París, Hilton
Hace pocos meses el Primer Ministro francés, Dominique de Villepin, demostró que su país no cambia de dirección a pesar de los peligros que le acechan, afirmando que “No se necesita una guerra contra el terrorismo”; cuando pudo limitarse a cuestionar la errática política exterior estadounidense y sus contraproducentes estrategias para enfrentar al terrorismo globalizado.
Esta frase podría ser risible si no fuese tan preocupante ante la obvia realidad de terroristas islamistas que han declarado una guerra que perpetran desde Buenos Aires y Londres hasta Bombay y Bali; y que algún día podría manifestarse en París, y por ende, merece caer en el mismo agujero negro del cinismo utilizado por mandatarios como Bush, cuando objeta que sus tropas ejecutan torturas, o como los espectáculos del presidente iraní, Ahmadineyad, negando el Holocausto.
Sin embargo, las declaraciones del premier francés fueron aun más graves cuando otro miembro de su gabinete, el canciller Douste-Blazy, poco después “informó” que en Sudán hay “un verdadero genocidio”, como si no se supiera que ya en 2004, el gobierno islamista de ese país, había masacrado a unos 200 mil cristianos animistas y desplazado a más de 2 millones de refugiados en su continúa política de limpieza étnica y religiosa.
¿Será que los dirigentes galos no aprenden a detectar amenazas inminentes, o es que, a pesar de la historia, se sienten inmunizados a los peligros que los acechan? ¿Es recientemente cuando se enteran que hay un “verdadero genocidio” en Sudán?
David Letterman, conductor de un programa de entretenimiento norteamericano, se burló en una ocasión del ethos de Francia: “La última vez que un francés exigió pruebas contundentes para actuar contra un peligro, ellas llegaron marchando con sus botas a Paris bajo una bandera nazi”.
¿Será que París sigue durmiendo la siesta en un Hilton mientras otros hacen el trabajo – bien o mal – desde las trincheras?