Opinión Internacional

Posiciones excluyentes

La región se mueve entre izquierdas indefinidas y diversas y otras tendencias, calificadas por algunos, de centro-derecha, calificación que, por cierto, no es determinante ni necesariamente compatible con la eficiencia en la gestión de gobierno.

Son conocidas las diferencias entre la izquierda democrática representada por Alan García y Michelle Bachelet, en alguna medida por Lula y menos por Kirchner; y la otra izquierda, representada por los discípulos del dictador Castro, como ellos mismos dicen ser, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, cuyos regímenes interpretan la forma de gobernar de manera muy diferente, en base a la confrontación y a la ruptura de los esquemas y la sustitución de las instituciones, con el fin de otorgar al Estado un poder intervencionista, casi absolutista.

Dos grupos dentro de un mismo bloque que no muestran, pues, la homogeneidad necesaria para avanzar en un proceso serio de integración, lo que afecta el diálogo regional y el avance en la toma decisiones de interés colectivo.

La real diferencia entre estos dos grupos radica en la forma de gobernar y en la visión que se tiene tanto de la estructura interna del Estado y del país, como del proceso de integración regional. La imposición y la arbitrariedad constituyen para algunos la base de la gestión de gobierno, el régimen bolivariano un ejemplo, lo que contradice los principios y valores fundamentales de la democracia. La diferencia es clara entonces, entre Venezuela y los países de la orbita bolivariana, beneficiarios de una “solidaridad” particular, y los otros países de la región, sean de derecha o de izquierda, en los que el diálogo y la concertación prevalecen.

Entre los modelos de desarrollo y de integración planteados por Chile, Perú, Argentina y con otra visión, aunque siempre sobre la misma base y con los mismos fines, México y Colombia y el proceso “revolucionario” venezolano, hay diferencias muy profundas. Se trata de procesos incompatibles, simplemente excluyentes, por lo que Venezuela, ahora acompañada de Ecuador y Bolivia, se ubica en la marginalidad, al mismo tiempo que bajo la orbita brasileña, aunque ello no sea comprendido por la dirigencia criolla. Para muestra, las cifras del comercio bilateral entre los dos países, que reflejan la creciente dependencia de Venezuela de la economía gigante del sur, lo que justifica las “coincidencias” y el “apoyo” de Lula al proceso bolivariano.

La incompatibilidad de los procesos nacionales afecta la integración regional, lo que incide negativamente en las relaciones de la región con Europa y los Estados Unidos. Tal como se dijo una vez, aunque lo negara la entonces candidata Michelle Bachelet, la Venezuela de Chávez representa en el proceso de integración regional, una piedra en el zapato.

Las relaciones son tensas. Las constantes e irreverentes declaraciones del presidente venezolano han provocado el deterioro de las relaciones al más alto nivel. Son lamentables sus expresiones y más sorprendentes sus reacciones ante las afirmaciones de otros Jefes de Estado, como las expresadas hace unos días en Europa por el presidente Calderón –cuyo gobierno todavía no ha tenido el privilegio de ser reconocido por el bolivarianismo- sobre las economías de la región, en alusión especial al disparate venezolano.

El presidente mexicano se refirió en Davos a las economías retrogradas, entre ellas, la venezolana, que inspira a las ya anunciadas por los gobiernos de los países de la orbita bolivariana, Bolivia y Ecuador, que regresa a las “nacionalizaciones” y al ineficiente y corrupto Estado capitalista. El presidente venezolano consideró que tal declaración era irrespetuosa. En su programa renovado Alo Presidente! Chávez, envalentonado, exigió “respeto” al presidente mexicano al declarar “si usted quiere que lo respeten, respete. ¿Escuchó camarita? Después no venga a decir que soy yo que atropella, que Chávez es el peleón del barrio! El presidente mexicano ripostó afirmando que había que disentir en forma madura y respetuosa, sin descalificaciones personales.

La actitud del presidente venezolano no es simplemente torpe; ella forma parte una estrategia, por lo demás equivocada, que busca disminuir a la “disidencia” externa, representada, en este caso, por el gobierno de México, un claro reflejo de su política interna.

Hay que estar claros. Venezuela, pese a la gritería bolivariana, no tiene ninguna capacidad para ejercer un verdadero liderazgo regional, aunque pueda ejercer cierta influencia sobre algunos gobiernos más débiles que aprovechan la “solidaridad” venezolana. Las decisiones importantes no son ni lo serán, iniciativas bolivarianas.

El verdadero liderazgo regional -y así lo ven los centros de desarrollo- lo disputan Calderón y Lula; la exclusión del líder bolivariano es evidente, aunque el centimetraje en los medios, por sus extravagancias, siga siendo notorio.

El presidente brasileño, dentro de esa estrategia que, definitivamente, no logran entender los bolivarianos, insiste en el doble discurso. Un tiro a favor del crecimiento económico, indudablemente insertado en la corriente mundial de comercio; otro “a favor” de la “democracia” venezolana. Una contradicción que preocupa en Brasil y afuera, aunque se sabe que la estrategia brasileña está concebida a largo plazo, con o sin la revolución bolivariana.

Algunos asesores económicos sensatos preparan un discurso inteligente, aceptable para los centros de negocios del mundo; otros, como Marco Aurelio García, preparan los párrafos “calientes” a favor de los procesos cubano y venezolano, el primero en su última fase, el segundo, confuso, inestable y cada vez más separado de los parámetros democráticos, para complacer a algunos trasnochados y mantener su popularidad en los sectores marginales y por lo tanto “izquierdistas” de su país.

Calderón, por su parte, presenta a un México confiable, en crecimiento, seguro de su destino, según los analistas internacionales, especialmente después de Davos. Con una visión, además, muy distinta de la integración regional. Mientras Venezuela plantea una integración “impuesta”, de naturaleza principalmente ideológica y Brasil una integración desbalanceada a su favor, México plantea una relación distinta, basada en el equilibrio y en el beneficio mutuo.

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