Opinión Internacional

Michelle, la chica de Suat y la OTAN

Al mismo tiempo que Michelle Obama sacudía a Europa con su encanto, la chica de Suat sacudía al mundo con sus gritos de dolor. La primera dama de los Estados Unidos y su historia personal son muy conocidas. La historia de la chica paquistaní de Suat y su tragedia lo son mucho menos. Ambas nos ayudan a entender mejor algunos de los problemas del mundo y sus posibles soluciones.

La visita de Michelle Obama causó sensación: se abrazó con la reina Isabel II, enloqueció a los paparazzi, impresionó a los líderes del G-20, almorzó con Carla Bruni y, con la voz entrecortada por la emoción, exhortó a un grupo de niñas londinenses de pocos recursos a convencerse que pueden llegar tan lejos como quieran. Su mensaje fue claro: si yo pude, vosotras también podéis.

Un mensaje muy diferente dieron quienes castigaron a una chica paquistaní de 17 años con 34 latigazos por razones que aun no están claras -¿salir sola a la calle? ¿Haberse negado a casarse con un comandante talibán? ¿Adulterio?-. Pero si el crimen que cometió no está claro, la pena sí. No sólo a ella, sino a los millones de personas que en todo el mundo vieron por Internet el video de las imágenes mostrando la tortura. «¡Por Dios, paren..! ¡Basta! ¡Basta!», se oye gritar a la chica en pastún, el idioma de las tribus de la zona de Suat, mientras un hombre la inmoviliza por los pies, otro por las manos y un tercero le da los latigazos con toda su fuerza. También se oye a un cuarto hombre, ordenando: «¡Agárrenla más fuerte; que no se mueva!». Entre sus desgarradores gritos, la chica alcanza a decir: «¡Me arrepiento de lo que hice; mi padre se arrepiente de lo que hice; mi abuela se arrepiente de lo que hice..!».

Suat es un valle en el noreste de Pakistán que por su belleza y cercanía a la capital solía ser un popular destino turístico. Hoy es un infierno. A pesar de estar a sólo 140 kilómetros de Islamabad, los talibanes penetraron en la zona y extendieron su acostumbrada mezcla de terrorismo, fanatismo y primitivismo. Asesinar a quienes se les resisten, impedir que las niñas vayan al colegio y destruir 200 escuelas fueron las naturales secuelas de su llegada al valle. Al menos 1.200 personas han sido asesinadas desde su llegada y entre 250.000 y 500.000 refugiados han huido desde el inicio de la ofensiva talibán en 2007. Ante las ofensivas del Ejército paquistaní, los talibanes se replegaban y, al irse los soldados, los fanáticos regresaban. En febrero pasado, el Gobierno provincial llegó a un acuerdo con los talibanes: podían imponer su interpretación de la sharía, o ley islámica, en Suat y otras zonas adyacentes a cambio del cese de la violencia.

Los latigazos a la chica de Suat y otros inaceptables abusos son el resultado de este acuerdo entre un Gobierno débil y un grupo minoritario pero dispuesto a morir y matar con tal de imponer su religión a los demás.

Mientras esto sucede, el esposo de Michelle, intenta convencer a sus aliados europeos que no basta con que le sonrían, le feliciten y se encanten con su carisma y el de su mujer. Necesitan hacer más. Deben aportar más soldados, más dinero, más equipos y deben tener más ganas de derrotar a los talibanes. «Europa no debe simplemente esperar que Estados Unidos lleve esta carga solo. Ésta no es una misión americana. Es una misión de la OTAN; es una misión internacional», insistió Obama ante una entusiasta multitud en Estrasburgo.

En la víspera de la cumbre de la OTAN, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, lamentó que «los lideres de Europa no están haciendo lo suficiente para convencer a sus votantes de que hay que ganar la guerra en Afganistán». Según las encuestas, la mayoría de los británicos, franceses, italianos y alemanes opinan que sus países no deben mandar más tropas a Afganistán. Pero, como recordó Gates, «este problema constituye una amenaza tan grave para los europeos como lo es para Estados Unidos».

Esto es verdad. Pero más verdad aún es que para quienes los talibanes constituyen la mayor amenaza son los millones de afganos y paquistaníes que no comparten su corrupta interpretación del islam y que se ven crecientemente cercados por estos feroces grupos de fanáticos. «Esto es poca cosa», dijo Munawar Hassan, el jefe de Jamaat-e-Islami, el principal partido islamista de Pakistán, refiriéndose a los latigazos a la chica de Suat.

El mundo, y en particular la OTAN, deben hacerle entender con gestos muy concretos al señor Hassan, y a otros como él, que esto no es «poca cosa». La posibilidad de que alguien como la chica de Suat llegue a tener las oportunidades que tuvo Michelle Obama no es poca cosa. Se trata de la vida y los derechos de la mitad de la humanidad. Y todos debemos estar dispuestos a defenderlos. Como sea.

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