Márgenes de la apertura en Irán
El avance de la apertura reformista en Irán constituye una experiencia política peculiar y auspiciosa, que merece una observación atenta por parte de los observadores, analistas y gobiernos occidentales.
Los resultados de las elecciones legislativas están mostrando que la sociedad iraní se manifiesta en favor de mayor libertad y ello puede darle más respaldo al presidente Jatami para avanzar en sus reformas democratizadoras.
Irán sigue siendo, de hecho, un país insularizado de manera desafiante en el escenario internacional, a partir de la revolución islámica que estableció hace veintiún años un régimen teocrático ortodoxo.
En su política interna, el régimen de los ayatolás estableció severas reglas de observancia religiosa, restricciones a las libertades individuales y los derechos civiles y prácticas lesivas de los derechos humanos.
En su política exterior, el respaldo al fundamentalismo islámico y la beligerancia con los Estados Unidos e Israel colocaron al gobierno iraní en extremos de aislamiento y condena internacional. A ello se sumó la prolongada guerra con Irak, en la década del 80, en una disputa por la hegemonía regional que se zanjó con decenas de miles de muertes y sin vencedores ni vencidos.
Pese a este cúmulo de adversidades y condicionantes, la sociedad iraní mantuvo altos indicadores de movilización e integridad. Se realizaron elecciones democráticas con serias restricciones pero, al mismo tiempo, con una alta participación a pesar de que el voto no es obligatorio.
La elección presidencial de hace tres años, con el ascenso de Mohammad Jatami, dio impulso a una política de apertura y reformas, sobre todo en lo referido a las libertades y derechos civiles, que fue recibida positivamente. Sin embargo, la mayoría conservadora en el Parlamento mantuvo un freno constante a dicha política.
Las elecciones para el nuevo Parlamento fueron ahora una compulsa para dirimir fuerzas entre los sectores conservadores y aperturistas del régimen. La masiva participación y la presencia renovadora de los jóvenes y las mujeres dieron ventajas decisivas a los candidatos reformistas.
Se plantea de este modo en Irán una experiencia inédita de coexistencia entre una democracia representativa, que parece ganar autonomía respecto de dictados autocráticos infalibles, y una estructura de poder teocrática cuyo vértice supremo es el llamado jefe espiritual. No es ahora descabellado esperar una evolución favorable hacia una separación más nítida entre ambas esferas.