¿Liberación o imperio?
Nuestro gran vecino, el Brasil, se destaca como modelo de desarrollo dinámico, diversificado, autónomo y democrático, vanguardia de Suramérica y polo de referencia para las naciones emergentes y periféricas. Desde la década de los treinta, cuando dejó atrás su etapa oligárquica-liberal y se reorientó hacia la modernidad y la autonomía, Brasil ha progresado enormemente en las áreas económica, científico-tecnológica y cultural. Al comienzo dejó pendiente una pesada deuda social, pero se abocó a saldarla a partir de 1995 bajo las presidencias progresistas, primero de Fernando Henrique Cardoso y luego de Luiz Inácio Lula da Silva. Durante sus mandatos, la política socioeconómica oficial propició con éxito la simultaneidad de un alto crecimiento productivo con un efectivo proceso redistributivo a favor de los desfavorecidos y excluidos.
En su política exterior, Brasil defiende su identidad e intereses nacionales, interpretados hoy con un insumo ético y democrático que en el pasado hacía falta. Su ambición internacional es la de guiar y liderar a Suramérica, y eventualmente a un gran bloque latinoamericano-caribeño, en un movimiento autonomista que les otorgue un puesto soberano en el futuro mundo multipolar. Por otra parte, ese liderazgo regional autonomista le servirá de base para convertirse –como los demás países emergentes del grupo BRIC- en potencia estratégica y económica de dimensión mundial.
De este modo, Brasil desempeña actualmente un doble papel histórico: el de factor clave en un proceso de liberación nacional y social de los pueblos de la América morena y, al mismo tiempo, el de imperio regional incipiente. Por un lado, los países latinoamericanos miran con interés y simpatía el ejemplo liberador y progresista de la democracia social liderada por Lula. Por el otro, algunas naciones pequeñas y medianas de Suramérica sienten desde ya los efectos de cierta subordinación comercial, financiera y estratégica a las élites económicas, políticas y militares brasileñas, herederas tal vez de la geopolítica hegemónica de un Travassos y un Couto e Silva.
A la vez que admiramos y apoyamos al Brasil liberador, paladín de autonomía regional y de democracia social (muy distinta y opuesta a cualquier colectivismo autoritario), nos preocupa la eventual tentación imperial del “otro” Brasil. Para Venezuela la mejor garantía de perdurable armonía con el gran vecino ciertamente residiría en la renovada búsqueda de contrapesos al oeste y al noroeste, en aras de un sano equilibrio de nuestras interdependencias externas.