Opinión Internacional

Reflexiones y Bemoles

Ha sido una semana verdaderamente compleja la que nos ha tocado vivir a los argentinos. Más allá de la simple confirmación, por parte de Wikileaks, de lo que tantos sabíamos de nuestros encantadores K y su banda de cómplices, conocimiento que nos ha llevado a muchos a denunciar la sideral corrupción de los dueños de este “modelo” a través de todos los medios posibles, la imbécil reacción del hijo-de-Jacobo (una vez más, ¡gracias, Lanata!) estuvo a punto de meternos en un berenjenal con unos Estados Unidos que están al borde de perder la paciencia con esta Argentina tan imprevisible y contradictora en su conducta internacional.

Claro es que, para alguien que hizo creer a nuestra Presidente que era el mejor lobbista de Washington, el sólo hecho de que Obama haya omitido a Buenos Aires en su periplo por América Latina tiene que haber producido un daño irreparable en su autoestima pero, claro, ello no justifica que también haya ofendido a El Salvador y otros países en su obsceno intento de dañar a Macri.

Pero volvamos a la corrupción, porque su gravedad se ha visto acentuada por la muerte de diez chiquitos esta semana, víctimas del abandono del Estado –ese, que administra un país que ha crecido a tasas chinas durante ocho años- y de la desnutrición.

Hace unos días, hice referencia a la falta de reacción social frente a  ese verdadero cáncer que, como tanto he repetido, en Argentina se ha transformado en un ya innegable genocidio.

Si sabemos que el quince por ciento –cuando no muchísimo más- del costo de la obra pública (que supera los cien mil millones de pesos anuales) no es tal, sino que va a parar al bolsillo de los funcionarios y de sus jefes, y que ese porcentaje permitiría construir hospitales, escuelas, viviendas, cloacas y brindar agua corriente a gran parte de la población, ¿por qué no gritamos?

El tejido adiposo que rodea el corazón de cada uno de nosotros, los argentinos, ¿nos permitirá continuar mirando para otro lado mientras nos vaya bien, mientras estos tipos saquean nuestro presente y nuestro futuro?

Los habitantes de Buenos Aires, por ejemplo, ¿seguiremos prefiriendo que nos mantengan los demenciales y ya impagables subsidios a la energía eléctrica o a las naftas, en lugar de exigir que se destinen esos fondos a terminar con la indigencia?

Quienes viajamos por Aerolíneas Argentinas, ¿continuaremos privilegiando la estupidez de tener una “línea de bandera” aunque los mil millones de dólares que cuesta por año sea pagado por compatriotas que jamás podrán utilizarla?

Los que tanto luchan para defender el ingreso irrestricto a la universidad pública, ¿seguirán manteniendo esa postura irracional ante la pavorosa decadencia de la educación argentina? ¿Se convencerán, alguna vez, que el verdadero desarrollo de un país sólo puede producirse a través de la exigencia y de la calidad, y nunca de la cantidad?

Si sobran abogados, médicos, psicólogos, contadores, administradores de empresas, licenciados en ciencias políticas y en comunicación social, y faltan ingenieros, químicos, geólogos, físicos, matemáticos y tantos otros graduados en carreras “duras”, ¿no habrá llegado la hora de empezar a repensar la universidad? ¿O seguiremos privilegiando los slogans y las ideologías, aún cuando ya hayan pasado de moda en el mundo entero?

A esta nota, lo sé, le está pasando lo que le ha sucedido a muchas otras que he escrito antes, y que ha sido tan criticado por los lectores que tienen la amabilidad extrema de dejar sus comentarios en mi blog: es desordenada, y trata de muchos temas diferentes, todos los cuales merecerían su propio espacio. Pido disculpas por eso, pese a que dos son las razones para que ocurra: la indignación me surge a borbotones y, por otro lado, tendría que agobiar a mis lectores con mayor frecuencia.

Dado que ha sido el tema central de la semana, volvamos a la corrupción y sus bemoles.

Mucho me han preguntado acerca de lo que, parecía, era un marcado cambio de actitud de un Juez federal con pasado prostibulario ya que, después de dictar el sobreseimiento de don Néstor, q.e.p.d., y de doña Cristina en menos tiempo del que se tarda en leer el expediente de la causa por enriquecimiento ilícito, ahora se ha dedicado a actuar en el tema de la criminal “mafia de los medicamentos”, dictando el procesamiento de ex funcionarios del Gobierno.

