¡Presenten a Chávez vivo o muerto!
Hasta ahora, los portavoces del chavismo –el ministro Ernesto Villegas, el vicepresidente Nicolás Maduro, el diputado Diosdado Cabello—han dicho cosas contradictorias, pero comienzan a dosificar malas noticias sobre la salud de Chávez, como si prepararan a la opinión pública para comunicarle el fatal desenlace anunciado por Cochez.
Era un predecible crescendo. Si, efectivamente, Chávez ha muerto, tienen que notificarlo de esa manera, porque, hasta ahora, han jugado con el embuste de que el teniente coronel se estaba curando progresivamente. Falsedad a la que el propio Fidel Castro le prestó su ya mínima credibilidad, asegurando, públicamente, que el líder bolivariano estaba en proceso de recuperación, mentira que no pueden deshacer tajantemente, sino poco a poco, para no desacreditar aún más a quienes engañaron a los venezolanos y a la opinión pública de una forma tan cruel y descarada.
¿Cuándo ocurrirá esto? El problema parece estar en el carácter ilegítimo de Nicolás Maduro. Si la información transmitida por Cochez es verídica, Chávez murió sin jurar su cargo de presidente, de manera que Maduro nunca pudo ser designado vicepresidente y ocupa esa posición de manera fraudulenta, lo que constituye un flagrante delito descrito en el artículo 214 del código penal venezolano castigado con pena de cárcel: usurpación de funciones públicas.
¿Quiénes saben lo que realmente sucede en la cúpula chavista? Sin duda, demasiadas personas para que el secreto no se conozca a corto plazo: los Castro y otra veintena de cubanos, incluido el personal médico que lo atendió en La Habana, donde aparentemente se produjo la muerte cerebral; la familia de Chávez (hijas, hermanos, padres, exesposas); la dirigencia del chavismo, los ex vicepresidentes Elías Jaua y José Vicente Rangel –un viejo estalinista con fama de imprudente–, y una docena de militares venezolanos de alto rango que ven lo que sucede con cierto nerviosismo producto de la incertidumbre.
En total, más de un centenar de personas conocen exactamente lo que sucede, sin contar los principales servicios de inteligencia del mundo: Estados Unidos, Rusia, Israel, e incluso China, que se juega miles de millones de dólares en el destino de Venezuela y, por si acaso se produce una situación caótica, le ha secado las fuentes de financiamiento.
Todos estos servicios tienen la capacidad de interferir y escuchar llamadas telefónicas, entrar en los correos electrónicos y descifrar los mensajes “encriptados” que se transmiten los gobiernos. Todos ellos, además, cuentan con colaboradores situados en las inmediaciones del poder que les dan informaciones más o menos fidedignas.
El chavismo, en fin, por su enfermiza voluntad de acaparar el poder a cualquier precio, se ha colocado en esta situación desesperada. ¿Qué puede hacer? Lo honorable, si Chávez murió, es que sus dirigentes no continúen engañando al pueblo venezolano, incluidos los propios chavistas, y digan exactamente la verdad: cuándo y cómo el presidente llegó al final de su vida.
A partir de ahí, está la Constitución, la “bicha” tan querida por Chávez, con sus definidos procedimientos legales para enfrentarse a esta circunstancia, recurriendo a los métodos democráticos sin necesidad de que surja un estallido de violencia.
De acuerdo con ella, el fraudulento señor Maduro debe apartarse del poder –aunque lo elijan como candidato del chavismo–, mientras Diosdado Cabello asume la presidencia y convoca a elecciones en un plazo de treinta días.
Naturalmente, también, como han hecho hasta ahora, los dirigentes chavistas pueden continuar enredándose en sus mentiras, inventándose una juramentación post mortem de Chávez, y una falsa designación de Maduro, pero todo lo que lograrían con esa conducta sería fatigar aún más a la opinión pública venezolana, a estas alturas asqueada de que le tomen el pelo como si esa sociedad estuviera compuesta por idiotas y oligofrénicos.
En todo caso, lo fundamental es lo que dijo el exembajador Cochez: que presenten el cuerpo de Chávez. Vivo o muerto, pero que lo presenten.