Opinión Internacional

¿Quién manda en Cuba?

Los videos donde vemos a los estudiantes criticar de manera inédita a Ricardo Alarcón y al régimen, revelan varias cosas que se agitan en el cráneo de Fidel Castro, tal como nos cuenta la novela de Fuentes, la memoria torturaba al moribundo Artemio Cruz. La primera, que el dique está agrietado, las aguas rugen y él no tiene fuerzas para remendarlo. Y lo más grave… ¿quién filtró eso a los medios de comunicación internacionales en una sociedad mega represiva y espiada? Fidel sabe que tiene que haber sido gente de Raúl Castro, los mismos que se vienen reuniendo constantemente y en secreto con funcionarios del gobierno norteamericano. Si hay una disputa en la cúpula del poder, si Raúl y Lage se enfrentan, si hay diferencias entre el ejército y el partido, et.al., resultan asuntos irrelevantes frente a la inexorable marcha de un proceso de cambios aperturistas en Cuba. Lo improbable es que el régimen sobreviva intacto.

Un caudillo de esas dimensiones de Fidel Castro, que conjugue todas las propiedades maquiavélicas del poder a volonté (carisma, falta de escrúpulos, habilidad política, flexibilidad, inhumanidad, crueldad, inteligencia, valor) es insustituible y una vez ido, el sistema tiende a implotar, entre otras cosas porque no habrá nadie que pueda infundir miedo suficiente como para mantener la miseria, la desolación, la rabia (y las ambiciones) en sus envases. Para aterrar a los adversarios Castro condenó personalmente a un disidente a morir de sed y no tuvo empacho en fusilar a Arnaldo Ochoa, cuyo delito fue únicamente cumplir sus órdenes al pié de la letra, simplemente para demostrarle a EEUU que luchaba contra las drogas.

Se necesitaría un hombre distinto a Raúl y a cualquiera de los 12 pares para preservar el castrismo tal como el es en medio de la marejada postfidel, pero ese titán no existe y la posibilidad luce anulada en sus propios términos. Apenas en noviembre de 2005 un Fidel sentencioso dijo que (a su muerte) “en Cuba podría retornar el capitalismo” y se recuerdan las veleidades perestroikas y sinófilas de Raúl, – carente de carisma y retórica estremecedora- pero eficaz como pocos, quien una vez llegó a decir que “necesitaban más frijoles y menos cañones”.

Luego de la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética, parecía que el desenlace estaba cercano. El régimen cubano no podría sobrevivir –se decía- no sólo por la pérdida del subsidio de cinco millones de dólares al día de la URSS, sino por la del subsidio espiritual. ¿Cómo mantener un modelo de vida cuyas bases espirituales habían demostrado ser inservibles y que se había desmoronado con un estruendo histórico inenarrable? Si los chinos estaban construyendo una economía de mercado y los países excomunistas llamaban inversiones extranjeras …¿qué quedaba para esa pequeña isla sufriente y empobrecida que no fuera seguir el camino?
El paquete neoliberal
Y en efecto, el incremento de la miseria, obligó a un cierto recodo en el árido estatismo y comenzó una tímida experiencia de privatización que permitió la inversión de capitales europeos en la industria hotelera y turística en general, el surgimiento de los “paladares” y la circulación del dólar como moneda corriente. El paquete de reformas, dirigido por el hoy consagrado Carlos Lage, -monitoreado por Raúl- operó por un tiempo, el “período especial”, hasta que el propio Castro lo desactivó en 1994.

A partir de esa fecha de retroceso, los cubanos se apretaron de nuevo el cinturón y vieron como la sociedad se hundía cada vez más profundamente en la degradación y la miseria. Decía un poeta exiliado…. “era imposible tomar café. El día que conseguías un poco, no había agua. Y cuanto tenías agua y café, no quedaba gas”… “era lo más parecido posible al infierno. Pero un poco peor”. Se habían deshecho las nunca demasiado claras maravillas sociales que daban argumentos a los defensores de “la revolución”. Cuba era un país desnutrido, con unos rudimentos de seguridad social y atención médica muy inferiores a los de Costa Rica, Chile o Venezuela. Pero para Castro, quien veía que la apertura económica minaba su poder, la opción apareció claramente: aumentar la represión, la ferocidad y aplastarle los nudillos a los que tocaban las puertas de la democracia.

