Rendo y el Alberto
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Sean cívicos o militares, los gobiernos pasan, pero Clarín se queda.
Con cada fracaso político, el Grupo crece. Por las concesiones producidas en los gobiernos vulnerables, que pasan -diría Rosendo Fraga-, “desde el poder al escarnio”.
Kirchner, tardíamente, decide clausurar la perversión de esta dinámica. Puede tomarse literalmente la sentencia que se le atribuye: “A mi Magnetto nunca me va a hacer lo que les hizo a Videla, y a Menem”.
A través del conjunto transversal de frentes polidisciplinarios, en su momento de máxima fragilidad, con el país paralizado, casi puesto de sombrero, Kirchner le declara, a Clarín, una guerra unilateral. Ante la pasividad, el vacilante desconcierto, del adversario que no quiere serlo. Y exhibe la fortaleza del que no se dispone a pelear.
Hasta anteayer, por conveniencia inteligentemente recíproca, Kirchner y Clarín, más que aliados, eran cómplices. Kirchner aprovechaba la complacencia interesada del medio, para consolidar su poderío personal. Mientras tanto Clarín profundizaba la admisible estrategia de consorcio. Con los melodramas financieros, estructuralmente resueltos, gracias a Duhalde, Clarín continuaba, con Kirchner, las ceremonias de intensificación del crecimiento patrimonial.
Si Kirchner creció, hasta límites casi inconcebibles, entre otros atributos, para tratar en otro texto, fue por el complemento, reprochablemente complaciente, de los grandes medios de comunicación. Es decir, del Grupo Clarín. Desde el triángulo isósceles que conforma la base del diario, la radio, y la televisión, el Grupo Clarín lo cubrió, a Kirchner, con la serenidad de un manto informativo, e interpretativo, de protección. En tanto se dedicaba, con prioridad absoluta, a las proyecciones comerciales del consorcio. Pero el tratamiento, que incluía la complicidad selectiva del silencio, a juzgar por la desastrosa actualidad, para Clarín fue un horrible negocio.
“Hicimos el papel de estúpidos”, nos confirma una Garganta.
Ante la rutinaria instalación de los ataques, en Clarín se deciden a responder, según nuestras fuentes, desde el refugio, que puede ser temible, del periodismo.
Del periodismo que nunca, Clarín, debió haber salido.
Control de calidad
Se propagan, de pronto, las críticas súbitas hacia Jorge Rendo. Es el encargado de las relaciones institucionales. El hombre tiene licencia para lobbyar.
Según la Garganta que asume el rol de estúpido, Rendo les aseguró, hasta último momento, el “control de calidad”. Les vendió, eficazmente, su influencia en el más alto nivel del kirchnerismo.
“¿Cómo no previó Rendo que El Desequilibrado nos iba a salir, de repente, con esta campaña?”.
En Clarín no suele aceptarse la existencia de internas. Pero Rendo atraviesa una instancia equiparable al Alberto Fernández, en el gobierno. Respectivos encargados de las relaciones con el otro.
Alberto traficaba “importancia personal”, diría Jauretche. A partir del formal desplazamiento del Presidente, hacia Puerto Grosso, el Alberto se infló. Creyó, según los acumulados detractores, que el gobierno de La Elegida le pertenecía.
El pilar sustancial del Alberto lo representaba el “control de calidad” que le hacía a Clarín. Directamente dictaba los artículos de ciertos columnistas que aquí, más por códigos que por pudor, no se van a mencionar.
Así como a Rendo se le reprocha, desde los alrededores de Aranda y Pagliaro, por no haber previsto la reacción del “Desequilibrado”, al Alberto se le reprocha por no haber evitado la publicación, en la portada, del domingo 9 de marzo. A pesar de los esfuerzos desplegados, por el Alberto, en la tarde del sábado 7 de marzo.
Cuando los escribas albertistas, los que tenía alquilados en la redacción, a cambio de livianas primicias, le dijeron la verdad. Que nada podían hacer para evitar la publicación. Porque la nota, que saldría en tapa, y con la rúbrica clerical de Sergio Rubín, venía “de arriba”. O sea, desde el inapelable cuarto piso.
