Opinión Internacional

Moscú y Chávez

La invasión rusa a Georgia ha dado origen a varios espejismos que conviene disipar. Se trató de una situación suscitada por errores de cálculo. El gobierno de Georgia fue demasiado lejos en sus provocaciones y no captó que la Rusia actual es una nación herida en su orgullo, propensa a reaccionar con impulsividad. Washington erró al estimular los ímpetus de Georgia sin asegurarse que las cosas no llegasen a extremos, cometiendo una falta clásica: permitir que un aliado débil y entusiasta actúe por su cuenta, sin antes haberle otorgado las garantías y recursos para sostenerse en caso de verdadero peligro. Estados Unidos no estaba entonces dispuesto a ir a la guerra por Georgia, y los georgianos debieron sufrir una humillación para enterarse del hecho.

Vladimir Putin también equivocó sus cálculos. Se dio el gusto de aplastar a la pequeña Georgia y rugir como un oso, pero con su incursión militar produjo un serio revés político: toda Europa Central y del Este, países que la ya liquidada URSS controló por años, se han unido más estrechamente a Washington. Polonia y la República Checa firmaron apresuradamente el tratado que permite la instalación del escudo anti-misiles estadounidense en sus territorios, y Ucrania y Georgia entraron al fast-track para ingresar a la OTAN. De otro lado, Europa Occidental despertó del sueño en que normalmente se encuentra y ahora ve en Putin lo que sin duda es: un tirano sin escrúpulos que multiplica los desatinos de una potencia decadente, asfixiada de mafias y petróleo.

La invasión a Georgia ha generado el mito de una Rusia otra vez dominante y capaz de competir geopolíticamente con Estados Unidos. Me temo que estas son fantasías. El poderío militar y la influencia geopolítica rusas no volverán a acercarse a los que alguna vez ejerció la URSS. El caso de Georgia es singular y no se repetirá. Putin se extralimitó y se percatará de ello. Lamentablemente, empujado a la vez por su desasosiego frente a las vulnerabilidades estructurales rusas, por la pasajera sensación de poder que le otorgó el ataque a la minúscula Georgia, y por su tendencia a antagonizar a Washington sin medir las consecuencias, Putin ha decidido alentar los delirios de Hugo Chávez.

Un personaje de tan limitada sensatez como Chávez difícilmente medirá a tiempo los peligros del escenario en que intenta actuar. Sus pretensiones desbordan con creces sus capacidades, y si alguna enseñanza positiva podrían darle los cubanos, la misma no sería otra que recordarle lo ocurrido en octubre de 1962, a raíz de la imprudente decisión soviética de utilizar un país latinoamericano para amenazar estratégicamente a Estados Unidos.

De todo esto puede surgir una combustión de errores de cálculo. La Rusia de Putin no comprende en su fatal dimensión al Presidente venezolano, a pesar de las dolorosas experiencias de la vieja URSS con déspotas tercermundistas el pasado siglo. Chávez tampoco entiende con la necesaria claridad que su juego encierra enormes riesgos, para él y desde luego para Venezuela y la región entera. Por su parte, Washington apenas empieza a asimilar la magnitud de la temeridad de Chávez. De allí la relevancia de las recientes decisiones del Departamento de Estado, que afectan a miembros del gobierno venezolano, en particular a oficiales comprometidos con el régimen y sus tropelías. Pues a fin de cuentas, los que en buena medida pagarán los platos rotos si la conducta de Chávez hace estallar una crisis de severas dimensiones en el Caribe, serán los militares venezolanos, es decir, esa Fuerza Armada Nacional que quizás todavía existe en medio de la degradación. Es de su interés tenerlo en cuenta.

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