Navidad y usos horarios
La conmemoración de Navidad el día 25 de diciembre fue sancionada por la Iglesia Católica, en algún momento del siglo 5, luego de cuatro centenarios de polémicos debates entre teólogos que intentaron calcular la fecha de nacimiento de quien fue considerado su fundador y Mesías.
Nadie puede asegurar cuándo nació exactamente Jesús puesto que en su época no existía el calendario cristiano gregoriano – oficial para el catolicismo desde 1542 cuando el Papa Gregorio XIII ordenó ajustar el calendario juliano creado por asesores de Julio César en el año 46 antes de Cristo. En tiempos del imperio romano nadie sincronizaba el calendario juliano (solar) con el hebreo (solar-lunar), y por lo tanto no se registró el día del nacimiento de Jesús.
La fe es un asunto espiritual, cósmico, y no tiene mayor sentido ajustar su “lógica” con los cálculos hechos posteriormente por jerarcas de instituciones religiosas. Sin embargo, así como los primeros calendarios se instauraron para conmemorar estaciones climáticas y divinidades, no deja de ser irónico que también se han creado y alterado fechas y horarios en nombre de ideologías, revoluciones y caprichos.
En 1793 los revolucionarios franceses promulgaron un calendario que duró 12 años. Los meses, con nuevo nombres, fueron divididos en tres semanas de diez días y se declaró el 24 de octubre de 1793 – fundación de la Republica Francesa – como el primer día de año. Los nombres de los meses y los días del denominado “calendario republicano” fueron creados por el político Gilbert Romme y el poeta Fabre d’Églantine, amigo íntimo del temible Danton.
En el siglo 20 Lenin ordenó tras la Revolución Rusa cambiar el calendario juliano – aun vigente para el Cristianismo Ortodoxo – al gregoriano, ya que se usaba en toda Europa y así, por las diferencias entre uno y otro, el 1 de febrero de 1918 paso a ser el 13 del mismo mes. Bajo el régimen de Stalin, a partir de octubre de 1929, la semana pasó a tener 5 días y se eliminó el domingo, organizando a los trabajadores de manera que por grupos tuviesen distintos días libres a la semana. También se hizo una versión con 12 meses de 30 días y los 5 días restantes del año, pasaron a llamarse “Día de Lenin”, como equivalente al 31 de enero, dos “Días del Trabajo” después del 30 de abril, dos “Días de la Industria” después del 7 de noviembre – para luego proseguir con el 8 de ese mes, – y a los años bisiestos se le agregó un día extra luego del 30 de febrero. En 1940 la semana de los 7 días fue restaurada con su respectivo domingo.
Así como reyes y dictadores han cambiado calendarios y horarios, otros candidatos actuales a monarcas también creen que pueden modificar las realidades irresueltas de miseria y desequilibrio de sus sociedades, intentando controlar al tiempo. Es el caso del fallecido tirano de Turkmenistán, Niyazov, quien gobernó desde 1990 hasta 2006, y entre varias locuras cambió el calendario sustituyendo el mes de enero por el de “Turkmenbasha” – uno de sus apodos – y le dio nuevas denominaciones a los días de la semana y a los meses. Recientemente, Hugo Chávez, en una especie de decreto (mágico) real – cual Coronel Aureliano Buendía de “Cien Años de Soledad” – atrasó media hora el tiempo de los venezolanos aludiendo a supuestos temas de salud pública y a su real gana de no ajustar el tiempo del que cree su reino, al de los husos horarios del mundo, a los cuales acusa de ser “instrumentos del imperialismo”.
Venezuela pasa a engrosar la lista de países con horarios fraccionados, no por la extensión de su territorio, como Canadá, India o Australia, sino por capricho de su aspirante a rey, como Nepal, Myanmar y Sri Lanka, entre otros pocos.
Una cosa es el uso y otra el abuso de horarios y calendarios para satisfacer el ego y otra las consideraciones matemáticas que tomaron en cuenta los fundadores de la Iglesia para adaptar sus cálculos del calendario juliano y gregoriano, y así determinar, con error, que la Navidad es el 25 de diciembre. Al menos, ellos se conformaron con declarar ese día como el nacimiento de una figura divina, sin sustituirla por las de hombres que se decretaron a sí mismos como dioses, en su intento de robar, no solo el mes de abril – como cantaría Joaquín Sabina – sino, semanas, días, horas, y lo peor, el tiempo futuro de poblaciones enteras.