La nota aludía centralmente al tema tabú. A la principal vulnerabilidad que signa el poder económico de los Kirchner. El negocio del juego. Y tratar el juego, así sea amparados en sensibles preocupaciones de la iglesia, de curas de marca como Monseñor Casaretto, o el compañero Cardenal Bergoglio, significa referirse a don Cristóbal López. A la decisión estratégica de impulsar, como fuera, el desembarco de Cristóbal López en los casinos de la provincia de Buenos Aires. Es el hombre de las miles de tragamonedas. Como suele imaginarse más de lo que sabe, López es lo más parecido a un socio. De alguien, como Kirchner, que se encuentra incapacitado para tener socios.
Por lo tanto Kirchner interpretó, según nuestras fuentes, aquel artículo dominguero, como una vulgar apretada. Para Kirchner, Clarín lo extorsionaba. Con el objetivo de conseguir que, en el país signado por la monarquía comercial, jugara su influencia. Para que el Grupo Clarín obtuviera una butaca en Telecom. En desmedro de la dinastía de los Werthein, o de los italianos. O de ambos.
El esquema cierra con la calculada presentación de D’Elía, el máximo emblema ético de la estética kirchnerista, en “A dos voces”. Es la versión libertina del memorable “Tiempo Nuevo”. Se emite en TN, el atacado cable grupal, condecorado por el error de “lesa ingenuidad” del oficialismo. La publicidad negativamente indirecta.
Conste que D’Elía se impone como la representación de un simulacro. Hasta para “la negritud”, según expresión del reticente Chacho Álvarez. Porque D’Elía no es, ni siquiera, el “negro” que ideológicamente pregona ser. Es un astuto descendiente de levantinos. Un “Turquito”, en definitiva.
D’Elía fue especialmente instruido por Kirchner, como cuando fue a distribuir castañazos en la Plaza de Mayo. Y a los estupefactos periodistas, Bonelli y Silvestre, D’Elía les dijo:
“¿Por qué viene ahora Clarín, muchachos?, ¿por Telecom?”.
Paso a Paso
Para Kirchner, Clarín siempre “va por más”.
Aplica Clarín, el paso a paso, antes que Reynaldo Merlo.
A los militares, por ejemplo, les sacó la supremacía del papel. A los radicales, les sopló la radio. A Menem, mediante un trabajo de pinzas de sus eficaces colaboradores, le sacó la televisión.
Y Clarín fue, paso a paso, aún por más, hasta desenterrarse por su deplorable gestionamiento. Porque a Duhalde, el providencial, le sacó, justo a tiempo, y sin gran esfuerzo, junto a Techint, la devaluación asimétrica. Y la protectora Ley Cultural. La que luce, según los arandistas, como un logro encuadrado, en el despacho de Rendo.
Conocedor del paño, Kirchner dilató, hasta los finales del 2007, con la zanahoria del cable. La millonaria megafusión -para Clarín la adquisición- de Cablevisión con Multicanal.
Un asunto que no está, para colmo, completamente abrochado. Sobre todo si prospera, al amparo de la nueva situación bélica, el “recurso extraordinario” presentado por la Fiscal Nacional. Alejandra Gils Carbó, ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial. En tal caso la megafusión, o adquisición, podría trabarse.
Entonces Righi, el jefe de los fiscales, en vez de maltratarla, a la Fiscal Gils Carbó, por oponerse jurídicamente a Clarín, en tiempos de paz, tendrá que dar, a pesar de su respetable kilaje, una voltereta en el aire. Y felicitarla, hasta la reverencia. Merced al clima de guerra.
Monarquías
Cuesta explicar que la Argentina dependa de la psicología.
De los humores volcánicos del estadista que debiera estar desocupado.
Ofrece una arquitectura mental digna de ser analizada en un seminario lacaniano, moderado por J. Miller y G. García. Sobre todo porque el estadista de referencia dista de estar loco. Como conjeturan, sin experiencias en seminarios, varios de sus pares del peronismo. Los que falsamente lo celebran, en la reconstrucción suicida del instrumento partidario.
