Mundo patas arriba
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Miami (AIPE)- Escribo esta columna mientras Hugo Chávez está en Moscú, comprando cinco submarinos armados de misiles para añadir a su armamento ruso que ya cuenta con 53 helicópteros, 24 aviones de guerra y 100 mil fusiles. Desde Moscú, el presidente venezolano aseguró que sus conciudadanos están dispuestos “a morir por la patria”, defendiéndola del imperio yanqui, y echó de menos el gran aporte de Lenin a la civilización. Sí, el mismo Lenin que encadenó la prensa, metió a 70 mil rusos en campos de concentración y provocó junto con Stalin la muerte de 65 millones de personas en la Unión Soviética.
Chávez ahora planea un “corralito” tipo argentino para ponerle la mano a toda la riqueza privada de los venezolanos, impidiendo que más de una mínima cantidad de bolívares puedan ser cambiados a la nueva moneda “fuerte” que planea emitir.
Pero otras borrascas, menos fuertes, se sufren en Norteamérica. En Washington fracasó el proyecto de ley de inmigración, un revoltijo de medidas buenas, mediocres y malas que en parte revelan un triste resurgimiento del racismo en este país, ya no contra los negros y los judíos, sino contra campesinos latinoamericanos indocumentados, quienes exponen sus vidas y apuestan sus ahorros para venir a trabajar duro y poder aspirar así a una mejor vida para sus familias. Ese es el “sueño americano”, pero aparentemente se debe negar si su apellido es Rodríguez o González.
Vivo en Estados Unidos desde hace 20 años, pero viajo a este país desde 1945, cuando de seis años de edad vine con mis padres a traer a mis hermanos mayores para inscribirlos en un colegio interno y aprendieran inglés. Hasta hace poco, nunca había notado miradas de desprecio cuando me oyen hablando en español. Sí, se notan cambios en este país; no dirigidos a latinoamericanos despreciables como Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales, sino a los latinoamericanos en general.
La primera vez que viajé en automóvil a Florida, desde Nueva York, me impactaron los baños separados para blancos y negros en las carreteras. En ese tiempo a Nat King Cole no le permitían cenar en los cabarets donde cantaba. Pocos años antes, los judíos no podían quedarse a dormir en hoteles de Miami Beach, donde algunos edificios de apartamentos indicaban con grandes letreros: “sólo para gentiles”. Nada de eso es permitido desde hace décadas, pero lo sorprendente es que algunos grupos de personas, cuyos antepasados fueron víctimas de persecución racista, o eran despreciados por ser católicos irlandeses o italianos, forman hoy parte de los abanderados contra la inmigración latinoamericana. A ellos se le suman muchos de aquellos blancos conservadores del sur de Estados Unidos, quienes solían pertenecer al Partido Demócrata y se pasaron hace años al Partido Republicano.
Los desafueros de Chávez y los crímenes de Castro no tienen paralelo en Estados Unidos, pero no dejan de preocupar sorprendentes tendencias que se notan aquí.
El número de gente en prisión ha aumentado 10 por ciento desde el año 2000, alcanzando 2,2 millones de personas en cárceles federales y estatales. Gran parte de ellos están en prisión por delitos sin víctimas, como el consumo de drogas o no contar con documentos de identificación, pero luego de pasar tiempo preso, muchos emergerán como delincuentes profesionales. Hay más gente presa en Estados Unidos que el total combinado de presos en Rusia, India, Sudáfrica, Irán, Australia, Brasil, México y Canadá. Con la proliferación de leyes, regulaciones y prohibiciones se nos trata de imponer un creciente número de supuestas virtudes y, así, observamos el caso de Paris Hilton que copó las portadas de los diarios durante semanas, al ser apresada, soltada, llevada de vuelta a prisión y finalmente liberada por el espantoso “crimen” de manejar con una licencia suspendida.
También sorprende concluir que el Departamento de Defensa de Estados Unidos no existe para defender el territorio nacional. Hay tropas estadounidenses apostadas en 159 lugares del mundo: un total de 485 mil soldados, incluyendo a unos 200 mil en Irak y Afganistán y a otros 100 mil en Europa, 18 años después de la caída del Muro de Berlín y 62 años de terminada la Segunda Guerra. Con un presupuesto de 538 mil millones de dólares, el Pentágono gasta 40 por ciento de todos los desembolsos militares del mundo.
Pero quienes patrullan las fronteras y custodian las costas de Estados Unidos pertenecen al nuevo Departamento de Seguridad Interna, creado por el presidente George W. Bush en 2002, como “la más significativa transformación del gobierno de Estados Unidos en más de medio siglo”.
Los políticos nunca podrán gastar más de una fracción de lo que los ciudadanos producimos con nuestro trabajo, pero el desmedido crecimiento de las burocracias y de los gobiernos es el más grave problema que confrontamos en el siglo XXI.
___* Director de la agencia AIPE y académico asociado de Cato Institute.
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