Retos para la nueva Turquía
Los resultados de la consulta electoral celebrada en Turquía el pasado 22 de julio nos incitan a estudiar con detenimiento las perspectivas de gobernabilidad de este gigante euro-asiático, candidato a ingresar en la Unión Europea. El excepcional despliegue informativo, reservado hasta ahora a los comicios en los países industrializados, pretendía revelar los pormenores del forcejeo entre la agrupación religiosa en el poder, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), y el hasta ahora todopoderoso ejército turco, guardián del Estado laico ideado por Atatürk e impuesto por la revolución kemalista. El trasfondo de la cuestión, el deseo de los políticos del AKP de nombrar un Presidente de la República perteneciente a una agrupación religiosa.
El primer rechazo a la candidatura de un político de corte islamista, el Primer Ministro Recep Tayyep Erdogan o el jefe de la diplomacia turca, Abdulá Gül, provino del Presidente saliente, Necdet Sezer. Luego se abrieron otras válvulas de escape: un fallo del Tribunal Constitucional y/o el bloqueo y la anulación del voto de la Cámara, exigido por los diputados del Partido Republicano de Pueblo (CHP), agrupación de corte socialdemócrata fundada por Atatürk.
Para el Primer Ministro Erdogan, la única manera de desbloquear la situación consistía en adelantar la fecha de las elecciones generales, hacerse con la mayoría absoluta en el Parlamento para iniciar la reforma constitucional que permitiría llevar adelante los cambios estructurales sin tropezar con las barreras del Poder Judicial ni el veto del omnipresente y todopoderoso ejército.
Pero la aparentemente arrolladora victoria del AKP no modifica los datos del problema. Pese el incremento del apoyo popular, debido ante todo a una excelente coyuntura económica y al inesperado aumento de las inversiones extranjeras, el partido de Erdogan no cuenta en la próxima legislatura con la mayoría necesaria para llevar a cabo los cambios anunciados. ¿Se puede hablar, pues, de una victoria pírica? La respuesta es mucho más compleja.
En primer lugar, conviene subrayar que los partidos laicos, acusados de ineficacia, corrupción, etc. han sido incapaces de volver a la palestra de la política nacional. Más aun, la única formación tradicional que logró mantenerse en liza fue, pese a su espectacular desplome, el Partido Republicano del Pueblo. Las demás formaciones laicas no lograron alcanzar el límite del 10 por ciento, indispensable para la permanencia en la Cámara. Otro detalle inquietante fue el vertiginoso avance de la extrema derecha antieuropeísta, el Movimiento de Acción Nacional (MHP), que cosechó más del 14 por ciento de los votos.
Tras la consulta del pasado fin de semana, el país otomano se despertó con un Parlamento en el que laicos y radicales no tendrán más remedio que luchar para defender sus respectivas opciones. Los religiosos del AKP tratarán de llevar adelante su «reforma tranquila», que consiste en introducir lentamente imperceptibles cambios acordes con su programa electoral: remusulmanización del país e islamización de la diáspora turca. Mientras, los laicos del CHP procurarán defender los valores básicos y la herencia del kemalismo, una doctrina que, según los politólogos, debería adaptarse a las realidades del siglo XXI.
Cabe preguntarse cuál será el papel desempeñado, en este contexto, por los ultraconservadores del MHP y qué sorpresas podrían deparar los 26 diputados independientes de origen kurdo que, si bien niegan sus vínculos con el radical PKK, no pretenden que su presencia en la Cámara sea testimonial.
Pero quizás uno de los aspectos más importantes de esta nueva etapa de la vida política del país otomano es el papel del ejército turco, de ese Estado dentro del Estado que, consciente de las limitaciones impuestas por el proceso de negociación entre Ankara y Bruselas, tendrá que modificar su postura frente a las posibles injerencias en la política nacional, modernizando sus métodos de defensa del legado de Atatürk. Los militares seguirán desempeñando este papel; y gran parte de la opinión pública turca desea que mantengan su rol de árbitros. «Hoy por hoy, el ejército es el único estamento disciplinado, coherente y responsable. Su desaparición supondría una catástrofe para Turquía»; confesaba un catedrático educado en los Estados Unidos.
No es esta la percepción de las instituciones comunitarias que prefieren hacer un paralelismo entre los generales, baluartes del kemalismo, y los coroneles griegos. Una extraña gimnasia mental que nada tiene que ver con la realidad.