O.E.A ¿Oligarquía en apuros?
Porque la Organización de Estados Americanos (OEA), desde su creación, en 1948, se concibió como un Foro donde los representantes de los Estados, es decir, los Jefes de Gobierno, tendrían su propio escenario para intercambiar ideas y formular propósitos, en nombre de una democracia, más o menos formalista, los pueblos, la gente común, los ciudadanos nunca han estado participando, directamente, en tan ampuloso organismo, el cual, hoy más que nunca, luce como muy extraño a las necesidades, aspiraciones y conveniencias de los latinoamericanos. No por casualidad, en sus orígenes, en sus antecedentes históricos, al principio del Siglo XX, la institución que llamamos en el presente O.E.A., fue realmente concebida como una organización para tratar los asuntos del comercio entre los distintos países del área y no para perfilarse como un proyecto rector de la política, de la organización social y económica de los, para entonces, muy jóvenes conglomerados nacionales, mucho menos en nombre de una Democracia, tal cual como la entendemos hoy, en proceso constante de perfeccionamiento y cada vez más representativa de la voluntad popular.
Aún cuando para la fecha de su creación, el primer Secretario General fue un hombre de aquilatado prestigio cultural y de definida convicción democrática, Alberto Lleras Camargo, aunado a la especificidad ideológica de sus Estatutos y a la letra de su Acta de Fundación, lamentablemente la O.E.A siempre estuvo y ha estado presta a servir los intereses de los gobiernos de turno en nuestros países y desconocer cualquier realidad incómoda que perjudique, que humille o que tiranice la vida de los pueblos latinoamericanos. La mayoría de los Dictadores de los años 50, hizo lo que quiso en la flamante organización gubernativa y más bien resultó una desviación de su conducta tradicional, una excepción en su comportamiento, cuando, por presión, precisamente, de Venezuela y de su Presidente (Rómulo Betancourt), en 1962 la O.E.A decidió la expulsión de Cuba, desde luego como incidente o episodio atribuible más a las exigencias de la famosa guerra fría (USA frente a la URSS) que a la profundidad humanística del espíritu democrático argumentado por nosotros.
Por eso no nos asombró, no nos tomó de sorpresa, la energía que desplegó el organismo continental y, más concretamente, su Secretario
General en funciones, José Miguel Insulza, con respecto a Honduras, coreando las tajantes descalificaciones promovidas desde Caracas y negándose, rotundamente, a estudiar el caso desde un punto de vista estrictamente legal y en base al ordenamiento constitucional del pequeño país centroamericano. Es decir, con esta incidencia ¨golpista¨ se demostró, una vez más, el carácter grupal de la O.E.A. y como está concebida para satisfacer más los deseos y propósitos de los Jefes de Gobierno, muy al contrario de lo pertinente a los pueblos y a las sociedades libres de América.
Independientemente de lo que al final resulte de tantas contradicciones, de tantos episodios hasta ridículos, dentro de los cuales se ha estremecido a una de las naciones menos afortunada del complejo centroamericano, amenazada de un desconocimiento internacional que la ahogaría ciertamente, lo que debemos extraer de esta experiencia insólita, es que el Continente, respondiendo a su pronóstico de futura potencia, por su juventud, por su fuerza emergente, por la vitalidad de sus recursos humanos, es la necesidad de imaginarnos un organismo mucho más moderno, mucho más representativo de la voluntad de nuestros pueblos, de la pluralidad indispensable del concepto de la Democracia del nuevo siglo. Como ejemplo, pensamos que no es simplemente cambiando por otro a nuestro Canciller, representante de nuestro Presidente, como Venezuela se sentiría integrada a un Foro Abierto y de verdadera índole dialéctica, en una O.E.A que ha servido para tanto, hasta el punto de que no ha servido para nada, si no alteramos sustancialmente la forma de representar la realidad de las naciones y de los pueblos, en un organismo que debe velar por ganar la batalla del futuro para el Continente. Que debe ser un puente seguro para llevarnos hacia el Primer Mundo y quebrar definitivamente una pobreza que no nos merecemos. Ni unos discursos que no necesitamos. Ni unos gobernantes que más bien se oponen al abordaje del mañana. Un Foro donde estén representados los ciudadanos y no los gobernantes. Un Foro donde se pueda discutir con libertad lo que verdaderamente atañe al futuro de nuestra gente. No una O.E.A que como afirmamos en el título de esta entrega, no es otra cosa que una oligarquía confusa, de pequeños jefes en disputa por un saco roto, por una botella vacía. Una oligarquía en apuros.