Opinión Internacional

Pablo Neruda: La voz del amor y de la vida

Junto a los viñedos de un Chile de trenes lastreros y naturaleza que deja huella, el día 12 de julio de 1904, nacía Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, en Parral, una pequeña ciudad al sur de Santiago de Chile. Pronto en la ciudad chilena de Temuco, Neftalí Ricardo lee novelas de Salgari. «Por este tiempo -escribiría más tarde- llegó a Temuco una señora alta, con vestidos muy largos y zapatos de tacón bajo. Iba vestida de color arena. Era la Directora del Liceo. Venía de nuestra ciudad austral, de las nieves Magallanes. Se llamaba Gabriela Mistral». Es la voz más próxima con la que enlazará Pablo Neruda, cuyo nombre literario no nace hasta 1920.

En Santiago, Neruda estudió francés, se comprometió con las luchas sociales, para iniciar en 1927 su carrera diplomática. Neruda pisa por primera vez Madrid el 16 de julio de 1927, camino de Birmania, para inaugurar su primer consulado. Su nombre figura ya en antologías, colabora en periódicos y revistas sudamericanas, ha publicado Veinte poemas de amor y una canción desesperada, traduce poemas del francés… Neruda ha sustituido los cisnes modernistas por las nuevas imágenes surrealistas. André Bretón escribiría en la pizarra sobre la que enseña la teoría surrealista: «Hablo de cosas que existen, Dios me libre / de inventar cosas cuando estoy cantando».

Cantar -eso sí- es inventar palabras o inventar las nuevas relaciones entre las palabras. El Neruda de los años 30 es un personaje de nuestro mundo literario. Mirando a las obras y a los albañiles del Madrid de entonces trenza su Oda al edificio: «El hombre pequeñito / taladra, / sube y baja. / ¿Dónde está el individuo?» Neruda funda en Madrid su Caballo verde para la poesía, revista que imprimen Concha Méndez y Manuel Altolaguirre. Hay, pues, que montar los versos a caballo y volar -que en esa movilidad está la esencia del surrealismo-, y así llega a Picasso sin saber ni el cuándo ni el cómo: «Desembarqué en Picasso a las seis de los días de otoño, recién / el cielo anunciaba su desarrollo rosa…»

Los temas pictóricos de Neruda alinean su poesía junto al extraordinario Alberti cantor de la pintura. Cuando, en 1936, un fotógrafo ambulante sorprende paseando por la Gran Vía madrileña a Neruda, Alberti, Altolaguirre, Bergamín y Cernuda, el poeta chileno está plenamente incorporado a una generación a la que es preciso insertarlo para mejor entender su literatura. «En la capital de España -decía Pablo Neruda-, conocí a todos los amigos de García Lorca y de Alberti. Eran muchos. A los pocos días yo era uno más entre los poetas españoles».

Este Neruda colabora en el diario El Sol, en las revistas Cruz y Raya y Revista de Occidente, publica en las ediciones «Héroe» de Altolaguirre sus Primeros poemas de amor y en las ediciones del Arbol de Cruz y Raya, su ampliada reedición de Residencia en la Tierra.

Por la obra de Neruda cruzan varios continentes, muchas literaturas, todos los meridianos que consignan los manuales de la geografía y todos los que su aprensión establece que le pasan por su corazón. Y aún todo Neruda puede vislumbrarse moviéndonos sólo entre los textos del primer Neruda, del Neruda que a los veinte años crea uno de los más grandes poemas amorosos en lengua española y que poco antes de la trágica guerra civil está plenamente integrado con los poetas de un asombroso momento de nuestras letras.

Neruda vivió después en México, donde fue consul general. Escribió entonces Canto general, su obra cumbre. De regreso a Chile fue elegido senador en 1945, y más tarde despojado de esta condición por el gobierno de González Videla.

Cuando volvió a salir al extranjero, en 1949, era ya el chileno más conocido en el mundo. Más tarde regresó unido a Matilde Urrutia y participó en las campañas presidenciales de Salvador Allende. Cuando éste fue elegido presidente, en 1970, le nombró embajador en París, desde donde regresó ya enfermo de cáncer.

Pablo se fue con su compañera Matilde a Isla Negra, a su casa de espuma y aire marino. Cerca de ese mar al que amaba y del que decía en broma: «Vivo con el Océano intratable…» Sus últimas energías las dedicó a Confieso que he vivido, sus memorias.

Estamos ante el mayor poeta de América, el de la voz más estentórea por un lado, pero, por otro, el del murmullo de la intimidad, el que sube a las altas cimas de la vulgaridad y el que penetra en los abismos recónditos del ser, el que alcanza auténticas cumbres de musicalidad y el que se pierde en prosaísmos sin cuento, el que, en fin, quizá haya escrito la poesía más fácil del siglo XX y el que ha escrito la mejor y mas profunda de la América de siempre.

Pablo Neruda, uno de los mejores poetas de la literatura universal, premio Nobel en 1971, radical defensor de la libertad, vio despojada su casa y su patria tras el golpe de Pinochet el 11 de septiembre de 1973. La tristeza y la rabia precipitaron su muerte doce días más tarde. El poeta del amor, del canto general a todos los pueblos de su legendario y atormentado continente y que era capaz de decirle a su compañera, «las hay más bellas que tú, más bellas pero tú eres la reina», se consumía de dolor ante su patria maltratada.

Pablo Neruda es siempre verídico en su poesía; fiel a su angustia de poeta. España en el corazón es la muestra verídica de la compenetración íntima entre Pablo Neruda poeta y España, España con su tragedia.

Nadie -¿podremos olvidarlo jamás?- ha dicho palabras más encendidas de amor, más verdaderas, que esa voz de amor y vida, que estará para siempre en la memoria de los hombres.

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