Opinión Internacional

¿Nunca más?

Acaban de conmemorarse sesenta años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz. En distintas latitudes dirigentes del mundo entero se unieron para recordar esa fecha bajo el lema ‘Nunca más’. Pasó más de medio siglo hasta que la memoria universal se manifestase a fin de evitar que acontecimientos como estos se repitan, es por ello que aplaudimos la iniciativa de romper el silencio que permitió a sucesos parecidos tomar cuerpo en otros lugares.

Casos como el de los campos de concentración a que fueron sometidos los judíos quizá no se materializaron de la misma forma. La historia tomó otros nombres y otros escenarios, pero lo cierto es que redundaron hechos de discriminación de todo tipo. Los ‘Gulag’ rusos, el apartheid en Sudáfrica, genocidios en Sudán Ruanda y Burundi, fratricidios en Timor Oriental, limpieza étnica en la antigua Yugoslavia. Guerras religiosas en Irán, fundamentalismos en Afganistán.

Si nos acercamos al continente americano veremos que la historia no nos es tan distante. Centroamérica llenó sus campos de sangre por guerras intestinas durante los años setenta y ochenta. Chile y Argentina son otros ejemplos. El surgimiento de líderes populistas con teorías de izquierda revolucionaria que lucharon contra el ‘imperialismo’ sostenido por dictadores en su gran mayoría salidos de componentes castrenses y posteriormente, lograda una suerte de democracias oligopólicas conformadas por partidos políticos que monopolizaron el poder en varios países, manchó la historia de un continente que en sus albores luchó contra la discriminación y el dominio excluyente de aquella sociedad monárquica española de los siglos XVI al XIX. Sin embargo, y bajo el tutelaje de líderes extremistas sostenidos por la Unión Soviética y Cuba, nuestras naciones americanas reprodujeron esos horrores que el mundo desarrollado vio con algún dejo de indiferencia.

Estos fenómenos fueron mostrados por medios de comunicación continentales.

Organismos internacionales se apersonaron en algunos casos en aquellos territorios para desarrollar labores de mediación y facilitación. Unos lograron la paz, otros no.

En todo caso, las sociedades de esos países no han olvidado el sufrimiento padecido por sus pueblos durante la consternación de esos años. La memoria presente en gran medida permitió que las sociedades respondieran y condenaran tales hechos.

En Venezuela pareciera que los acontecimientos son aún muy recientes. Guardando las distancias con los sucesos mencionados, en nuestro país hemos visto enormes injusticias cometidas contra ciudadanos comunes. Para citar uno de ellos, valdría recordar lo sucedido en campos petroleros como el de la urbanización Los Semerucos en el Estado Falcón. Las imágenes fueron vistas por millones de televidentes, más allá de nuestras fronteras, que en su mayoría repudiaron las acciones realizadas por cuerpos de seguridad del estado. Sin embargo, al no procurarse la salida del presidente Chávez mediante el referendo revocatorio que se llevó a cabo en agosto de 2004, el olvido pareciera tomar cuerpo en la memoria de muchos actores de peso en el escenario, dentro y fuera de nuestro país.

Un pueblo sin memoria es un pueblo sin historia. Venezuela ha dejado pasar muchas cosas a lo largo de su contemporaneidad que no debieron ser olvidadas. Jamás será posible avanzar en la justicia si no hay exigencia por parte de la sociedad para que las leyes se cumplan a cabalidad. El riesgo de que estas historias se repitan en cualquier parte es de magnitudes gigantescas. No se puede ser tan inconmovible. Cabe preguntarse si ha de pasar medio siglo para que los tribunales internacionales se encarguen de sancionar a aquellos gobernantes que atenten contra los derechos humanos de los ciudadanos repetida y sistemáticamente, o si constituyen podios vacíos que no pasan de ser un conjunto de estructuras inertes en el espacio.

Valdría por otra parte plantearse si las cumbres mundiales dan importancia verdadera a los crímenes de lesa humanidad y trabajan en consecuencia mediante la implementación de sus acuerdos, o si son, como se nos ha hecho pensar en algunas oportunidades, un encuentro de mandatarios con una agenda ajustada para apretones de manos y pactos de no agresión que se traducen en ‘no toque mis intereses y no tocaré los suyos’.

Auschwitz, Yugoslavia, Centroamérica y el Cono Sur, nos recuerdan que la memoria es imprescindible en el devenir histórico de las naciones. Existen cortes internacionales que dejan caer todo el peso de la ley sobre quienes ejecuten acciones equivocadas contra seres inocentes que les adversen o tengan una condición distinta a la de sus dirigentes. En algunos casos el castigo se ha evidenciado, pero la gran mayoría de las veces, la reacción ha sido tardía. Cincuenta años es demasiado tiempo para esperar justicia. Se requiere imperativamente acelerar estos procesos a objeto de que los pueblos que han sufrido y sufren estos males vean con esperanza el amanecer después de una tormentosa noche. De igual modo, se evitaría que actores de terror engendraran la posibilidad de cimentar su poder a costa de someter pueblos enteros.

El caso Venezuela no parece gozar aún de significativa importancia en el archivo de naciones que merecen llamar la atención de estas audiencias. Subsiste una interrogante sin respuesta aparente por el momento: ¿Cuál es la medida de sufrimiento que debe llenar un pueblo para que aquellos que acuerdan trabajar en pos de la justicia refrenden nuevamente un ‘Nunca más’?

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