Ni en la ONU ni en la OEA hay pueblos sólo Gobiernos
Ni tampoco hay pueblos representados en el Parlamento Europeo (cuyos miembros son electos directamente por los electores de cada país)—porque está sujeto al poder de veto de La Comisión Europea (el poder ejecutivo europeo)—y éste al Consejo Europeo, que es el que detenta el poder político real: el de los gobiernos en ejercicio de cada uno de los estados miembros.
Teóricamente, todo jefe de gobierno, es el legítimo representante del pueblo que lo eligió; sin embargo, esa no es toda la realidad, ya que todo gobierno—sin excepción—representa realmente los intereses de los partidos políticos que lo llevaron al poder, los que poseen cada uno su respectiva ideología—inclusive los gobernantes electos por coaliciones de diferentes partidos; como por ejemplo el de Chile, donde la Presidenta Michelle Bachelet, llegó al poder apoyada por una coalición conformada por los partidos Demócrata Cristiano, por la Democracia, Radical, Socialista, Partido Democrático de Izquierda, MAPU Obrero Campesino, Partido Liberal y otros movimientos civiles.
Y como sabemos todos, en toda elección democrática existen partidos de oposición: los que pierden las elecciones—y éstos también representan al pueblo de cada nación; más específicamente a un sector del pueblo: el que nunca tiene ni voz ni voto en ninguna de las instituciones internacionales mencionadas arriba—aunque algunas de ellas tienen algún mecanismo para permitirle a los partidos de oposición expresar sus puntos de vista, sus quejas y sus reclamos—pero nunca proponer acciones políticas a ser tomadas por esas instituciones internacionales. Y como todos sabemos, no solamente es posible y probable—sino que ocurre constantemente—los gobernantes legítima y democráticamente electos, pueden olvidarse—y olvidan flagrantemente—las promesas que le hicieron a los electores que lo llevaron al poder, y conducen a sus países hacia destinos totalmente distintos a los deseados por los pueblos.
La ONU; en particular—que está conformada por los representantes de los gobiernos de 192 estados diferentes—es en realidad controlada por el Consejo de Seguridad—actualmente integrado por los representantes de los gobiernos de China, Francia, Federación Rusa, Estados Unidos de América y Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte—porque sus otros diez representantes rotatorios no pueden evitar el poder de veto de los cinco gobiernos mencionados.
¿Es imposible reformar esas instituciones internacionales para que realmente lleguen a cumplir los objetivos establecidos en sus actas constitutivas; como por ejemplo: defender y promover la democracia, la paz, la justicia y los derechos humanos?
No, no es imposible, pero es algo tan delicado y peliagudo como cuando dos puerco espines hacen el amor y puede hacerse posible sólo a la máxima velocidad a la que se desplaza un caracol.
Y aunque no lo creamos así, la humanidad, a pesar de ser aún sumamente primitiva y salvaje, ha progresado un montón desde que se creó la Liga de Naciones—el inmediato antepasado de la ONU, y desde el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Pero basta con enterarse de las noticias del día, para saber que permanentemente se perpetran impunemente todo tipo de atrocidades en contra de la democracia, la paz, la justicia y los derechos humanos—y no sólo en muchos países del mundo, sino comenzando por la más pequeña de las asociaciones de vecinos o juntas de condominio.
Propongo: que en todas esas instituciones internacionales, cada estado tenga dos representantes: El del gobierno y otro elegido por los partidos opositores perdedores de las elecciones.
Adicionalmente:
La reciente divulgación de la historia de Ida, el fósil de 47 millones de años de antigüedad—un lémur-mono llamado científicamente Darwinius masillae, nos indica el punto de partida para mejorar a la humanidad; nos dice que: (1) El ser humano es un animal y (2) El ser humano “es malo, y la sociedad lo corrige” como dijo el filósofo francés Jean Jacques Rousseau y no “es bueno, y la sociedad lo corrompe”, como equivocadamente pensaba el filósofo británico John Locke.
Es decir, hay que convertir al estudio de la biología evolucionaria en una parte obligatoria de todo pensum de estudios en ciencias políticas, economía, filosofía y teología—así chillen, griten y pataleen los que aún siguen creyendo en la existencia de lo sobrenatural—algo sumamente difícil de lograr; porque los creyentes en lo sobrenatural son la inmensa mayoría de los más de 6 mil 900 millones de seres humanos que habitan en el planeta Tierra en julio de 2009.