Los nuevos retos de Europa
Los acuerdos alcanzados en Bruselas a finales de 2011 por la Unión Europea, con la autoexclusión de Inglaterra, han permitido detener temporalmente la crisis financiera del viejo continente y preservar la Eurozona. Pero las élites políticas europeas deben convencerse de que el desajuste solo quedó postergado. Se equivocarán si creen que pactos intraeuropeos, colocados al margen de las nuevas condiciones del planeta, pueden anular el sacudón que produjo la irrupción en el panorama mundial de China, India y países emergentes más pequeños como Vietnam
La aparición de China trastocó los esquemas en los cuales operó Europa después de la II Guerra Mundial. Durante las primeras décadas de la post guerra, su territorio occidental contó con el respaldo incondicional de Estados Unidos, no solo porque había quedado devastado por el conflicto, sino porque, además, era necesario fortalecerlo frente a la amenaza comunista representada por la Unión Soviética y Europa Oriental. Sus naciones se vieron favorecidas por la Guerra Fría. Pudieron levantar democracias políticas y Estados de Bienestar solidarios. Desaparecido el peligro rojo con la caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS, más las reformas de mercado introducidas por Den Xiao Ping, la situación se modificó completamente.
Ahora la productividad europea no puede medirse con respecto a sí misma o con las de sus aliados internacionales, sino con las de un competidor implacable como el milenario país asiático. En China no existe nada parecido a los sindicatos independientes, los pliegues conflictivos, los derechos adquiridos, las contrataciones colectivas o las huelgas para exigir o defender derechos laborales. La nación se volcó hacia el mercado externo en condiciones en las cuales un sector significativo de la fuerza laboral gana salarios reducidos, que no pueden compararse con los obtenidos por los trabajadores europeos. Un gigantesco desafío de los europeos consiste en ser competitivos a escala mundial, en un cuadro donde uno de los protagonistas relegó los derechos laborales y el Estado Benefactor al desván.
Los Estados de Bienestar europeos actuales no pueden sostenerse. El diálogo y los acuerdos entre los partidos políticos, los gobiernos y los sindicatos, han de desarrollarse a partir del reconocimiento de que las condiciones del globo terráqueo se transformaron de forma definitiva, y que los nuevos contratos sociales deben sustentarse en estas nuevas realidades, que impone sacrificios a cada uno de los actores.
El otro desafío importante -que ya había sido percibido, pero que ahora eclosiona con fuerza incontenible, se encuentra ligado a las productividades tan desiguales que existen dentro del propio continente. Del estatismo y el colectivismo se sabía que causaba daños irreparables en las economías y en las sociedades. Los efectos prácticos de este fundado temor se constatan veintidós años después de la extinción del comunismo. Alemania pudo reunificarse y asumir el enorme peso muerto representado por el sector oriental, gracias al ingente sacrificio impositivo al que fue sometido el pueblo, a la férrea disciplina del Gobierno federal y a que Alemania Oriental era el menos subdesarrollado de los países satélites de la URSS. Las otras naciones que giraron en la órbita soviética, a pesar de los avances logrados, no han podido colocarse en el mismo nivel de Alemania o Francia. Las diferencias de productividad limitan los acuerdos dentro de la UE y entorpecen aún más la labor de competir en condiciones ventajosas en un mundo cada vez más globalizado.
Las élites europeas, incluidas las académicas, pareciera que no han captado la profundidad y permanencia de las mutaciones registradas en el tablero global. Esta miopía podría conducir a que Europa pierda importancia mundial como factor de estabilidad democrática. Por ahora estamos viendo cómo el tema de los derechos humanos y la democracia, consustanciales a la Europa moderna, han desaparecido de la agenda. El fraude perpetrado por Putin y sus compinches en Rusia apenas si ha sido tratado en los días recientes. De la violación de los derechos humanos en China ningún gobierno quiere opinar. Se le teme a la poderosa y autoritaria burocracia del Partido Comunista Chino.
El mundo necesita una Europa y -desde luego- unos Estados Unidos poderosos económicamente, capaces de actuar como guardianes de la democracia global. Los tiranos siempre están al acecho de cualquier debilidad para atacar la libertad.