Opinión Internacional

Puente Llaguno en Quito

Pareciera que la maldición ha traspasado las fronteras patrias y se esparce
como derrame petrolero por todo el continente: no hay (ni parece habrá en el
mediano plazo) algún suceso sociopolítico en cualquier país de América
Latina que no sea relacionado -para bien o para mal- con el nombre  y las
acciones de Hugo Chávez. Para el presidente venezolano y sus seguidores eso
debe ser el éxtasis, qué más puede pedir un líder con ilusiones mesiánicas
que ser el centro de todo acontecimiento, el eje de cualquier conversación y
titular casi obligado de los medios de comunicación de diferentes países y
en diversos idiomas. Porque no es sólo en estos lares tumultuosos y
subdesarrollados en los que se mezclan las culturas de tres etnias:
indígena, africana y europea, donde el patronímico Chávez parece el toctoc
del pájaro loco taladrándonos el cerebro: en España se ha transformado en
tema primario de la confrontación política entre el gobierno del PSOE y la
oposición liderada por el PP y, en los Estados Unidos -nada menos que el
Imperio- es una piedra en el zapato de Bush y una tachuela en la silla donde
se sienta Condoleezza. Cuando un gobernante cae en desgracia, como acaba de
ocurrir con Berlusconi en Italia, no faltan quienes hagan comparaciones
entre los excesos, excentricidades y abusos de aquel y los de éste que
padecemos en vivo y en directo. ¿Cómo no relacionar entonces los recientes
sucesos de Ecuador con lo ocurrido en Venezuela en abril de 2002 y cómo no
atribuirle culpas en aquellos a la revolución for export de nuestro caudillo
continental? ¿Se parecen en algo el derrocado Lucio Gutiérrez y el depuesto
y luego restituido Hugo Chávez?  Ambos fueron militares golpistas que
llegaron luego al poder por la vía electoral; los dos decidieron intervenir
y acomodar a su antojo la administración de justicia -violando la
Constitución- para poder hacer y deshacer, sin obstáculos ni frenos; uno y
otro han sido relacionados con la narcoguerrilla colombiana; el populismo y
la demagogia han sido ingredientes básicos en sus discursos, y muy semejante
su desprecio por la oposición. Para Chávez, sus oponentes son escuálidos,
oligarcas y golpistas, Gutiérrez les puso el mote de «forajidos». Uno y otro
ordenaron reprimir las manifestaciones opositoras, y contaban para ello con
grupos paramilitares que luego dispararon contra civiles; en los dos casos
hubo asesinados. Una de las víctimas mortales de los asesinos de Puente
Llaguno fue el fotógrafo Jorge Tortoza, del diario 2001; en Quito la furia
popular se hizo incontenible después del asesinato -por francotiradores
oficialistas- del reportero gráfico Julio Augusto García Romero.  ¿Cómo fue
entonces que los ?forajidos?ecuatorianos lograron la renuncia del Presidente
Gutiérrez y los escuálidos venezolanos nos quedamos con los crespos hechos?
Habría que saber primero quiénes son los forajidos; su característica
fundamental es no estar ligados a ningún partido u organización política
casi lo mismo que esa sociedad civil venezolana, con permanente presencia en
la calle desde 2001, y que marchó multitudinariamente el 11 de abril de
2002. Los forajidos de allá, al igual que los escuálidos de aquí,
transformaron los despectivos motes en su orgulloso nombre de batalla. Aquí
hubo gaitas y otras expresiones musicales que reivindicaron ese
calificativo; allá se transformó en un segundo himno la canción de Ataulfo
Tovar llamada «Soy forajido». Los escuálidos contamos con el apoyo de casi
todos los medios de comunicación privados; los forajidos, de una emisora
popular -«Radio La Luna»- transformada en tribuna abierta de la resistencia
ecuatoriana. Los forajidos, sin otra dirección política que el entusiasmo
popular, lograron que miles de personas se sumaran a su marcha hacia el
palacio presidencial; a tres años del 11 de abril venezolano nadie sabe
quiénes fueron los escuálidos que gritaron ¡a Miraflores! y consiguieron que
decenas de miles de hombres y mujeres enfilaran sus pasos hacia el asiento
del poder ejecutivo. Allí no terminan las coincidencias: en la renuncia de
Chávez el 11 de abril de 2002, fue decisiva la actuación del jefe del CUFAN
(Comando Unificado de la Fuerza Armada Nacional) General de División Manuel
Rosendo. La destitución de Lucio Gutiérrez se hizo efectiva cuando el Jefe
del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de Ecuador, General Víctor Hugo
Rosero, anunció que los jefes de las tres ramas militares habían decidido
retirarle su apoyo al Presidente. En otras palabras, los jefes militares de
aquí quitaron a Chávez y luego lo volvieron a poner; los de allá tienen más
entrenamiento en estas lides: siete presidentes en diez años. ¿Logrará
Ecuador superar -con la salida de Gutiérrez- su prolongada crisis? Ojalá y
así fuera, pero ciertas circunstancias conspiran contra todo optimismo: El
nuevo Presidente, Alfredo Palacio, es un médico cardiólogo electo
vicepresidente en la misma fórmula que llevó a Lucio Gutiérrez a la
Presidencia; mientras este último hizo su campaña electoral ataviado de
color verde oliva para resaltar su pasado militar, Palacio iba a todas
partes ataviado con una bata de médico para que nadie olvidara su profesión.

Ahora habla de refundar la República, convocar una Constituyente y gobernar
para los obreros, los médicos y los trabajadores; promesas y exclusiones que
nos suenan bastante familiares. Pero mucho más alarmantes que estas ofertas
políticas son las amenazas de la anti política: El director de «Radio La
Luna», Paco Velasco, ha dicho que la población descubrió por fin la forma de
«defenderse de los políticos que han hecho tanto daño al país» y prometió
que esa radio seguirá siendo una tribuna pública para fiscalizar a las
autoridades y a los políticos. «Ya nadie se podrá burlar más del pueblo
ecuatoriano». Salvo, por supuesto, la anarquía que provoquen los juicios sin
justicia, promovidos por medios de comunicación autoerigidos en tribunales
populares.

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