Cuba ya se había convertido en el totalitarismo más terrible del siglo XX, el más desalmado, cruel, que pudiera alguien imaginarse. Hitler, Stalin, Mao, Ho Chi Min, Pol Pot, murieron en el intento, pero Castro demostró que era superior a ellos. No en vano protagonizó, si no nos equivocamos, la dictadura más larga del siglo XX. A eso lo ayudó, sin duda, la torpeza de los gobiernos norteamericanos, que cuando tuvieron la ocasión de ayudar a tumbarlo lo apoyaron y cuando debían quedarse quietos lo agredieron y han mantenido en ambas circunstancias la locura del embargo comercial.

La estructura de poder actual se formó hace año y medio. Hasta el día antes del pabellón quirúrgico de Fidel, en julio de 2006, había unas figuras que lucían con más poder del que realmente tenían. Según algunos analistas, ya funcionaba un triunvirato designado por Fidel, en el que aparecían Felipe Pérez Roque, Ricardo Alarcón (dos de las principales estrellas mediáticas del régimen) y Carlos Lage. Esas eran –decían- la figuras sucesorales y Fidel habría decidido quedarse en su papel mítico nada más.

Anatomía de la nomenclatura
Pero las tres fuerzas reales de la supercúpula las tenían, (naturalmente Raúl), Carlos Lage, y José Ramón Machado Ventura, aunque ninguno de ellos individualmente acumulaba las condiciones suficientes para remplazar a Fidel. Poco antes Raúl había dicho en un discurso que “Fidel sólo podría ser sustituido por el liderazgo colectivo del Partido Comunista” y que no había ningún dirigente individual para esa tarea. Tres figuras con tan enorme respaldo en el aparato de poder (Partido Comunista y Fuerzas Armadas) requerían una delicada negociación entre ellos para armar la trama sucesoral y la sobrevivencia de sus intocables poderes personales. Por eso son designados en la quinteta sucesoral Raúl, Lage, José Ramón Machado y José Ramón Balaguer, pero también un batacazo: Esteban Lazo, un dirigente de base, miembro del del Buró Político (lo llaman “el gori…lazo”), típico “cuadro medio” o apparatick.

Lo que está cuajado de inquietantes incógnitas no son las inclusiones sino las exclusiones. Las ausencias escandalosas en el quinteto sucesoral (no debería decirse que defenestrados), son dos muy cercanos a Fidel, los mencionados Pérez Roque (relegado a miembro de una comisión) y Alarcón, figuras relumbrantes e internacionalmente conocidas, que fácilmente le quitarían cancha al gris Raúl, mientras los que clasifican son discretos como él.

Raúl es un burócrata militar que fue agente de la KGV, trabajador y metódico, también gris, capaz y alcohólico, pero al final vacío de “duende” en el sentido andaluz, no tiene las condiciones mantener e sistema intacto frente a un deslave como el que amenaza y ruge. Estaríamos en las puertas de la formación de facciones, precursores antediluvianos de los partidos políticos. ¿Tendrá esa burocracia totalitaria instinto de conservación para mantener la disciplina ahora sin la presencia del amo terrible?
Aunque eso se pone a prueba el domingo 24 de febrero, la quinteta es mayoritariamente de Raúl, el delfín oficial, natural, “constitucional” en esta monarquía y al que le quedan, entre otras, las funciones de mando político militar en la distribución. Después de él, Lage el segundo a bordo, con un sólido currículo profesional y revolucionario, sin mácula hasta ahora, pues se ha mantenido muy lejos de las pequeñas conspiraciones y luchas intestinas que explicarían la exclusión de Alarcón, por ejemplo, al que se consideraba miembro natural de la sucesión. Tanto Raúl como Lage tienen fama de “neoliberales” en el lunfardo de los intelectuales de izquierda. El primero, partidario del socialismo de mercado estilo chino vietnamita y el segundo aperturista del pasado, como ya relatamos y tal vez el más vinculado a la comunidad económica internacional.

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