentación muy incompleta y puramente economicista del liberalismo clásico, incapaz de proporcionar justificaciones más sólidas y convincentes, de dibujar una pintura más completa, colorida y atractiva de la sociedad de libre mercado, y de proponer y describir los pasos intermedios para llegar.
5. Un error de Hayek.
Aspirar al éxito político para el liberalismo clásico sólo en base a la Economía austriana es irrealista. Sin embargo, y con pocas excepciones, con mucho de ese irrealismo viven las Fundaciones e instituciones asociadas al liberalismo clásico, comenzando por la más célebre de todas, la Sociedad Mont Pelerin, fundada por Hayek y otros pensadores liberales en 1947. ¿Por qué? En buena parte porque muchas de ellas -y sus asociadas y dependientes- siguen el desafortunado consejo de Hayek {9}, un genio sin duda, pero equivocado entonces al recomendar esfuerzos intelectuales y académicos y desalentar emprendimientos políticos. Cuando los genios se equivocan, sus errores tienen consecuencias enormes y de gran trascendencia. Por cierto, la Sociedad Mont Pelerin se llama como el hotel que sirvió de sede a la primera reunión en 1947, porque el Profesor Frank Knight, reputado economista de Chicago, con torpeza se empeñó en vetar los nombres propuestos por el mismo Hayek: Acton y Tocqueville, dos magníficos exponentes y practicantes del realismo filosófico y el jusnaturalismo político en el siglo XIX, ambos católicos. Así se siguieron cortando los puentes del liberalismo con la religión, que Hayek quería reconstruir, como uno de los objetivos cardinales de la naciente Sociedad.
Pero, ¿imagina Ud. cómo hubiera sido el mundo en los últimos 100 años, si Lenin en 1913 hayekianamente hubiese aconsejado a sus seguidores no dedicarse a la política sino sólo a especulaciones filosóficas, investigaciones científicas, históricas y bibliográficas? El tal caso probablemente marxistas y socialistas de otras observancias hubiesen quedado reducidos a pequeños círculos de disconformes, hurgando bibliotecas y documentos, y escribiendo artículos, ensayos monográficos y libros. Hasta ahora. Y hoy pegados a Internet, como los esperantistas, filatelistas, liberales clásicos y observadores de los pájaros.
¿E imagina Ud. cómo hubiera sido el mundo en los últimos 50 años, si Hayek en 1947 hubiese considerado que las cátedras universitarias y los centros de producción y transmisión de ideas y conocimientos estaban ya en poder de los socialistas o a punto de caer? ¿Y si en consecuencia, leninianamente Hayek hubiera aconsejado a los liberales fieles dedicarse a la política tanto o más que a los estudios y reflexiones académicas, distinguiendo así -bíblicamente- entre la ignorancia y el mal, es decir, el pecado? En tal caso probablemente los liberales clásicos hubieran organizados partidos, ganado elecciones en muchos países, abolido el estatismo -con sus inflaciones, guerras, desempleos y miserias- mediante revoluciones de libre mercado, y cambiado la historia del mundo. Y obligado así a los cientistas sociales, periodistas, políticos y curiosos en general, a correr a las bibliotecas (y ahora a Internet) a descubrir cuáles autores, obras y principios inspiraron a los políticos liberales cambios tan benéficos para la humanidad. Y entonces hubiese florecido una pasión por el conocimiento liberal genuino, y profusión de ensayos, volúmenes y Websites y series televisivas ¡sobre los exitosos cumplimientos del liberalismo clásico y no sobre sus incumplidas potencialidades!
Según cuenta el Evangelio de Lucas, Nuestro Señor Jesucristo observó que a menudo los hijos de la Oscuridad eran más astutos y sagaces que los hijos de la Luz. {10} No se equivocó.
6. ¿Y ahora?.
