Opinión Internacional

Partidos en los cuarteles

En ocasiones los presidentes se enferman, y algunas veces hasta mueren. El 28 de agosto del lejano 1969, el Presidente brasileño General Arthur da Costa e Silva sufrió una trombosis cerebral. Mientras la prensa, bajo censura previa, anunciaba una gripe presidencial, el General iba quedando paralizado. El 17 de diciembre de aquel año Costa y Silva moría.

Mientras el Presidente esperaba la muerte, sus compañeros de armas resolvieron el problema de la sucesión, apelando al espíritu de cuerpo entre las fuerzas militares.

Un primer paso fue desconocer el derecho sucesoral del Vicepresidente Pedro Aleixo (padre del actual vicepresidente de la Sociedad Bolivariana de Brasilia). Aleixo resultaba un civil poco confiable para los altos mandos, quienes alegaron que la gravedad política del momento impedía que el Vice se posesionara. Violada la Constitución y declarados vacantes los cargos de Presidente y Vicepresidente, la llamada junta militar integrada por los tres ministros militares, diseñó un mecanismo participativo y amplio para que los cuarteles pronunciaran su voto, sobre quién debería ser su nuevo jefe, y en consecuencia, el nuevo jefe del país.

Las pasiones dentro de los cuarteles comenzaron a manifestarse. Los uniformados fueron identificándose con su líder militar favorito y con sus respectivas postura: los radicales de derecha, los nacionalistas, los moderados, los pronorteamericanos. Cada tendencia procuraba apoyos y votos. En tanto los generales promovían candidaturas entre sus subordinados, los cuarteles eran verdaderos escenarios electorales.

Del gran número de altos oficiales con aspiraciones a Presidente de la República, sólo tres fueron finalmente aceptados como candidatos. En total 97 oficiales generales del ejercito, 37 de la marina y 23 de la aviación tuvieron derecho a voto. Ellos estaban obligados a realizar consultas informales entre la oficialidad de menor rango, antes de emitir su respectivo sufragio. Comicios mediantes, el ganador de las elecciones fue el general Afonso Albuquerque Lima, comparado con el nacionalista peruano Velasco Alvarado.

Un altísimo comando militar formado por siete oficiales, decidió que Alburquerque no poseía cuatro estrellas en sus hombros (se percataron luego del conteo…) y por lo tanto, no reunía las condiciones para ser Presidente de Brasil. En consecuencia, el ganador de las poco democráticas elecciones fue Emilio Garrastazu Medici, quien desde ese momento comenzó a ser el “candidato-presidente”. Pocos días después, el partido Arena asumió la “nominación” de Medici, y el 25 de octubre los congresistas de ese partido, siendo mayoría en el Congreso, aclamaron como nuevo Presidente de la República al candidato único señalado desde los cuarteles.

La Junta Militar emitió uno de los llamados Actos Institucionales, especie de decretos leyes emanados desde las alturas del poder y que diseñaron el marco de excepción “legal” de los gobiernos militares. El AI-17 fue promulgado, ya no para combatir a la izquierda que en aquellos días gustaba secuestrar embajadores norteamericanos. El AI-17 se emitió con el propósito de castigar a los militares que atentaran contra la unidad castrense, es decir, aquellos que no quedaron satisfechos del proceso “democrático”. Quién manifestara descontento por la derrota de su candidato, tendría como respuesta el retiro inmediato.

No existiendo un consejo electoral a quien recurrir, el proceso de votaciones cuartelario para elegir al Presidente, no fue objeto de reconteo o impugnaciones. Los de mayor rango ordenaron, y los de menor rango aceptaron o pasaron a retiro. Pero todo aquello no podía pasar sin crear serios enfrentamientos en las líneas de mando de la institución castrense.

El proceso electoral militar brasileño de 1969 es un ejemplo triste y aleccionador, de lo que ocurre cuando se infiltran elecciones y partidismo dentro de una institución que es y debe ser esencialmente jerárquica, esencialmente militar.

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