¿Para qué sirven los organismos internacionales?
¿Para qué sirven los organismos internacionales? Cada vez con mayor frecuencia nos preguntamos ¿Cuál es el objeto de crear o mantener organizaciones internacionales como la OEA o la ONU, solo por citar dos ejemplos de los más cercanos que tenemos, frente a sucesos que afectan la vida de los pueblos y ante los cuales aparentemente ni siquiera las máximas instancias de estas organizaciones pareciera que pueden hacer algo?
La pregunta surge como producto de la reflexión, no por rebeldía que sirva de fachada a posiciones radicales o excéntricas. La interrogante se presenta al momento de observar situaciones en que se hace imprescindible traer a colación la aplicación material, tangible y sin miramientos, de sanciones o condenas reales a consecuencia de actitudes que merecen censura y son efectuadas por gobiernos que se salen de la línea de compromisos adquiridos al asumir la responsabilidad de formar parte de estas estructuras.
No se trata de plantear una amenaza de guerra por cualquier desacuerdo. Al contrario, hemos de reconocer que ha sido, afortunadamente, en el marco de esas organizaciones donde el diálogo ha sido la herramienta utilizada para evitar un enfrentamiento de consecuencias inmesurables en momentos extremos. Sin embargo, a veces, da la impresión que estos foros donde las naciones que los conforman firman cartas de compromiso y acuerdos multilaterales referentes a distintas materias, son apenas cortes de encuentro para estrecharse las manos y discutir causas menores, o también lugares donde se hacen arreglos entre pequeñas naciones dependientes y países más poderosos que mueven sus hilos en busca de campos fértiles para la siembra de ideas e inversiones a cambio de afectos. Si no, ¿Cómo es posible que un país con un gobierno que ha ido a contracorriente del respeto por los derechos humanos y ha violado sistemáticamente los mismos, tenga la venia para participar de un organismo firmante de la Carta Interamericana Democrática? Asimismo, ¿Por qué motivo, uno de los gobiernos más poderosos del mundo, con mayor grado de contaminación, no sea firmante del Protocolo de Kioto, y sin embargo sea cuna de las mayores organizaciones ambientalistas que existen? Estos son apenas dos ejemplos apresurados. Pero hay más, desafortunadamente muchos más. Como las torturas efectuadas por gobiernos que alzan la voz cuando se violan los derechos humanos en países ajenos pero que evitan mirarse a sí mismos cuando suceden actos similares en sus presidios, o cuando refugiados reciben tratos discriminatorios, o cuando los ciudadanos de un mismo país son perseguidos políticos por oponerse al gobierno de turno, y más grave aún, cuando un país hace caso omiso a sentencias emitidas por cortes de justicia internacionales.
No se trata de ser escéptico. Se trata de plantearnos situaciones pensando que estas organizaciones en su razón de ser, deberían velar por el cumplimiento de los acuerdos que les dieron origen. Y, lamentablemente, no ha sido así todo el tiempo. Cierto es que no todos los pueblos del planeta pueden pensar del mismo modo puesto que sus orígenes son diversos y sus modos de vida también, pero al momento de romper un acuerdo, los gobiernos de los estados miembros deben estar al tanto de la importancia de estos compromisos y conocer a profundidad que la membrecía a estas organismos podría estar en riesgo si sus pasos van en contra de los convenios adquiridos. Y también es imprescindible que las organizaciones tomen en serio su permanencia y asuman el reto de tomar las medidas necesarias para mantener la credibilidad y la sostenibilidad de su recorrido.
No estaría nada bien que las organizaciones internacionales existentes se hagan de la vista gorda a la hora de hacer valer sus decisiones y se encuentran con las manos amarradas y con un margen de actuación cada vez más limitado. De ser así, nos encontramos dando vueltas sobre el mismo eje y preguntándonos como al principio, ¿Para qué sirven los organismos internacionales?