Narcisismo multipolar
La viabilidad a largo plazo de una nación como Venezuela a los fines de aspirar a preservar su independencia política, se derivará de la capacidad que tenga de resistir presiones políticas, militares, económicas que puedan amenazar su soberanía, territorio, población y el régimen de libertades teóricamente ratificadas en al Constitución de 1999. Pero para ello, la política exterior necesariamente, tendría que actuar en forma flexible buscando un determinado espacio de maniobra en el contexto internacional, cuyo objeto sea aumentar la capacidad de resistir presiones y generar en un punto de moderación una política exterior propia. La lógica conclusión es que, nos convendría movernos en un mundo multipolar para lograrlo. Pero la realidad internacional no es un universo de tan libre escogencia como el que quisiéramos.
Venezuela conducida por liderazgos narcisistas que han conectado su irresponsable aventura personal con los intereses de la nación comprometiéndolos peligrosamente, como lo hizo Pérez en el pasado y lo hace Chávez ahora, le han transmitido a nuestro pueblo la percepción de que Venezuela es o puede convertirse –auspiciado desde el más allá por la deformación de la historia de la independencia y la condición petrolera- un poder de influencia estelar y decisivo en las relaciones internacionales.
La patológica creencia del verbo como herramienta de la acción, el profetismo redentor, retador y moralizante, el dogmatismo ideológico mezclado con las ambiciones desbordadas de nuestro real y verdadero poder, el mesianismo, muestra a las claras, que hoy se ha exacerbado como nunca antes, el analfabetismo y la simplificación de la concepción que se tiene sobre la política internacional.
Venezuela y ello no debería entrañar ninguna vergüenza, es un pequeño país, con muy poca gravitación en la escena mundial, con muchas más debilidades que fortalezas, resulta suicida querer erigirse en un promotor de rupturas y en el gestor de un nuevo orden mundial, pues ese hiperactivismo, más lo compromete que lo beneficia. Lo que si debería avergonzarnos es nuestra debilidad, lo cual no significa ,desde luego, resignarnos por el contrario, ese es justamente y no otro el auténtico desafío. Fragilidad que se manifiesta en sus vulnerabilidades institucionales, en que el derecho a la vida es un papel impreso, en una economía desequilibrada, con una sociedad brutalmente desigual y una pobreza aberrante, sobresaturado de exigencias y demandas ante las cuales el Estado se sigue mostrando particularmente inepto para responder.
El multiplicar nuestros compromisos a nivel internacional, sobre todo en ciertos niveles ideológicos como lo está haciendo Chávez, ha ido agudizando las tensiones sobre la percepción que se tiene de Venezuela , más que ampliar sus identidades, el país luce ridículo, ambiguo ante el mundo. Esa dispersión unido al agresivo estilo de desbordado narcisismo del presidente, muestra que el orden de las prioridades está invertido, que se juega a un protagonismo estúpido, personal e insensato en perjuicio de nuestros problemas domésticos, de los socios hemisféricos y de la deseable moderación, equilibrio y coraje que debe ser exigible como mínimo para gobernar a Venezuela.