Los guerreros del Mercosur
El Mercosur ya estuvo de moda. Después de su nacimiento en 1991, todos querían saber de él, estar cerca, hacer negocios con aquel surgiera como el poderoso bloque comercial del sur. Los europeos pensaban que una relación estrecha con el Mercosur les permitiría compensar la hegemonía económica norteamericana. Venezuela y Colombia se trampeaban en sus esfuerzos por agradar al nuevo bloque. No pocos en las alturas de Washington vieron con malos ojos el enlace de dos de las principales economías de la región y no faltaron actos que obviamente buscaban abrir brechas entre Argentina y Brasil. Por su parte, los organizadores de evento anual del jet set financiero mundial en Davos, llegaron incluso a crear una versión “mercosur” de su reunión empresarial. El Mercosur estaba de moda. Brasília y Buenos Aires se permitían actuar cual hermanos mayores para poner orden en casa, por ejemplo, cuando el general Oviedo intentó derrocar al gobierno paraguayo. El Mercosur tiene su código político que excluye automáticamente a cualquiera de sus miembros que abandone la ruta democrática. El experimento de apertura comunitaria comenzó a hacer agua en 1997. Las medidas económicas que Brasil tomó en octubre de aquel año, buscaban poner coto al déficit de la balanza comercial, uno de los dolores de cabeza creados por la fortaleza que la moneda brasileña había adquirido ante el dólar. Con el tiempo, el paquete de Cardoso incluyó una devaluación del real y un incremento de los mecanismos de control del comercio externo, que se tradujeron en medidas para-arancelarias que limitaban las posibilidades de acceso al mercado brasileño, incluso para sus socios del Mercosur. La reducción de la capacidad de compra de los brasileños inmediatamente se reflejo en sus pedidos de productos argentinos. Uruguayos y argentinos comenzaron a quejarse porque sus quesos debían esperar en la frontera, para cumplir nuevas medidas sanitarias impuestas por Brasil. Ciudad del Este, antigua ciudad Strossner, en la frontera paraguaya con Brasil, se convirtió al calor del Plan Real brasileño, en el más exitoso centro de redistribución de mercancía de contrabando y pirateada del continente, dejando atrás a Maicao, San Andrés o Panamá. El férreo control brasileño contra los contrabandistas y la pérdida del poder adquisitivo del brasileño convirtieron a Ciudad del Este en una sombra del otrora resplandor. Argentina por su parte, no sólo perdió compradores brasileños. Comenzó a sentir el ingreso masivo de productos brasileños con menor precio. La reacción del gobierno Menen fue, durante sus dos últimos años, de dar oídos y apoyar los reclamos proteccionistas de diversos sectores empresariales. Así, las textileras y fábricas de calzados del sur brasileño vieron paralizadas sus mercaderías en largas esperas burocráticas, incluso de meses, antes de poder llevar sus productos hasta su socio argentino. En paralelo, Brasil se ha convertido en receptor privilegiado de inversión directa extranjera, e incluso, fábricas instaladas en Argentina han cerrado sus puertas, trasladando sus líneas de montaje a Brasil Fueron muchas las reuniones de emergencia, en Brasilia, Río de Janeiro y en Buenos Aires, que protagonizaron los gobiernos brasileño y argentino en los dos últimos años. Pequeñas disputas comerciales se transformaron en verdaderas batallas políticas, donde las cancillerías y ministros de economía rápidamente se tornaban en guerreros rivales, escenificando torneos donde casi siempre, los presidentes tenían que intervenir para intentar bajar los ánimos: cosa que no siempre lograban. La llegada del nuevo gobierno argentino ha abierto espacio para una modificación en la forma como se viene produciendo el entronque entre Brasilia y Buenos Aires, en las negociaciones sobre temas nuevos y sobre el no siempre calmo día a día del experimento comercial sureño. Buenos Aires dio el primer paso. El gobierno de De la Rúa ha decidido crear un mecanismo con funciones precisas, en cuanto a sus negociaciones con Brasil. La decisión del nuevo gobierno es clara: el Ministerio de Economía define las políticas y la Cancillería se encarga de defenderlas ante su socio mayor, el Brasil de Fernando Henrique. El vicecanciller argentino, Horacio Chighisola, será el jefe de las negociaciones ante Brasilia, restándole relevancia al rol cumplido por la burocracia del Ministerio de Economía, durante el gobierno Menem. Brasilia ha respondido dándole un nuevo status a la instancia oficial de contacto con Argentina en lo tocante al Mercosur. El gobierno brasileño ha designado un Embajador para atender las negociaciones regionales, bajo el título de Embajador Extraordinario para Asuntos del Mercosur. La designación recayó sobre uno de los pilares de las negociaciones comerciales brasileñas bajo el gobierno de FHC, el Embajador José Botafogo Gonçalves. Duro negociador, tal como ya lo demostrara con los miembros de la Comunidad Andina. La creación de una diplomacia paralela por parte de Brasil (paralela pero estrechamente dependiente de la Cancillería de Itamaraty) para los asuntos Mercosur, y la institucionalización diplomática de la representación argentina en el seno de los debates Mercosur, podría representar una llamada al orden en esas negociaciones. Orden necesario pero no suficiente. Porque las cancillerias tienden a convertir sus batallas en causas nacionales, cuando en realidad suelen ser sólo escaramuzas burocráticas. Ambos gobiernos han designado a sus nuevos gladiadores…vale la pena esperar la conclusión del nuevo round del Mercosur. Edgar C. Otálvora es economista. Fue Jefe del Departamento Político de la Embajada de Venezuela en Bogotá y Segundo de Misión en la Embajada de Venezuela en Brasilia. Hasta el mes de diciembre de 1999 , se desempeñó como Cónsul General en Belém do Pará, Brasil. Entre 1989 y 1993 fue Secretario Ejecutivo de la Comisión de Asuntos Fronterizos con Colombia COPAF.