Pasa que la receta del cesarismo conyugal no funcionó. Como invención, la presidencia de Cristina es, hasta hoy, un desastre encuestológico. Ceder el sabot fue, peor que un acto de desprendida generosidad, un error político. Pero no es por fallas atribuibles al “factor humano”. Al carácter de La Elegida. Ella hace, pobrecita, lo que puede. Y puede poco. El problema es El.
Desde hace dos décadas, el estadista es Monarca. Desde el 87 al 91, Monarca en Río Gallegos. Desde el 91 al 2003, Monarca de Santa Cruz. Desde entonces es monarca de la Argentina, a pesar del mandato cumplido. Y de haber cedido el sabot.
Aunque transgrediera formalidades intrascendentes, los atributos cotidianos del poder, al Monarca, lo contenían. Nunca iba a conformarse con el curro de las conferencias, como Clinton. Con las inspecciones electorales, como Carter. O con la abulia parlamentaria de Menem.
Desde el artificio del PJ, Kirchner, simplemente, gobierna. Desplaza, por prepotencia de presencia, a La Elegida. Y entre los dos, por acumulación de insolvencias, lograron ponerse, de sombrero, el país dividido, paralizado por el inflacionario rencor.
Final con periodismo
Rendo solía ufanarse de su relación con El Presi. Alberto se ufanaba por su relación con Clarín.
Al Alberto, ahora, se lo degrada con el apelativo de paloma.
El rumor extendido de la renuncia anunciada del Alberto se lanza, según nuestras fuentes, desde el lado de Parrilli, de la Secretaría General.
El Sonetista, paulatinamente desamparado, se encuentra sometido a la faena cotidiana del esmerilamiento. Mientras tanto, la legitimidad del poder, con crueldad, se le evapora.
Cuentan que Aranda y Pagliaro, los dos accionistas poderosos, se apartan. Tienen más ganas de arreglar con el gobierno que los dirigentes agrarios. Miguens y Llambías.
Lo divulgan, algo perseguidos, en la tabicada redacción. Sin vigor para pelear, sin que broten atisbos de arrojo, se profundiza la guerra unilateral. Es Kirchner, en alianza con Moyano, contra Magnetto-Rendo. O sea Clarín.
Con escasa caballerosidad, Kirchner avanza hasta hipotecar el gobierno de La Elegida.
Si iba a dar esta pelea, correspondía que el estadista fuera más hombrecito. Debía estar al frente del gobierno El. Sin enviar, a La Elegida, al matadero del fracaso.
Clarín entonces va a responder con periodismo. Era hora.
Aunque Kirchner decida descuartizarle el monopolio, con la planificada ley de radiodifusión.
O influya en la aprobación del recurso extraordinario de la Fiscal Gils Carbó, para congelar la megafusión de los cables.
O le cierren los gloriosos caminos telefónicos que guían hacia el “triple play”.
O empapelen con el “Clarín Miente”, inspirado en Moyano, hasta el último paredón de la ciudad.
O planifiquen, según nuestras fuentes, una movilización de La Cámpora, conjuntamente con la Asociación Hijos, hasta el edificio de la calle Piedras.
“¿A quien te creés, Rocamora, que la gente le cree más? ¿Al gobierno o a Clarín? Adiviná”, nos pregunta, para terminar, una Garganta del Grupo.
Bastante autorizada, necesariamente anónima.
“Vendemos más diarios, se prende más TN. Tendremos pronto que agradecerle a Kirchner por los agravios”, agrega. “Atrevete y encargá, a la Consultora Oximoron, una encuesta. Pregunten sólo a quién la gente le cree más. Si a Kirchner, o a Clarín. Podés llevarte una sorpresa”.
Sin mayor fatuidad, la Garganta, autosatisfactoria, desliza la última perla.
“El gobierno lleva 5 años en la Argentina, y Clarín lleva 60. Y aspira a quedarse 60 años más. Pero no lo pongas”.