Parecía como si el Dr. Oyarbide, que es de quien estoy hablando, hubiera decidido limpiar, a último momento, toda su trayectoria de lavador de los trapos sucios del poder presente, para congraciarse con un eventual mandamás futuro ajeno a las huestes kirchneristas. Confieso que esa actitud, en realidad esa ficción, me había confundido.

Sin embargo, la detención del “Momo” Venegas en ese mismo expediente, cuando es sabido por todo el mundo que no tiene ingerencia alguna en la obra social de su gremio, sonó como un escopetazo y levantó muchas perdices. El saber que los ex funcionarios procesados respondían a Alberto Fernández, hoy excluido del paraíso kirchnerista pero “viuda” inconsolable de su líder, terminó por develar el misterio.

Ignoro, todavía en qué argumentos basó el Juez su decisión en tal sentido, pero es innegable que el solo hecho de meter en la cárcel, antes de llamarlo a declarar, al Secretario General de las 62 Organizaciones Peronistas y uno de los principales sindicalistas opositores al Gobierno, se ha convertido en un episodio grave para el armado político de quienes pretenden expulsar, con votos, a doña Cristina y sus cómplices de la Casa Rosada.

Pero, convengamos en que si a Capaccioli y a los otros recaudadores de Kirchner y hasta al propio Jaime, con delitos más que probados, les concedió el mismo Juez la posibilidad de permanecer en libertad hasta su juicio –vaya uno a saber cuándo llegará esa etapa- pese a la gravedad de los delitos que les imputa, el Dr. Oyarbide deberá buscar con mucho esmero –el mismo que pone, diariamente, para decorarse- los fundamentos para mandar preso a Venegas, a quien todos –opositores y oficialistas- adjudican una intachable conducta.

Duhalde, el bueno, reaccionó con fuerza el mismo jueves, acompañado por gran parte del arco opositor y hasta por las asociaciones rurales de productores, pero el Dr. Oyarbide, ducho en recorrer filos de navajas, se está tomando su tiempo para levantar el secreto del sumario y develar el misterio.

Una vez más, Argentina demuestra al mundo que, en su país, no existe la Justicia, ya que ésta es sólo un instrumento del poder para disciplinar a propios y a extraños.

Las actitudes de “Lassie” Moreno, de intentar contener la “dispersión de precios” (doña Cristina dixit) apretando a los petroleros y a las consultoras privadas, o mirando como culpables a los supermercados, no serán, con certeza, útiles al momento de intentar atraer las inversiones que el país, a esta altura desesperadamente, necesita. Tampoco el Dr. Oyarbide, que ya ha adquirido fama mundial, lo será.

La semana que viene traerá más novedades, especialmente en el campo gremial, producto de la cerrada negativa del Ejecutivo a elevar la alícuota no imponible en ganancias (que, por ello, se comerá todos los aumentos que obtengan los sindicatos y obligará a éstos a reclamar otros, aún mayores), y en el político, por las presiones de la Casa Rosada para intentar imponer las listas “colectoras”, que tantas úlceras produjeron en el duodeno de los intendentes del Conurbano, la ya innegable caída de Ánimal Fernández y el episodio de la droga en el avión de Barcelona.

Mientras tanto, doña Nilda Garré, en su flamante puesto de Ministro de Seguridad, seguirá cosechando las tempestades que los vientos que aplicó desde su anterior cartera de Defensa y pretende seguir aplicando a sus nuevos súbditos –la Policía Federal, la Policía de Seguridad Aeroportuaria, la Prefectura Naval, la Gendarmería y el Servicio Peninteciario Federal- siga siendo rechazada por éstos. Me atrevo a afirmar que los sonoros asaltos a bancos, y algunos otros crímenes ominosos, continuarán poblando las páginas de nuestros diarios, y saldrán a la luz más revelaciones en materia de corrupción y, en especial, de narcotráfico.

Todo, en la Argentina, tiene sus bemoles, y más aún la opinión pública que, en algún momento, tomará conciencia de qué han hecho del país sus administradores K. El destino del país, entonces, se jugará a cara o cruz.

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