Memo a José Miguél Insulza
Que más tendrá que suceder en Venezuela para que usted, como Secretario General de la Organización de Estados Americanos, inicie algún tipo de acción para que esta organización se pronuncie sobre la tragedia de nuestro país? Los reglamentos de la organización le dan a usted suficiente latitud para tomar esta iniciativa y tiene, además, el instrumento que debe ser utilizado: La Carta Democrática Interamericana.
Es evidente que la organización es hoy un mero club de presidentes latinoamericanos pero ello no sería inevitable si existiese la voluntad del líder de cambiarla por una organización que sea realmente representativa de los pueblos de la región. Si se comprobase que su esfuerzo no es fructífero, que la voluntad de cambiarla no es suficiente, los demócratas del hemisferio esperaríamos un digno gesto suyo de protesta: la renuncia.
Tal como están las cosas usted se muestra contento en mantenerse al frente de una organización que solo sirve para afianzar el despotismo en el hemisferio. Lo que sucede en Venezuela tiene que llamar a alarma a cualquier líder democrático de nuestra región. La OEA es el organismo internacional al cuál le corresponde actuar, pero no lo hace. Y no lo hace porque usted no se pronuncia sobre la tragedia venezolana, la cuál es también la causa de otras tragedias paralelas que se desarrollan hoy en Honduras, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. La inacción frente a estas tragedias no puede ser jamás justificada por un deseo de supervivencia burocrática y de mera figuración en las conferencias internacionales. Sería mejor no figurar que figurar como usted lo está haciendo.
No tenga usted dudas de que los pueblos del hemisferio ven en usted el símbolo de muchos de los males que aquejan al liderazgo de nuestra región: la cobardía moral, el sacrificio de los valores a la comodidad burocrática, la adoración por la pompa inútil y por la retórica vacía.
En ese desierto moral, afligido por osteoporosis ética que es la OEA, debe escucharse pronto algún grito de rebeldía, debe aparecer algún gesto de dignidad. Si ello no es posible, váyanse, cada quien de regreso a sus madrigueras, y permitan que los Estados Unidos, el paga cuentas, se ahorre unos cuantos millones de dólares en mantener artificialmente vivo a un organismo que ya hiede.