Pyonyiang, Hiroshima y Copenhague
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En 1941, la reunión de dos amigos, los físicos Niels Bohr y Werner Heisenberg en la Dinamarca ocupada por los Nazis, pudo haber sido el más trascendente de todos los encuentros y desencuentros que condujeron a la creación de la bomba atómica.
Heisenberg y Bohr – fundadores de la Física Cuántica en los años 20 – no podían estar en situaciones más disímiles durante la II Guerra Mundial: el primero, encargado del proyecto atómico de la Alemania Nazi, argumentó luego de la guerra, que visitó a su mentor danés, en su casa de Copenhague, para convencerlo de que los físicos podían persuadir a los políticos de que no era posible producir en breve tiempo armas atómicas, y así, no se la entregaría a un criminal como Hitler, a la vez que evitarían que los aliados pudiesen lanzarlas en su país.
Bohr interpretó que Heisenberg lo visitó para obtener información sobre los progresos nucleares de sus compañeros en Estados Unidos, (la mayoría de ellos eran judíos, y debieron escapar de Europa) y consideró que su discípulo era un colaborador de los Nazis que creía – o quería hacerle creer – que entablaba una resistencia pasiva al dilatar el proyecto nuclear alemán. En encuentros posteriores ninguno logró acordar qué fue lo que realmente dialogaron en 1941.
Luego de la guerra, Heisenberg y su equipo de científicos fueron interrogados por los servicios secretos británicos sobre el avance del reactor atómico alemán y no pudieron determinar si no concretaron bombas por falta de éxito o por la intencionalidad de no producirlas. Bohr – hijo de madre judía – escapó de Dinamarca junto a la mayoría de sus 7 mil judíos, en 1943, gracias a la resistencia y al gobierno de ese país que los llevaron en botes a Suecia, país neutral. De allí el científico se traslado a Londres y luego a EEUU en donde participó en el Proyecto Manhattan, que proveyó a los aliados de la bomba.
El encuentro de Heisenberg con Bohr y su esposa Margaret, en 1941, es historia que hoy podemos apreciar en ficción a través de una gran obra de teatro: “Copenhague”,- escrita por Michael Frayn, y presentada en varios escenarios mundiales. “Copenhague” nos permite reflexionar sobre muchos temas vigentes, polémicos y complejos: ¿debe estar la ciencia al servicio del poder político?, y en caso afirmativo, ¿el servicio al poder depende del gobierno que dirige los destinos de una nación? ¿Cuáles son los límites de la lealtad a un país, a un ideal, a un amigo? ¿Cuáles son los límites de la obediencia ante el poder?
Lo que plantea la historia de Hiroshima y el reto de Pyongyang – capital de Corea del Norte – y de grupos fanáticos que ven opciones de guerra en las instalaciones nucleares de Pakistán o las que Irán desarrolla sin mayor control internacional, tiene mucho que ver con el misterio de “Copenhague” puesto que estos seres humanos sabios para las ciencias, pero a menudo, imprudentes en cuanto a las implicaciones de sus aportes, son los que contribuyen o no – de acuerdo a su ética y a su conciencia de responsabilidad hacia sus semejantes – en y proveen a ambiciosos y adictos al poder de la capacidad de poner al mundo en jaque, y maten.