No será tan fácil
La sola elección de Barak Obama como presidente de Estados Unidos significa ya un cambio radical. El día siguiente de la elección ese país amaneció distinto, un país nuevo, que dejaba atrás un pesado lastre de siglos. A partir de allí podrán darse nuevos cambios, de mayor o menor trascendencia, o no darse ninguno más, pero ya aquel cambio inicial será irreversible.
Es natural e inevitable que ese cambio originario estimule la creencia y la confianza en otros nuevos y muy profundos. Es explicable que se crea que después de lo sucedido aquel martes histórico todo será posible. Sin embargo, es riesgoso hacerse ilusiones. En un país como Estados Unidos las grandes políticas, y muchas de las menores, no dependen sólo del ánimo o la intención del presidente. Este, a lo sumo, por su cuenta sólo podrá imprimirle a la política un determinado estilo. Pero en Estados Unidos hay, y funcionan, instituciones que controlan al poder ejecutivo. El presidente estadounidense es un funcionario férreamente controlado, y aunque el partido gobernante cuente con mayoría en el Congreso, como allá no existe la disciplina propia de los partidos leninistas, en un momento dado el presidente puede perder en las cámaras una determinada proposición. Las políticas presidenciales dependen, pues, de un complejo juego político, en el que muchas veces influyen intereses poderosos. La habilidad del presidente estará a prueba en ese juego, y lo que sí es indudable es que Barak Obama la tiene de sobra. Por otra parte, el nuevo presidente tiene que comenzar desde ya a ganar su reelección dentro de cuatro años, y eso también influirá en su política.
En lo que atañe a la política internacional, en la que también se esperan importantes cambios, debe tomarse en cuenta que no es una política unilateral, y que mucho de lo que haga o deje de hacer el presidente de USA dependerá de lo que hagan los demás. Por supuesto, puede darse por seguro que en la nueva política exterior estadounidense no habrá más las torpezas y estupideces del señor Bush.
Por supuesto, nada más alejado de las posibilidades reales que las ilusiones del señor Chávez y los chavistas. Habrá, desde luego, un nuevo estilo, al menos de parte del presidente Obama, en las relaciones con Venezuela. El que lo haya también del lado venezolano dependerá del temperamento de Chávez. Pero no pasará de allí. Las diferencias entre los Estados Unidos de Bush o de Obama y la Venezuela de Chávez son estructurales, no dependen del buen o mal humor de los presidentes. Y mientras en Venezuela no se produzcan cambios reales positivos en sus políticas interna y externa, la posición del gobierno de Estados Unidos será la misma.
No obstante lo que aquí digo, yo no soy pesimista. Creo firmemente que vienen importantes cambios, que acercarán cada vez más a nuestros países, y a los del mundo entero, a un clima de paz y de entendimiento internacional. Lo que quiero es llamar la atención acerca de que nada de eso será fácil.