Opinión Internacional

Regresaron los Tahures

«Se muere al dejar de respirar, pero también es posible morir cuando se cancelan todos los proyectos. Lo ideal es que ambos decesos ocurran en el mismo instante. Pero no siempre es así. Conozco a muchos que están muertos y no lo saben»

Reynaldo Sietecase

Hace escasos quince minutos, el Senador Picheto, Presidente del bloque del Frente para la Victoria, ha ordenado a sus treinta y seis fieles abandonar el recinto del Senado, en el cual la oposición contó con igual cantidad de integrantes.

         Más allá de la pésima imagen que han brindado a los ciudadanos que seguíamos la sesión que debía designar a las autoridades de la Cámara alta y a los integrantes de las distintas comisiones de la misma, don Picheto y su banda de genuflexos confirmaron dos cosas: la primera, obvia, es que el oficialismo ha decidido, desde hace tiempo, olvidarse de reconquistar el favor de la opinión pública, a sabiendas de que, desde los niveles de intención de voto con que cuentan ambos integrantes del matrimonio presidencial (9,2%, según Jorge Giacobbe), nadie ha regresado.

         La segunda, ratificando la tesis que sostuve cuando fue dado a conocer el diálogo privado que mantuvieron, hace un año y a instancias del Gobierno, el Ministro Julio de Vido y el Presidente de la Sociedad Rural, Hugo Luis Biolcati. Dije entonces en una nota, a la que titulé precisamente «Caballeros y Tahures», que pretender jugar como señores con los bandidos tramposos que nos gobiernan, llevaba necesariamente a la ruina.

         El bloque oficialista, al descubrir la ausencia de Carlos Menem, que dejó empatada la cantidad de senadores con la oposición, bajó al recinto y dio quórum. Así, y en virtud de los acuerdos a los que habían arribado los bloques kirchnerista y radical, contra la opinión de los peronistas federales, se confirmó al Senador Pampuro como Presidente provisional de la Cámara.

Sin embargo, cuando los opositores quisieron pasar a la votación de los integrantes de las diferentes comisiones, don Picheto, un fullero consuetudinario revestido con una careta de demócrata ofendido, cambió las reglas y se fue del recinto, dejando a la sesión sin quórum e impidiendo, en consecuencia, que se produjera la famosa votación, que arrebataría el poder al oficialismo.

         En este caso, los tahúres fueron los mismos, pero cambiaron los estafados. Ignoro si se debió a la ingenuidad o una falsa idea de institucionalidad, pero el radicalismo se convirtió en el instrumento que permitió al oficialismo, una vez más, burlar la voluntad popular.

         Espero, en lo inmediato, dos cosas. Primero, que el Senador Menem consiga llegar desde la lluviosa La Rioja a tiempo para la próxima sesión, dando así a la oposición la capacidad de sesionar con quórum propio. Segundo, que los radicales, los socialistas, los juecistas cordobeses, los neuquinos, los correntinos y los pampeanos aprendan, de una buena vez, que no se puede jugar con tramposos.

         En una partida de cartas, cuando uno de los participantes es descubierto haciendo trampas, resulta inexorablemente expulsado de la mesa, a la cual no podrá volver a sentarse. El oficialismo ha hecho trampa, invariablemente, desde antes del 28 de junio de 2009 (recuérdese el tema de las candidaturas testimoniales, por ejemplo) y, con los personajes que lo representan no pueden usarse las normas que, en una sociedad normal, se imponen a los caballeros.

         No estoy sosteniendo que, como caníbales que son, haya que combatírselos comiéndoselos, pero sí que se debe dejar de haber pactos con ellos, o siquiera creer en las intenciones que enuncian, pues siempre mentirán, tergiversarán, falsearán, incumplirán los acuerdos y, en resumen, harán todo lo que necesiten para conseguir sus fines, olvidando cuantas palabras hubieran empeñado.

         Hoy, a mediodía y en la Quinta de Olivos, doña Cristina dio una muestra acabada de lo que afirmo. Ante una azorada multitud de grandes empresarios, y con la presencia de un nutrido grupo de funcionarios, desplegó una gran cantidad de cifras, respaldadas en un powerpoint que los televidentes no alcanzábamos a ver.

         Para no realizar una exégesis de sus palabras, me limitaré a señalar dos detalles.

         Las cifras, obviamente, le fueron suministradas por el Indec, el organismo que su marido, el tirano de Olivos, desguazó a partir de enero de 2007 y que, desde entonces, emite estadísticas en las que nadie cree, ni siquiera los gremios que secundan al inefable don Huguito; éstos pedirán, cuando se sienten en las paritarias, porcentajes de aumento que triplicarán la inflación oficial.

         Pintó nuestra realidad como un país ideal, demostrando su propia condición de fullera o su esquizofrenia, y dio lecciones a europeos y norteamericanos sobre cómo se conduce la economía con políticas «virtuosas». Se burló del viento de cola que acompañó la gestión de don Néstor, y desconoció que tanto Menem como De la Rúa tuvieron, también en materia de precios de los productos argentinos, sólo viento en contra.

         Ahora, si todo va tan bien como dice, ¿por qué impide la normalización del Indec y el sinceramiento de sus números? Nótese que esta misma semana, las universidades que habían destacado delegados para integrar el Consejo Asesor han exigido el suministro de información, so pena de retirarse de ese organismo, y han dicho que se les ha impedido todo acceso a las formas de cálculo.

         Finalmente, se ha regocijado de la situación de Irlanda y de España, países con los cuales comparó -limitándose, obviamente, a los últimos años- a la Argentina kirchnerista. Sin embargo, no hizo mención alguna al crecimiento de ambas naciones en los últimos treinta años, que les permitieron transformarse en jugadores de primer nivel a escala mundial.

         Y también olvidó (¡oh, casualidad!) hacer comparación alguna con nuestros vecinos, todos los cuales han crecido tanto o más que nuestro país, impulsados por el aumento en los precios de las commodities o que, como en el caso de Brasil, han conseguido que 25 millones de ciudadanos (equivalentes al 60% de la población argentina) abandonaran la pobreza y se integraran a la clase media, con todo el incremento de consumo que ello implica.

         Señores, los tahúres han regresado. Por favor, ¡no los dejemos jugar más! Como diría Serrat, «esos tipos juegan con cosas que no tienen repuesto, y las culpa es de otros si algo les sale mal».

 

 

 

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