Opinión Internacional

Los juicios de Moscú

En la fenecida URSS, Stalin decidió en 1936, acabar con toda forma de oposición en el seno del Partido Comunista y a tal efecto entabló unos juicios amañados contra dirigentes históricos de la Revolución, descalificándolos públicamente y acusándolos de ser enemigos del proceso revolucionario. Los epítetos utilizados fueron muchos, entre otros de contrarrevolucionarios, trotskistas, y enemigos del pueblo.

Ahora bien ¿quiénes eran esas personas que fueron objeto de esos juicios de escarnecimiento público? Nada menos que algunos de los principales compañeros revolucionarios de Lenin que se oponían al manejo autocrático y personalista del “padrecito” Stalin. Vale la pena indicar los nombres de algunos de ellos: Grigory Zinoviev, uno de los principales dirigentes bolcheviques que formaba parte en 1921 de los que apoyaron a Lenin cuando se crearon diversas facciones en el partido comunista soviético. A la muerte de Lenin era considerado como el dirigente más importante llegando incluso a ser el que presentó el Informe ante el XII y XIII Congreso del Partido, lo que hasta ese momento había sido prerrogativa de Lenin. Además se le consideraba el principal teórico del partido comunista. Para colmo, de nada le sirvió alinearse con Stalin y Kamenev en contra de Trotsky. Stalin no quería compartir el poder.

Otra de las grandes figuras en esos juicios amañados fue Lev Kamenev, también un Bolchevique de vieja data y un importante dirigente del partido. Incluso fue nominalmente Jefe de Estado en 1917, fundador y luego presidente del Politburó.

Estos dirigentes fundamentales del partido rompen el triunvirato que habían establecido con Stalin en 1925 para unirse a la viuda de Lenin y a Sokolnikov. Esta ruptura se confirma cuando en el XIV Congreso del Partido solicitan la remoción de Stalin de la Secretaría General del Partido. Stalin logra, para defenderse, reagrupar tras de si a varios dirigentes que a su vez mas tarde serán también víctimas de su concepción totalitaria del poder. Entre estos merecen mencionarse: Bukharin y Rykov. Trotsky, que ya estaba políticamente disminuido, no se alineó con nadie. El principio del fin estaba ya diseñado. Sin embargo en 1926 se integra a una oposición interna en el partido con Zinoviev y Kamenev que concluye con la expulsión del partido en 1927 de Trotsky y Zinoviev y la de Kamenev del comité central. En el XV Congreso la mayoría estalinista decretó que no podía existir oposición en el seno del Partido Comunista y procedió a expulsar del mismo a Kamenev y a numerosos dirigentes del partido.

Trotsky siguió siendo, en el exilio, el principal opositor de Stalin, mientras que Kamenev y Zinoviev capitularon ante éste y le solicitaron a sus seguidores que hicieran lo mismo. Para hacerse perdonar escribieron cartas en las que hacían unas severas autocríticas a su anterior conducta política, lo que les permitió ser readmitidos en el partido comunista, pero sin ningún rol importante en el mismo. De nuevo son expulsados del partido en 1932 por no haber informado de nuevas formas de oposición, aunque después de flagelarse públicamente fueron readmitidos hasta que son definitivamente expulsados en 1934 después del asesinato de Rykov en el 34. Stalin utilizó este asesinato realizado por el inestable Leonid Nokolaev para montar un show judicial con el objetivo de liquidar a Trotsky, Kamenev, Zinoviev . En el 36 estos dos dirigentes fueron ejecutados junto a otros 16, menos Trotsky que sería asesinado luego en México por Ramón Mercader.

Estos “juicios farsas” han sido una constante en el ejercicio totalitario del poder por los partidos comunistas ya sea en la Unión Soviética, China, Checoslovaquia o Cuba. La forma de liquidar a los enemigos se viste de un aparente manto de legalidad en el que incluso las víctimas confiesan sus presuntos crímenes para luego ser desaparecidos tanto física como moralmente de la gloriosa historia de las revoluciones triunfantes.

Esperemos que en el siglo XXI no se continúe con esa vil práctica de juicios sumarios, y de restablecimiento del terror jacobino como método de control político. Porque, de ser así, nadie estará a salvo de una condena decidida al más alto nivel político, y esa realidad será aplicable tanto a los partidarios como a los adversarios del régimen que desee gobernar con el terror como única norma de

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