Opinión Internacional

Los terrorismos y la manipulación de Dios

Esos monstruosos actos terroristas que recientemente mataron miles de
personas en EEUU no tienen ninguna justificación humana; mucho menos divina.

Por otra parte, la reacción a estos hechos criminales en momentos toma
también aires de peligrosa guerra santa patriotera. La reacción y la defensa
contra el terrorismo ha de ser firme y unánime, pero resultará igualmente
criminal, si se hace más allá de la inteligencia y de la serenidad que se
centra en castigar a los culpables y prevenir la repetición del infierno
vivido.

Las demonizaciones de «los otros» y las «guerras santas» son negaciones del
Dios justo y misericordioso para todos. Pero el hecho es que, tanto en el
Islam como en el judaísmo y el cristianismo, es permanente la tentación de
negar la vida a «los otros» manipulando a Dios y pretendiendo su bendición.

Los cristianos de una y otra denominación tenemos ejemplos de terribles
crímenes, hechos en nombre del Dios de Jesucristo. Los tienen los judíos y
también los musulmanes. Todos usando en vano y criminalmente el nombre de
Dios. Ya los discípulos de Jesús, frustrados e irritados porque no los
habían recibido ni escuchado en una aldea, pedían que Dios los fulminara y
acabara con ellos. Jesús los enfrentó y reprendió. Los piadosos fariseos y
escribas reprochaban a Jesús porque recibía a pecadores, publicanos y
extranjeros como los samaritanos; y no cesaron hasta hacerlo matar creyendo
que con ello servían a Dios. Casi no hay guerra durante mil años europeos en
la que los bandos cristianos no hayan invocado a Dios para justificarse.

La verdadera religiosidad lleva a defender la vida humana digna; así sea la
vida de los ruandeses, de los bosnios, de los norteamericanos, de los
palestinos o de los judíos.

Para todos es válida la denuncia de los profetas Jeremías e Isaías contra un
culto religioso que se usa para justificar los crímenes. Jeremías (7, 2-11)
reprocha a los asiduos del Templo, porque roban, adulteran, juran en falso,
adoran a los ídolos y luego vienen a esta casa a invocar Mi Nombre y
sentirse protegidos; convierten esta casa en cueva de bandoleros. Yahvéh,
por boca de Isaías, nos dice que tanta hipocresía le produce vómito y no
escucha la plegaria «porque sus manos están llenas de sangre». «Quiten sus
fechorías de delante de mi vista, desistan de hacer el mal, aprendan a hacer
el bien, busquen lo justo, den su derecho al oprimido, hagan justicia al
huérfano, aboguen por la viuda». Es la verdadera religiosidad que da sentido
al culto (Isaías 1,1-20).

El tener más poder o riqueza no agrega moralidad a las acciones de los
individuos o de los Estados; ni la proclamación religiosa transforma en
santas las acciones criminales. La calidad moral de Osama bin Laden, Noriega
y Montesinos, no pasó de buena a mala cuando dejaron de ser fichas fieles de
la CIA; ni la política norteamericana puede presumir de moralidad al ser el
mayor vendedor de armas a los países pobres de la Tierra o cuando es
solidario y cómplice de los actos más criminales de Somoza, Trujillo o
Pinochet. Lo mismo se podría decir de muchos horrores económicos. Para
gobernar al mundo no basta la prepotencia económica y militar, sino que hace
falta autoridad moral.

El actual repudio del terrorismo debe ir acompañado de un profundo examen de
la moralidad del mundo que tenemos, dentro de cada uno y de cada país y de
los poderes que rigen el mundo. Para eso necesitamos la cultura de la
solidaridad, del aprecio de los otros pueblos y de otras razas y la escucha
sincera de un Dios que es Amor y sólo Amor.

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