Peligro mortal en Venezuela
La legalización del amañado referendo revocatorio contra el Presidente Hugo Chávez -conducido por la derecha venezolana con premeditación de fraude y múltiples y recurrentes actos violatorios del marco legal de cualquier Estado de Derecho- abre las puertas hacia una posible pérdida del poder de las fuerzas bolivarianas. Tal pérdida podría darse en los hechos (de facto) o por la vía institucional (de jure ).
El referendo de agosto es, en términos militares, la batalla decisiva de los cuatro años de guerra entre el eje oligárquico-imperial y el eje presidencial-patriótico. Es el Waterloo de Napoleón Bonaparte, el Ayacucho de Antonio José de Sucre, el Kursk (1943) del Ejército Rojo y el Carabobo de Hugo Chávez.
No se puede sobreestimar la importancia del referendo que viene. «Los últimos restos del poder espanhol en América han expirado en este campo afortunado», escribía el vencedor de Ayacucho al Libertador, apenas terminada la batalla, el 9 de diciembre de 1824. No menos está en juego en este agosto de 2004, en Venezuela.
Perder esta batalla significa perder la guerra. Significa, perder todo. Tal como la legalización del robo electoral de George Bush por la Corte Suprema de Justicia en Washington inició un período de desgracia, no sólo para la población estadounidense, sino para el mundo entero, la liquidación del proceso bolivariano sería el fin de todo intento de Unión Latinoamericana, porque su elemento dinámico, el presidente venezolano, desaparecería.
La derrota sería equivalente al triunfo del ALCA, del Plan Colombia, de la dolarización, de la exterritorialidad hemisférica de la jurisdicción estadounidense y de la Carta Democrática; sería el fin del potencial progresista y latinoamericanista de la política de Kirchner y Lula; crearía una situación extremadamente peligrosa para Cuba y dejaría al MAS de Bolivia, a las FARC y el ELN de Colombia, a la CONAIE del Ecuador y los demás movimientos sociales progresistas en toda la Patria Grande, sin horizonte estratégico concreto.
Para evitar una eventual derrota en agosto habría que tomar una serie de medidas urgentes. La primera es obvia: el reemplazo del equipo que llevó la campaña del referendo al desastre actual y que ha quedado en total descrédito: el Comando Ayacucho, entre otras instancias directivas.
Independientemente de los factores específicos que hayan producido la calamidad, es imperdonable que uno de los Estados más ricos de América Latina, cuyo gobierno cuenta con el sólido apoyo de las Fuerzas Armadas, una popularidad relativamente alta, masivos programas sociales y educativos y que dispone de dos estaciones estatales de televisión y un canal radiofónico nacional, no haya podido derrotar a una derecha golpista y demagógica debilitada, carente de proyectos y personalidades nacionales.
Ese fracaso apunta al principal talón de Aquiles del proceso bolivariano: la insuficiencia de equipos de trabajo en la esfera política y burocrática que sean eficientes, entregados a la causa y que le den continuidad a los proyectos iniciados. Prevalecen, con excepciones, la improvisación, el constante cambio en las posiciones directivas, el oportunismo partidista y personal y el discurso rutinario, que dificultan los avances del proceso.
Parte de este cuadro humano derrotista es el triunfalismo que no se ha podido vencer en las filas bolivarianas. Pocos meses antes del golpe militar de abril del 2002 era obvio que se estaba fraguando un coup d´etat contra el Presidente. Sin embargo, aun reforzándose el diagnóstico del golpe con opiniones coincidentes de militares de alta jerarquía y de los servicios de inteligencia, era imposible penetrar el muro de triunfalismo e individualismo imperante en las altas esferas del proceso; muro que impidió que se tomaran las medidas preventivas del caso.
El fracaso en la «bolivarización» de las fuerzas sindicales es otro ejemplo al respecto. Confiando en la popularidad del Presidente se lanzó una campaña improvisada que fue derrotada por el sindicalismo corrupto de la Cuarta República, error grave que se ha pagado con años de desestabilización desde los sindicatos blancos.
Vinculado a este triunfalismo existen dos mecanismos que podrían causar serias consecuencias, si no se toman en cuenta para la batalla decisiva. La sustitución del análisis preciso y profundo de la situación concreta del presente por referencias al pasado, por una parte, y la quimera sustentada por muchos funcionarios y líderes, de que la Revolución Bolivariana es una experiencia única, absolutamente novedosa en América Latina.
El primer mecanismo se expresa en la idea de que el bolivarianismo ha derrotado electoralmente siete veces a la derecha y ganará, por lo tanto, también el referendo de agosto. Es posible que tal consigna sea útil para reforzar el entusiasmo y la determinación emotiva de los partidarios propios.
Sin embargo, hay que diferenciar entre esa extrapolación psicológica del pasado y la naturaleza de la verdad objetiva. Desde el punto de vista de la ciencia, se trata de un argumento absolutamente insostenible. Todo científico sabe que una tendencia de evolución empírica de un fenómeno social puede cambiar drásticamente su dirección o su comportamiento en poco tiempo. Por la misma razón, el argumento de la popularidad actual del Presidente no confiere ninguna seguridad a futuro, es decir, para la contienda.
La idea de la singularidad histórica del proceso bolivariano que apareció inmediatamente después del triunfo electoral presidencial, tiene un efecto derrotista complementario a los mecanismos anteriores. Algo que es un novum absoluto, no puede ser estudiado, per definitionem (por definición), en la historia ni en los libros. Por lo tanto, releva a los cuadros políticos y a los ciudadanos en general, del estudio y aprendizaje de la destrucción de la Unidad Popular en Chile, del Sandinismo en Nicaragua, del Peronismo en Argentina, de Joao Goulart en Brasil y, por supuesto, de la Guerra del Paraguay.