Entre 1901 y 1902 Lenin escribió una de sus obras más famosas, sugestivamente intitulada “¿Qué hacer?” {11} Descarnadamente describía la por entonces alicaída situación del marxismo y del socialismo como movimientos políticos, al tiempo que polemizaba con corrientes y organizaciones, criticando acerbamente su incapacidad de lograr resultados. Y trazaba una a una las líneas maestras del proyecto comunista; ese mismo que concluyó (¡eso esperamos!) en 1989. “¿Qué hacer?” es muy voluminoso, pero fue escrito con la intención de desarrollar las ideas contenidas en una obra anterior más breve, titulada -más sugestivamente- “¿Por dónde empezar?”
Quizá la afligente situación del liberalismo clásico de hoy en día sea comparable. Los equívocos persisten, y las instituciones con él identificadas por lo general los agravan, confundiendo “profesores universitarios” con intelectuales -grave error de concepto-; y entre todas gastan cada año varios U$S millones en actividades supuestamente “formativas” para varios cientos o miles de personas, pero no se ven resultados políticos. Asimismo tienden a creer por completo inconciliables la condición intelectual y el ejercicio de la política -grave error de juicio-, y así el quehacer político y los puestos de Gobierno y Legislaturas quedan abiertos de par en par a los ignorantes e improvisados y/o deshonestos demagogos y aventureros estatistas.
Los liberales clásicos de hoy pagamos los costos de todos esos errores acumulados. Y lo que es muchísimo más trágico, también los pueblos de América latina, por no decir del mundo entero. El liberalismo clásico está muy lejos de ganar elecciones en país alguno; y salvo alguna que otra loable excepción, se halla por completo ausente de las competencias comiciales.
Pero para encontrar la salida -¿Qué hacer?- no es necesaria una obra muy voluminosa. Basta un párrafo: tenemos que empezar de nuevo, retomando las raíces, y como fue con el movimiento foral en la España medieval, buscar ahora por el lado de las libertades y autonomías regionales garantizadas con Estatutos locales, como en Santa Cruz, Bolivia; Loreto y Puno, Perú; Guayas, Ecuador; Zulia, Venezuela; y Limón, Costa Rica. Y las demás regiones que vienen. Proseguir con ahinco los estudios -y ahora más que nunca {12}- y la producción intelectual, pero ya no limitados al terreno de la Economía. Ni desligados de la actividad política sino en forma paralela y conectada, apoyando una plataforma programática racional y a la vez atractiva, capaz de apelar al pensamiento pero también a las emociones y sentimientos legítimos y nobles de la gente. No ya en pos de teorías y propuestas insensatas e inhumanas, sino de ideales verdaderos, harto beneficiosos para todos, alcanzables, viables, decentes y prácticos.
Dios quiera que podamos. Y pronto
(*) Alberto Mansueti pertenece al Centro de Economía de la Oferta (CEO), instituto fundado en 1985 por Néstor Suárez, su Presidente. Con la Fundación Metanoia impulsan en el Zulia (occidente de Venezuela) el Movimiento Político Regional Rumbo Propio, el cual definen como “liberal en lo económico, conservador en lo político y cristiano en sus principios”. Y su brazo electoral, el Partido Liberal Autonomista del Zulia. El CEO, Metanoia y Rumbo Propio, juntamente con el Instituto de Libre Empresa ILE del Perú -presidido por José Luis Tapia-, y otras individualidades y grupos, promueven la Conferencia Liberal Hispanoamericana, y los movimientos liberales autonomistas en otras regiones del continente.
Notas
{1} John Rawls, acreditado filósofo de Harvard, publicó A Theory of Justice en 1971, libro al cual Ayn Rand respondió con An Untitled Setter, comentando que “ciertas maldades están protegidas por su misma enormidad” (The Ayn Rand Letter Vol. II, No. 10 February 12, 1973.) Igual puede decirse de ciertos errores.
