Opinión Internacional

Matrimonio a la Europea

En su obra El Mundo de ayer, publicada póstumamente en 1944, Stephan Zweig comenzó su relato biográfico con la siguiente reflexión: “Nací en 1881, en un imperio grande y poderoso –la monarquía de los Habsburgo– (Imperio Austro-húngaro), pero no se molesten en buscarlo en el mapa: ha sido borrado sin dejar rastro…” Esto se aplica hoy para millones de habitantes del Viejo Continente así como para millones de habitantes de las 15 repúblicas de lo que fue una vez Unión Soviética y las siete naciones de la ex Yugoslavia, incluyendo a Kosovo, que hace un año declaró su independencia de Serbia.

Europa ha cambiado de fronteras y países luego de tres momentos históricos durante el siglo XX: Las dos Guerras Mundiales –en las cuales desaparecieron y reaparecieron naciones como Polonia– y el desmembramiento de la URSS, que condujo a sus repúblicas y los países bajo su área de influencia a proclamar su soberanía.

Es así como aumentaron la cantidad de países independientes que en su mayoría son hoy miembros de uno de los bloques económicos y políticos más sólidos del mundo: La Comunidad Europea.

Mientras Europa busca consenso para unir a los 25 miembros de su comunidad y a futuros candidatos de la CE como Rumania, Bulgaria y pequeñas repúblicas de la ex Yugoslavia, la independencia de la provincia serbia de Kosovo, que nunca fue nación en las diversas creaciones y recreaciones de entidades políticas en el siglo XX, es vista con preocupación por muchas naciones europeas que durante años buscan fórmulas consensuadas para lidiar con los deseos separatistas de regiones con peculiaridades étnicas, religiosas y lingüísticas respecto a los países a los cuales pertenecen.

El precedente de Kosovo condujo a la separación de las provincias de mayoría rusa de Georgia, Osetia del Sur y Abjasia en 2008.

El más conocido movimiento separatista europeo es el de los dos millones de vascos en provincias que hoy son parte de Francia y España; el caso de Cataluña, que exige mayor independencia del gobierno de Madrid; y aunque poco comentado, el de dos comunidades lingüísticas de Bélgica que cada vez se acercan más a un punto de quiebre –como el ocurrido entre checos y eslovacos– entre Flandes, de habla holandesa, y la francófona región sureña de Valonia.

Según recientes sondeos más del 60 por ciento de los flamencos y del 40 por ciento de los habitantes de Valonia no descartan la separación de este país, cuya conformación se debió a la decisión de sus antepasados, en 1830, de unirse como monarquía para oponerse a Holanda.

Otros movimientos separatistas que amenazan el proceso de integración europeo son el movimiento nacionalista de la isla de Córcega y la provincia nororiental de Bretaña, que buscan independizarse de Francia; la Liga del Norte en Italia; Escocia, cuyos habitantes polemizan sobre una futura separación de Gran Bretaña; las Islas Feroe, que dependen de Dinamarca, y la provincia autónoma de Voivodina, cuya población magiar plantea separarse de Serbia y unirse a Hungría.

La paradoja de Europa es la de un continente pleno en grupos étnicos que buscan “globalizar su derecho a desunirse”, para luego globalizarse integrándose, tras un divorcio, en el gran matrimonio europeo.

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