La «Revolución Bolivariana» de Venezuela es un producto criollo tan antiguo como la misma independencia latinoamericana y, al mismo tiempo, universal, como muestran el bonapartismo europeo y el desarrollismo keynesiano. Por eso, la comprensión de sus componentes históricos particulares y universales es tan vital para la sobrevivencia del proceso, como el estudio de la situación actual concreta.
La subestimación del enorme poder de manipulación de las ciencias sociales contemporáneas sería otro error garrafal. Hoy día, las elecciones en todos los países se ganan con dos ingredientes esenciales: a) el dinero y, b) la ciencia. El dinero, a diferencia de muchos otros países, le sobra al Estado venezolano, hecho por el cual habría resuelto, in abstracto, el cincuenta por ciento del problema.
Falta emplear la ciencia, en un doble sentido: a) entender su uso por parte del enemigo y, b) utilizarla de la parte bolivariana, para neutralizar las maniobras de la derecha. A tal fin sería importante que el equipo que conduciera la batalla del referendo investigara a fondo los siguientes procesos electorales.
El proceso electoral de 1990 en Nicaragua, en el cual la agresión paramilitar de los «contras», nueve millones de dólares dados a la oposición por el Senado estadounidense, junto con la amenaza de guerra por parte de Washington, lograron que los Sandinistas perdieran el gobierno; comparando las cifras de población de ambos países, la derecha venezolana recibiría alrededor de 72 millones de dólares para agosto.
La sustitución del presidente Edvard Shevadnarze en Georgia por Mijail Saakasvhili, en 2004, es probablemente de mayor importancia aun. En noviembre del 2003, después de una prolonga campaña de protestas callejeras, organizadas y financiadas por Washington y el megaespeculador estadounidense George Soros, Shevardnaze renunció a la presidencia, abriendo el camino hacia el control del país para las transnacionales energéticas del imperio.
La vocera del parlamento, Nino Burdzhanadze, asumió la presidencia para ser sustituida posteriormente por una campaña electoral perfectamente diseñada y financiada por Washington, que llevó al abogado educado en Nueva York, Saakasvhili, en enero del 2004 al poder, con una mayoría absoluta del 96 por ciento.
Finalmente, al proceso del triunfo electoral de Boris Yeltzin, de 1996. Ante una tasa de popularidad de Yeltzin de seis por ciento en febrero de 1996 —semejante a la actual de Toledo en Perú y Gutiérrez en Ecuador— la Casa Blanca estuvo muy preocupada por perder a su títere en el Kremlin. Inmediatamente envió un equipo de manejos electorales que convirtió a la moribunda candidatura de Yeltzin en un sólido triunfo en junio (¡!) del mismo año.
En ese entonces, Stalin tenía valores positivos más altos y valores negativos menos bajos que Yeltzin, a quien más del 60 por ciento de los ciudadanos rusos consideraban corrupto.
Sin embargo, una combinación de encuestas de opinión falsificadas; la permanente repetición del supuesto peligro de una guerra civil en caso de un triunfo del Partido Comunista; la violación sistemática de las leyes electorales; la conversión de los medios en aparatos de propaganda estatal; el extensivo uso de «grupos de focus», de encuestas representativas, de entrevistas de profundidad, de la cultura visual y la repartición masiva de dinero, llevaron en apenas cuatro meses a un resultado, que un conmovido Presidente Bill Clinton llamó «la consolidación del proceso democrático en Rusia».
Es obvio, que Bush enviará un equipo semejante, junto con maletas llenas de decenas de millones de dólares para comprar los votantes, los funcionarios, los jueces, las editoriales y los spots televisivos necesarios. Si la maquinaria manipuladora y corruptora de Washington logra repetir el éxito de Rusia y Georgia, el titular principal en la prensa gringa es previsible: «Consolidación del proceso democrático en Venezuela».
En tal evento, Jimmy Carter endulzará el regreso del petróleo a la democracia hemisférica con su dulce sonrisa de bonachón y su bendición pastoral; el lobo César Gaviria, protegido con una cara de oveja, hablará las tonterías habituales sobre la democracia representativa y Andrés Oppenheimer, farol periodístico de América Latina, iluminará a su clientela gusana, entre comercial y comercial, con la novedad periodística de que, contra toda expectativa, el populista Chávez aceptó el resultado del referendo.
Para no llegar a este momento de extrema desolación para todos los patriotas y revolucionarios latinoamericanos, sería conveniente que las fuerzas bolivarianas consultasen y se apoyasen en los mejores equipos profesionales disponibles en el mercado mundial de la mercadotecnia electoral.
La campaña del referendo debería ser, de parte de los bolivarianos, un proceso de homeopatía electoral, en el cual se combate el fuego con el fuego, y lo tóxico con lo tóxico. No se puede improvisar esta batalla decisiva, porque si se pierde, se pierde el futuro de la Patria Grande.
Debería planearse científicamente, sin ingenuidades, ni triunfalismos, ni democratismos equivocados. No puede ser artesanal o autodidacta, sino «industrial» y tomando en cuenta el primer axioma de la mercadotecnia electoral que reza, cínica- pero correctamente: «percepción mata realidad».
Pero, eso sí, hay que hacerla con abundantes fondos, con las mejores tropas y los mejores insumos que se puedan comprar y con la plena voluntad de neutralizar los métodos de la guerra sucia electoral que triunfaron en Rusia, Georgia, Nicaragua y en la primera fase del referendo revocatorio.
Una revolución que no sabe defenderse no es una revolución», decía el genio de la dialéctica política cotidiana, Bertold Brecht.
De hoy a agosto, la Revolución Bolivariana tiene que definir ante este imperativo, lo que es y lo que quiere ser.
Fuente: www.rebelion.org