{2} Manifiesto de Euston, disponible en http://eustonmanifesto.org/joomla/
{3} Decir “austríaca” suele llevar a la gente a creer que es la de los actuales Gobiernos socialdemócratas de Austria.
{4} En la España medieval los “Fueros” locales (Castilla, León, Navarra, etc.) garantizaban a las gentes de esas localidades sus derechos naturales y otros complementarios, mucho antes de la Carta Magna inglesa de 1215.
Sobre federalismo y fueros comarcales, municipales y Cartas Pueblas, y muy en especial el “Fuero Viejo de los Infanzones” -es decir de los burgueses de a pie y gentes del común-, vale consultar:
http://www.ih.csic.es/departamentos/medieval/fmh/fuero.htm
http://pci204.cindoc.csic.es/tesauros/Derecho/HTML/DER_F13.HTM
{5} Versión en español disponible en la “Biblioteca de Lenin”, http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Lenin(SP)/Index(sp).html
{6} Se ha notado mucho el sustrato común kantiano de estos enfoques y la casual coincidencia de las tres “K” en Kant, Keynes y Kelsen. Podría agregarse una cuarta: el presbítero inglés David Kingsley, contemporáneo de Marx, y mucho más célebre en su época. Arzobispo de Canterbury y Capellán de la Reina Victoria, fue el fundador del moderno socialismo cristiano.
Es casual, pero cierto que los cuatro fueron muy ruinosos respectivamente en la Filosofía, la Economía, el Derecho y la Religión cristiana.
{7} Francis Fukuyama, conocido por su muy publicitado libro “El fin de la Historia y el último hombre”, de 1992. Algunos despistados creen que un hegeliano puede ser liberal, lo cual demuestra los extremos hasta los cuales llegan las confusiones sobre el liberalismo.
{8} Sobre Posmodernismo vale consultar a quien mostró al emperador en toda su completa desnudez con su farsa del “Social Text”: Alan Sokal, co-autor con Jean Bricmont de “Impostures intellectuelles”, publicado originalmente en francés por Éditions Odile Jacob, Paris, Octubre 1997. Hay varias ediciones en inglés, y en castellano por Editorial Paidós, Barcelona, 1999.
{9} Véase F. A. Hayek (1899-1992): Una semblanza moral, por el Dr. Jesús Huerta de Soto, publicado en La Ilustración Liberal, nº 4, Octubre-Noviembre de 1999, pp. 123 a 128,
http://www.liberalismo.org/articulo/19/
{10} Lucas 16:8
{11} Versión en español disponible en la “Biblioteca de Lenin”,
http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Lenin(SP)/Index(sp).html
{12} Para volver a la Filosofía realista, que arranca en Aristóteles, hay dos avenidas. Los no creyentes pueden encontrar preferible tomar por la de Ayn Rand y sus mejores discípulos: David Kelley, Leonard Peikoff y Harry Binswanger. Es la cuarta reconstrucción del aristotelismo en Occidente, siendo las otras tres las llamadas “grandes síntesis” medievales: judía, musulmana y cristiana, no ajenas a la Escuela de Traductores de Toledo, España.
Y si así lo prefieren, los creyentes pueden reencontrar la Filosofía realista (y de paso la Escuela de los Derechos Naturales) tomando por la avenida de San Alberto Magno, Santo Tomás y sus discípulos de todas las edades, desde Juan de Santo Tomás y Juan de Mariana hasta los más recientes: Etienne Gilson, Jacques Maritain, Regis Jolivet, Michele Federico Sciacca, Cornelio Fabro, Robert Spaemann y Rocco Buttiglione. Entre otros autores, incluso muchos cristianos no católicos como Robert Hutchins y Mortimer Adler, y judíos como Dennis Prager. Basta no dejarse distraer ni perder la paciencia por los frecuentes errores económicos de estos grandes filósofos, así como no hay que dejarse alterar por los frecuentes errores filosóficos de los grandes economistas austrianos.